R.A. FONT BERNARD – Anotaciones

R.A. FONT BERNARD – Anotaciones

Luego de la fracasada expedición del 14 de Junio, y ya finalizando el año 1960, se establecieron severas medidas de seguridad en el Palacio Nacional.

Entre ellas, figuraron el control militar de los visitantes, y la prohibición a los empleados subalternos de la Secretaría de Estado de la Presidencia, de circular por los pasillos, mientras «la superioridad» permaneciese allí. El Generalísimo acostumbraba pasar de uno a otro despacho de los altos funcionarios, sin la acostumbrada escolta militar. Coincidir con él en uno de los pasillos, podría ser motivo de graves sanciones. De hecho, el Palacio Nacional había quedado convertido en un recinto militar.

La disposición que limitaba la movilidad de los empleados palaciegos, quedaba transitoriamente suspendida, cuando el Generalísimo se ausentaba los días jueves en la tarde, para sus posesiones rurales de San Cristóbal, de donde regresaba, en las mañana del día domingo. Nosotros aprovechábamos esas oportunidades, para visitar el despacho del doctor Balaguer, con quien solíamos conversar en torno a temas culturales e históricos, y a sus experiencias en el ejercicio de la actividad diplomática, en los diez años que estuvo fuera del país.

Habíamos publicado un libro titulado «La legislación del Trabajo de la República Dominicana», prologado por el doctor A. Ballester Hernández, y otro con el título de «Pensamientos Estelares de Trujillo», prolongado y anotado por nosotros. Además, nos habíamos anotado dos reconocimientos, con la aprobación de una iniciativa mediante la cual propusimos la creación del organismo oficial que en la actualidad es la Corporación de Fomento, y otra tendente a reservar espacios para la siembra de vegetales, en las plantaciones de caña, para favorecer a los trabajadores de la industria azucarera.

Por consiguiente, nos considerábamos calificados para que se nos designase en la Subsecretaría de Estado de la Presidencia, vacante tras la cancelación del señor Antonio Mañón. Este había ascendido desde el cargo de mensajero hasta la Subsecretaría, pero nunca había despachado con el Generalísimo. Cayó en desgracia, como se decía entonces, por la ocurrencia de un caso fortuito. El timbre que conectaba su Despacho con el del Generalísimo sonó por primera vez, y creyéndose requerido por la superioridad, acudió solícito sin un previo aviso. Al penetrar al despacho de donde dimanaban las órdenes que condicionaban todas las actividades del país, quedó paralizado, cuando vio al Generalísimo jugando en la alfombra con sus nietos, uno de los cuales, se entretenía manipulando todos los circuitos. Mañón fue cesado de inmediato, por una travesura infantil.

Un día viernes, creyendo que como era lo habitual, el Jefe permanecía en la Hacienda Fundación, nos propusimos visitar el despacho del doctor Balaguer. Pero próximo a llegar a dicho despacho, salía del mismo el Generalísimo en la compañía del profesor Peignando Cesteros. Vestía el impresionante uniforme color blanco, con la banda tricolor ceñida a la cintura, que usaba en determinadas ceremonias oficiales. Nos miró con aparente benevolencia, preguntándonos supicazmente si «íbamos a consultar con el Presidente de la República». Repuesto de la sorpresa, le contestamos que era a él a quien intentábamos consultar, en nuestra apreciación de que en los más elevados niveles del gobierno, había funcionarios aparentemente cansados, o tal vez vencidos por los años, y que era él, el único que permanecía activo e infatigable, trabajando por el desarrollo y el bienestar del país. Sonrió maliciosamente, y nos recomendó que le ratificaremos lo que le habíamos expresado, mediante un memorándum que debíamos entregar a su ayudante militar, el mayor Reynaldo Hernández.

Eramos jovencísimo, y como lo versificase Rubén Darío, éramos «todo ardor, todo ansia, sensación pura y vigor natural sin falsía». Y como veíamos diariamente las fotografías que publicaban las primeras planas de los periódicos, en los que aparecía un Generalísimo Trujillo erguido y desafiante, en sus recorridos por el territorio nacional, ignorábamos la magnitud de la crisis que afectaba al régimen en el orden internacional, tras las sanciones que le impusiesen los cancilleres reunidos en Costa Rica. Persistíamos en prosecución de la anhelada subsecretaría de la Presidencia.

Díaz después del inesperado encuentro con el Generalísimo, el mayor Hernández nos envió una breve nota, cubierta con un sobre timbrado con las cinco estrellas, con el texto siguiente: «Me refiero a su carta de fecha 10 de diciembre en curso, dirigida al Generalísimo doctor Rafael L. Trujillo Mooina, ilustre Benefactor de la Patria y Padre de la Patria Nueva, para significarle, que la misma no ha sido llevada al elevado conocimiento de su alto destinatario, en razón de que Su Excelencia, sabe lo que tiene que hacer, sin que nadie tenga que insinuárselo. Atentamente Reynardo Hernández Díaz, Mayor Ayudante Militar».

El escueto «señor» y el breve «atentamente», denotaban que estábamos próximo a caer en desgracia. Y tal fue, porque al día siguiente, la Junta Superior Directiva del Partido Dominicano, recomendó las candidaturas de varios jóvenes, para el desempeño de funciones legislativas. La subsecretaría de la Presidencia nos llegó, pero fue once años después, en el primer período de gobierno del doctor Balaguer.

Habíamos atinado en la insinuación de cambios juveniles en el régimen, tras la expedición del 14 de Junio. Pero el Jefe sabía lo que tenía que hacer, y cómo hacerlo, son que un advenedizo, -nosotros- se lo insinuásemos.

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