R.A. Font Bernard – El primer día

R.A. Font Bernard – El primer día

Luis Spota fue un prolífico novelista mexicano, fallecido en el año 1986. Sus obras literarias, de notables éxitos editoriales, tienen como tema central las incidencias de la actividad política partidaria, en la etapa que el historiador Enrique Krauze llamó «La Presidencia Imperial». Pero no obstante su superficialidad temática, y sus imperfecciones gramaticales, perdura bibliográficamente como las más populares.

Su novela titulada «El Primer Día» tuvo una secuencia de doce reediciones. Fue pirateada en nuestro país, el año 1978, y circuló con notable éxito, a favor de su afortunado editor clandestino.

Anteriormente, Luis Spota había publicado los títulos «Retrato Hablado» y «Sobre la Marcha», ambas logradas caricaturas relativas al sistema de sucesión de la época llamada «La Sucesión Tutelar». En esa época, con una sola excepción, el Presidente de la República próximo a cumplir su mandato, seleccionaba a su sucesor, para garantizar, según se argumentaba, «La Continuidad de la Revolución». O sea, el poder político como insomnio y como vicio.

En «El Primer Día», el jefe de Estado saliente, tras protagonizar su último acto oficial, con el traspaso del mando a su sucesor, se traslada a su hogar, en el que tiene que adaptarse de inmediato, a una secuencia de sorpresas.

Al asomarse a una ventana para mirar hacia el jardín, le sorprende la presencia de un grupo de jóvenes, que portan pancartas y vociferan. Le pregunta al militar que le fue asignado, qué hacían esos jóvenes en la proximidad de la casa que recién habita, y éste le contesta que son estudiantes universitarios, que se divierten alborotando con malacrianzas, propias de la juventud.

-¿Qué vociferan esos malcriados?

-Gritan que usted es un asesino y un ladrón.

-Cabrones, desalójelos.

-No se puede, Señor Presidente, porque su sucesor ha declarado que con él se ha iniciado una etapa de absoluto respeto a las libertades públicas, y que no se puede recurrir a la fuerza contra las manifestaciones de los estudiantes.

El ex Presidente reflexiona: «El poder trastorna a los sensatos y ensordece a los pendejos». ¿Dónde estaban los hombres y las mujeres que él había hecho ricos y poderosos, en los años en que gobernó? ¿Dónde los miembros del Congreso que a él, solo a él, le debían lo que eran? ¿Por qué no estaban en el entorno en su jardín, las limosinas de los contratistas, los industriales, los banqueros y los comerciantes a los que tantos miles de millones dio a ganar, en los felices años de su administración?

Sólo un desconocido, que le miraba de lejos, sin decirse a acercárcele, le entregaba, fuera de las rejas del jardín, su aplauso humilde. Don Aurelio le preguntó a su Ayudante Militar, quién era esa persona. Y éste le contestó que lo desconocía. Va al encuentro de éste, y al retornar le dice al ex Presidente que si era un ciudadano llamado Francisco Mario González, que aspiraba al honor de saludable. Se conocían, había dicho, desde cuando ambos eran empleados subalternos de la Dirección de Impuestos Nacionales.

-Invítelo a pasar.

-Paco, ¿qué has hecho en todo este tiempo?

-Trabajar, servirte con mi modesto esfuerzo, en el empleo donde me nombraste en la Dirección de Bienes Sociales.

-¿Sacaste provecho de él? ¿No tenías ingresos especiales, el porcentaje que se acostumbra recibir de los proveedores, los jefes de compra?

-No, Señor Presidente, mi mano entró limpia y limpia salió del empleo. De haberlo hecho, te hubiera traicionado, y esto nunca, primero muerto que defraudar tu confianza.

A solas, tras despedir a su viejo amigo, don Aurelio reflexionaba: «Hay tanta gente que se merece que se le ayude cuando se está en el poder, y sin embargo, son tantos los otros, que beneficiándose de la amistad del Presidente, lesionan su mandato con la comisión de vagabunderías».

«El Primer Día» es un retrato de la actividad política a la manera latinoamericana. Y es en ese ámbito donde la soledad de los Presidentes es total y absoluta. Con esa experiencia fue que nosotros nos tomamos la licencia de aconsejar a un recién juramentado jefe del Estado, con las advertencias de que se cuidase del poder destructivo de «la polilla palaciega»; que previo a la firma de cualquier contrato, sobre todo los de carácter internacional, leyesen cuidadosamente la llamada «letra menudo»; que se previniese de las «pequeñas brujas» aludidos por Shakespeare; que tuviese presente, que el poder político tiene corrientes subterráneas, que muchas veces, son aguas cargadas de inmundicias; que el que manda y ordena queda aislado de las realidades, y que inclusive, puede ser un secuestrado de los intereses creados, que merodean en torno al poder.

El General Santana le temía a las intrigas capitaleñas, y por eso se aislaba en sus posesiones de El Prado; el general Máximo Gómez le temía a las cucarachas; Trujillo le tenía adverción a los ciempiés. Y hay quienes le temen a los relámpagos, y a los muertos. Pero a lo que le deben tener miedo los Presidentes de la república es a lo adulantes, a los genuflexos, a los que solo saben decir: «Sí señor, lo que usted diga, Señor Presidente». Son esos los habituales desertores de «El Primer Día».

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