R.A. Font Bernard – El Maquiavelo ignorado

R.A. Font Bernard – El Maquiavelo ignorado

El adjetivo «maquiavélico» resonó en la pantalla de la televisión dirigido impropiamente a un dirigente reformista, un pobre hombre sin peso y sin masa políticamente, que no pasa de ser un aficionado a la compra y venta, para quien el Maquiavelo que nunca ha leído, es la personificación de todas las maldades humanas.

-Fulano de Tal- dijo el agraviador, es un maquiavélico, sin dudas ignorante de que Maquiavelo, en la acertada acepción del vocablo, no es el político tortuoso que presuponen, quien citan El Príncipe sin haberlo leído.

«El Príncipe» de Maquiavelo es, sin dudas, un clásico en el sentido más literal del término, pero también uno de los libros más desconocidos, y mal entendido en la historia de la literatura mundial. Baste pensar en el sentido negativo, que en todas las lenguas se da el sustantivo «maquiavelismo» y al adjetivo «maquiavélico». Con ellos usualmente, se pretende designar un uso del poder político carente de prejuicios y de escrúpulos en el que cualquier medio, incluso el más cruel, es considerado válido en la medida en que se asegure la consecución de un determinado fin. Recordamos al efecto, que el adjetivo «maquiavélico» era de uso común en el país, en un descaminado propósito de desmerecer el genio político del Dr. Balaguer.

Es maquiavélico en la acertada acepción del vocablo, no el político tortuoso, que presuponen quienes citan sin haber leído a El Príncipe, sino el que está autorizado a llamar las cosas por su nombre, y está autorizado a señalar con el dedo índice a sus contemporáneos.

Nicolás Maquiavelo fue el político que en su tiempo calificó de «felón» al que escribe lo que no siente; de «ladrón» al que de una u otra manera estafa al Estado; de «mentiroso», al que deforma la verdad, y da como un hecho una hipótesis, y de «asesino» al que mata prevalido de la influencia que da al poder.

Raro era el contemporáneo de Maquiavelo, que se escandaliza por sus ideas, expuestas a la luz del día, ya que las patrocinaba con hechos en todos sus términos. Fue un digno servidor de los Médicis y de los Borgias. Y fue como ellos, un protagonista de la moral prevaleciente en su época.

Cuando los Médicis dominaron en Florencia, Maquiavelo fue exonerado de sus cargos oficiales, acusado de conspirar contra el gobierno. Pero, el talento político que demostró en los trabajos que escribió en la prisión, entusiasmaron al público cultivado, sin exceptuar a los propios Médicis.

Vivió Maquiavelo, en un espacio histórico, en el que las poderosas familias gobernantes, los Médicis, los Borgia, los Papas León X y clemente VIIl, y tantos otros que hacían compatibles sus creencias religiosas con las crueldades más refinadas, con las traiciones más repulsivas con la lasciva más desordenada, sin detenerse en el incesto.

De todas esas experiencias sacó el autor de «El Príncipe» sus teorías para gobernar a los pueblos, y para vivir él. Es así como en su célebre breviario político, desarrolló su pensamiento, y dio las normas y consejos para adquirir y conservar el poder.

Como principio axiomático, para Maquiavelo «el éxito lo es todo en la política» Y en el éxito del Príncipe o el de la República, (o el del conjunto de súbditos al que el Príncipe gobierna), en cualesquiera de los dos casos, se prescinden de la moral universal, y no se toma en cuenta la justicia de los demás.

Cuando nos referimos a la moral universal de Maquiavelo, (la doble moral de que se habla en los tiempos que discurren), no entendemos por ella, un conjunto de leyes abstractas, sin bases en la realidad, sino, una manera de actuar, fundada en principios de justicia, que deberían observar todos los seres humanos. Y esa justicia, y esos principios, que nadie teóricamente niega, son extractos de «experiencias históricas», que la miopía mental de ciertos políticos, y de supuestos analistas criollos, que ignoran, que como lo solía decir el general Juan Vicente Gómez, «donde ronca tigre, no hay burro con reumatismo».

En una de sus máximas sentenció Maquiavelo, que «el Príncipe debe faltar a la fe jurada, cuando produzca un mal, y al romperla, debe hacerlo con apariencias de lealtad. «El Príncipe, debe valerse de la virtud como de una máscara útil, aunque abre en contra de ella».

Frondoso, y elegante historiador, Maquiavelo supo halagar por conveniencia, a los magnates de su época. Y su labor de filósofo y de jurista, con innegable talento, ha sido tervigersada, para hacer familiar el «maquiavelismo», como prototipo del político hipócrita y moralmente corrompido.

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