R. A. Font Bernard – En el espejo del pasado

R. A. Font Bernard – En el espejo del pasado

Las dificultades que confronta el presidente de los Estados Unidos de América, señor George Bush, en su declarada aspiración de ejercer un segundo período gubernamental, tiene un singular paralelismo con los obstáculos que se le interpone al Presidente Herver Hoover, el año 1932.

A ese, como a aquel, se le interpone una de las cíclicas crisis del capitalismo norteamericano. Son crisis que, conforme queda establecido, dan luz sobre la otra cara del poderío mundial de aquel país.

En torno a Wall Street, giran los grandes capitales del mundo, los que son redistribuido a la vez, a cortos o a largos plazos. Podría decirse, que el éxito de esa nación, como la primera potencia económica mundial, conlleva el germen de sus propios fracasos. En un reciente pasado, fueron Corea y el Vietnam, en el orden militar. Y en el presente, las quiebras y los escándalos financieros, de muchas de sus principales empresas comerciales e industriales.

El «carc» financiero del año 1929, a más de cuestionar la validez de las estructuras y de las teorías económicas, entonces aceptadas como reglas inmutables, frenó las aspiraciones reeleccionistas del Presidente Hoover. Ese año, no existían aún, los aparatos y útiles domésticos que en la actualidad son el exponente del «buen vivir». Nadie imaginaba entonces, la generalización de los equipos de aire acondicionado, los secadores de ropa, los radio-relojes, las medias femeninas de naylon, los bolígrafos, los cigarrillos con filtros, las multiplicadoras Xerox, los aparatos de música estereofónicos, las maquinillas de escribir eléctricas, y menos aún los ultramodernos «fax» y computadoras. Entonces, la economía norteamericana giraba en torno a las construcciones navales, la industria automovilística, el acero y la minería. El mercado de esos valores y sucumbió bajo su propio peso, arrastrando tras de sí, más de cinco mil bancos comerciales en toda la Nación.

Al actual Presidente Bush, se le acusa, como táctica política, de que no tiene una clara noción de los problemas nacionales de su país. Otro tanto se le solía atribuir al Presidente Hoover. Este inclusive, llegó a anunciar el inicio de un plan de economías a nivel nacional, que incluiría la cocina de la Casa Blanca. Con esto, invalidaba su promesa reeleccionista, en la que ofertaba «un pollo en cada cocina y dos automóviles en cada garaje».

El Presidente estaba convencido, de que un presupuesto equilibrado era «algo indispensable», «el factor más importante para reactivar la decadente economía». No se refería, sin embargo, a la dramática realidad que suponía que el presupuesto federal para el año 1932, arrojaba un saldo negativo de cuatro millones de dólares. Creía el Presidente, que la situación se resolvería por si misma, por lo que expresaba, que no toleraría experimentos irresponsables, emprendidos con el sólo propósito de «hacer algo». Y cuando el Congreso aprobó un proyecto de ley sobre asistencia federal, por valor de dos mil millones de dólares, lo vetó, tildando la medida congresional como una incursión sin precedentes en el erario. «No se construye un país, -declaró el señor Hoover- pellizcando el presupuesto».

Es obvio, que el Presidente Hoover consideraba la depresión como un problema de relaciones públicas. Creía que la pesadilla se esfumaría, con solo dar el lustre adecuado a la efigie del comercio del país. «La falta de confianza en los negocios -dijo en una ocasión-, es un pecado de extrema gravedad». La recesión era para él, un fenómeno psicológico. Y tal vez lo era, desde que el candidato demócrata, Franklyn D. Roosevelt, declaró en su primera intervención pública, el propósito de reanimar la fe del pueblo en sus autoridades. «Estos tiempos de infortunio -dijo el candidato demócrata- demandan la creación de planes que vuelvan a depositar la fe en el hombre olvidado, que ocupa la base de la pirámide económica». «El país, -subrayó Roosevelt- exige en estos momentos, ensayos audaces y sostenidos».

En las elecciones del año 1933, Roosevelt ganó en cuarenta y cuatro de los Estados del país, sustentando la convicción, de que solo había que tenerle «miedo al miedo».

Refiriéndose a la derrota del Presidente Hoover, en sus aspiraciones reeleccionistas, el ex Presidente Richard Nixon declaró posteriormente, que el señor Hoover tuvo la desgracia de intentar reelegirse en un mal momento para la economía del país. Algo en nuestro concepto, aplicable al actual Presidente Bush, como lo fue para el Presidente Hipólito Mejía, algo inexplicablemente no advertido por éste. Pero claramente percibido por el Presidente electo, doctor Leonel Fernández, conforme a la explícita declaración emitida, al día siguiente de su decisivo triunfo electoral.

Vencido por el «crac» económico del 1929, el Partido Republicano permaneció durante veinte años fuera del poder. En cambio, los demócratas lidereados por el Presidente Roosevelt, modificaron decisivamente, el panorama social de la Nación. Con el «Nuevo Tratado», se inició a breve plazo, la recuperación de la confianza del «hombre olvidado», en la virtualidad de la Justicia Social. Algo que aún está por implementarse en nuestro país.

En una extraña y aleccionadora coincidencia con lo que sucedió aquí el pasado día 16, en las elecciones norteamericanas del 1932, Roosevelt ganó con el 57.4 por ciento del voto popular, mientras que el Presidente Hoover solo fue favorecido con el 39.7. Como aquí, Hoover solo ganó en Vermont, Conneticut, y Pennsylvania.

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