R. A. Font Bernard – Invocación para los olvidados

R. A. Font Bernard – Invocación para los olvidados

Esfervorizados por un decisivo triunfo electoral, no contemplado un año antes, la mayoría de los dirigentes del Partido de la Liberación Dominicana manifiestan públicamente la prosecución de los más elevados empleos públicos, y de las prebendas, que conforme consideran, les corresponden, en reciprocidad a los méritos adquiridos, en los trabajos de proselitismo político y a las aproximaciones personales, que suelen atribuirse.

Se habla con aparente seguridad, de terminados consulados privilegiadamente rentados, y de posiciones burocráticas, en las que tras el aparente propósito de ayudar a los «compañeros de las bases», se cohonestan propósitos incuestionablemente mercuriales.

Se trata, por lo que se aprecia, que la mayoría de esos dirigentes no se percatan, de que en esta ocasión, ésto ya no aquello. Y de que, en las circunstancias en que el doctor Leonel Fernández asumirá la jefatura de la nación, su ya indisputable dimensión política nacional, estará comprometida primordialmente, con la misión de evitar, en el más breve plazo, un eventual naufragio de la institucionalidad de la nación. Por lo que consecuentemente, tendrá que constituirse en el eje cardinal de un gobierno, apoyado por todos los sectores políticos, sociales ya económicos, que sean acreedores por todos los sectores políticos, sociales ya económicos, que sean acreedores a la respetabilidad del país.

Fallecidos ya los llamados lideres tradicionales, y en una avanzada fase de desarticulación los partidos políticos, que hasta el recién pasado 16 de mayo, constituían la base de sustentación de la gobernabilidad, el doctor Leonel Fernández personifica el supremo liderazgo, un futuro promisorio, a la ahora inestable paz social de la Nación. Pero sobre todo, el triunfo electoral del doctor Fernández, le compromete, al margen de los compromisos partidarios, con la misión de darle oídos a la voz de los dominicanos olvidados. O sea, a los millones de seres humanos, que no tienen acceso a los pasillos palaciegos, y que como se comprueba, no son escuchados por sus representantes, en el seno del Congreso Nacional.

El Presidente electo se ha reunido ya, con los empresarios del más elevado nivel, y en particular con los que integran la privilegiada élite de la banca, la industria y el comercio nacionales. Pero se impone a la vez, que la voz de los olvidados sea escuchada personalmente por él, porque como se sabe desde los tiempos inmemoriales, cuando los de abajo se mueven, peligra la estabilidad de los que están arriba.

Juntamente con el rescate de la confianza pública, que fue una de las más impactantes promesas formuladas por el doctor Fernández, se nos ocurre creer, que el futuro jefe del Estado aprovechará el peso específico de su liderazgo, para higienizar todo lo que está podrido en la vida pública de nuestro país. Y que, como lo propuso don Simón Bolívar en el Congreso de Angostura, propondrá la instauración de «un cuarto poder constitucional», o sea el poder moral. Un poder, que como lo propuso el Libertado, «purifique no solamente lo que viola la Constitución, sino además, lo que viole el respeto a los derechos del pueblo».

Nosotros no caeremos en la ingenuidad de creer, que el doctor Fernández vaya a ignorar los compromisos contraídos con su base partidaria, y con los sectores externos que le dieron soporte a su candidatura para la jefatura del Estado. pero confiamos, que su compromiso con la estabilidad institucional de la Nación, le dimensionará la percepción, de que el país está urgido de reformas sociales y económicas. Sobre todo, porque para los dominicanos olvidados -la inmensa mayoría del pueblo-, el tiempo de esperar ya está vencido. Esas reformas, subrayamos, tendrán que ser impuestas desde el poder, y en su próximo ejercicio presidencial, porque de no imponerlas él, en el más breve plazo, las impondrá la violencia popular, apoderada del dominio de la paz pública.

Con la intuición que le era característica, Trujillo advirtió oportunamente, los cambios sociales impuestos a nivel mundial, por los acontecimientos subsiguientes a la Segunda Guerra Mundial. Y fue por ello, por lo que impuso, a su manera, el Código del Trabajo, la ley del Seguro Social, la dirección general del Comité de Salarios, el control de los Alquileres y Desahucios, y la dirección de Auxilios y Viviendas, con los que afianzó la estabilidad de dictadura.

En su memorable discurso de juramentación, el 27 de febrero de 1963, el profesor Juan Bosch dijo, que «un gobernante democrático, debe tener los oídos abiertos para oír la verdad, los ojos activos para ver lo mal hecho antes de que se produzca, y una mente vigilante, para que nadie ponga en juego la libertad de cada ciudadano». A lo que nosotros nos tomamos la libertad de añadir, en el caso específico del doctor Fernández, el aprovechamiento de los poderes de los que estará investido por el voto libérrimo de más de dos millones de dominicanos, para reivindicar la virtud de la prudencia, y para constituirse a la vez, en un silencioso de la acción.

Supondría una candidez inconcebible en nosotros, suponer que a partir del próximo 16 de Agosto, quedarán erradicadas de nuestras vida pública las muchas cosas del pasado que fueron malas, junto a las otras tantas del presente, que no son buenas. Pero nos asiste la convicción de que, en este segundo aire, el doctor Fernández sacará de su entorno, el vuelo razante de las aves de corral, en una ratificación de la sentencia hostosiana, conforme a la cual, «civilizarse no es más que elevarse en la escala de la racionalidad humana».

Confiamos finalmente, que en esta segunda oportunidad, el doctor Fernández habrá dispuesto del tiempo necesario, para reflexionar en torno a la soledad del poder, y a la percepción de que ocasionalmente, quien manda en el Palacio Nacional, es un secuestrado de los intereses creados. El doctor Fernández, eruditamente cultivado, ha leído a Shakespeare en su idioma natal, por lo que debe saber, que a Macbeth lo perdieron sus brujas.

A nosotros se nos ocurre designar, el próximo 16 de agosto, como «la hora cero». O sea, la hora de sembrar metafóricamente el grano como la unidad viva. O sea la unidad de la utilidad, sin particularidades, y con la precisión numérica, de que a cada quien lo que le corresponda. Pero conforme se lo encarecemos, con un orden preferencial en favor de los dominicanos olvidados.

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