R. A. Font Bernard – Vivido y anotado

R. A. Font Bernard – Vivido y anotado

El encargado del Protocolo del Palacio Nacional nos transfirió al señor Francisco Sosa, para que le recibiésemos y nos informarse el objeto de la solicitud de audiencia que había formulado a Trujillo. En tales casos, se preparaba un memorándum, que en su oportunidad era «elevado para el conocimiento y decisión de la superioridad».

Teníamos frente a nuestro escritorio, al señor Francisco Sosa, natural de Los Llanos, toda una pintoresca figura decimonónica: traje de dril «crash» blanco, posiblemente confeccionado por un sastre rural, sombrero de pajilla de los fabricados por M. Antuña & Cía zapatos blanco y negro, y sobre todo, un resplandor dorado en la dentadura, artesanalmente orificada.

-Exprésenos, señor Sosa, el objeto de su solicitud de audiencia, con la seguridad de que lo manifestado por usted será llevado al conocimiento del ilustre Jefe, el Generalísimo y Doctor Rafael L. Trujillo Molina.

-No señor- nos respondió el visitante yo he venido con el interés de ver a «Chapita», con quien tengo una buena amistad allá por el año 16. Si usted le dice que se trata de Pancho Sosa, de Los Llanos, él me recibirá inmediatamente.

(Estábamos en el mes de abril de 1959, y el Palacio Nacional era un antro de intrigas, recelos y temores. )Se nos había encomendado recibir al señor Sosa para perjudicarnos? )Era acaso una zancadilla del propio Trujillo, que ya no creía en nada ni en nadie? )Nos habíamos extralimitado en las charlas que sosteníamos en el bar del chino Joa, en el hotel Comercial? )Nos había delatado el bibliotecario del Palacio, cuya vigilancia burlábamos para leer los periódicos y las revistas extranjeras, cuya circulación estaba prohibida en el territorio nacional?.

Desde Cuba y Venezuela el servicio consular le enviaba a Trujillo, informes inquietantes, relacionados con la posibilidad de que se estuviese formando un movimiento clandestino dentro del país. Y en el mes de marzo anterior, el dictador le había declarado a la prensa que «si los agresores quieren ver barbas y sesos volando como mariposas, que se acerquen a nuestras playas». Las relaciones entre Trujillo y Fidel Castro se había tornado irreconciliable, a consecuencias de la acogida que aquel dio al fugitivo Presidente Batista, a cambio de cinco millones de dólares, según se comentaba.

Un enjambre de aventureros, -entre ellos algunos senadores americanos- viajaban al país, tras la bolsa siempre repleta de dólares del dictador. Entre éstos recordamos al malabarista.

Alexander Guterman, que le estafó con un millón de dólares, en un proyecto publicitario internacional, que no cuajó.

En esos días, la sombra omnipresente del coronel Johnny Abbes, era motivo de intranquilidad entre los funcionarios y empleados del Palacio Nacional. Y sobre todo, era perceptible que el régimen y el Jefe declinaban irremediablemente. Se desconfiaba hasta del vicepresidente de la República, doctor Joaquín. Recordamos el día en que Trujillo, después de almorzar, simuló que se retiraba, para volver bruscamente al despacho del vicepresidente, para reprocharle que éste recibía personas que no eran amigas del gobierno.

En los días iniciales de enero, Trujillo había invitado a almorzar a varios altos oficiales de las Fuerzas Armadas, y les había tildado de incompetentes y haraganes. Uno de esos oficiales figuraría posteriormente, en los acontecimientos del 30 de mayo del 1961.

El señor Sosa continuaba hablándonos, pero nosotros petrificados por el terror, solo atinábamos a apreciar el brillo de su dentadura orificada.

– Señor Sosa, nosotros no conocemos a ninguna persona identificable por el nombre que usted ha expresado. Puede retirarse, porque debemos atender a otra persona.

– )Cómo no va a ser, -nos replicó- Chapita y yo nos conocemos desde cuando él trabajaba en el ingenio Las Pujas. Vea usted lo que yo le traigo para que me recuerde. Nos extendió un pedazo de papel, con una escritura lápiz, desvaída por el tiempo, cuyo texto memorizamos. «Amigo Sosa mándame dos botellas de ron Miramar, tres latas de sardina, una lata de galletas y diez (sic) pesos oro. Te los pagaré en la próxima (sic) quincena. Rafael Trujillo. «La rúbrica no era igual a la que catorce años después, tendría un peso específico, superior a los dictados de la Constitución de la República.

Salimos hacia la oficina próxima a la que ocupábamos, en la que trabajaba el «asistente especial», buen amigo nuestro, entonces favorecido por su misión extraoficial, para el libre paso al Despacho del Generalísimo. Le confiamos la embarazosa situación que se nos había presentado, y éste, invitó al señor Sosa para que le acompañase al despacho suprapresidencial.

Pasado un tiempo que a nosotros nos pareció la eternidad, el «asistente especial» retornó acompañando el señor Sosa, quien jubiloso nos mostró la cantidad de cinco mil pesos que le había obsequiado el «ilustre y querido Jefe».

La Superioridad -según nos informó el «asistente especial», reconoció de inmediato a su visitante, preguntándole si ya no era mujeriego, y si tampoco era aficionado a la lidia de gallos. Conversaron en torno a un amigo común, identificado como «el coronel Berroa», ya fallecido. Y tras leer el «documento»que el señor Sosa le entregó, el Jefe le dijo que ya él estaba muy viejo para parrandear como antes. Lo despidió con una aparente cordialidad, y le ofreció un revólver para cuando volviesen a verse en el Palacio.

Unos días después, mientras departíamos en el bar del chino Joa, el «asistente especial» nos dijo, con aparente extrañeza, que el señor Sosa, había fallecido en un accidente de automóvil, en la carretera de Hato Mayor. La información era para nosotros transparente, y recordando el accidente automovilístico de Gloria Viera, nos percatamos de su intencionalidad.

El año 1959 fue decisivo para la dictadura. Y el accidente en el que perdió su vida el Secretario del Trabajo, Ramón Marrero Aristy, hizo variar muchas lealtades, y aumentó el terror entre los entonces inquilinos burocráticos del Palacio Nacional. En el verano de ese año estalló el trueno del 14 de Junio. Y fue el principio del fín. Trujillo ya era una sombra.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas