R.D. proyectada en el tiempo

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LUIS R. SANTOS
Hace más de cien años que José Ramón López, en un artículo periodístico, afirmó que los dominicanos sólo tenían dos grandes pasiones: bailar y tumbar gobiernos. Argumentaba que los ciudadanos de este país sólo eran capaces de ponerse de acuerdo para conspirar contra el gobernante de turno, fuera éste de facto o de derecho, y para agruparse en clubes sociales para danzar al compás de los ritmos de moda.

Cien años después parecería que hemos avanzado mucho, que somos un pueblo muy distinto al de entonces. Y lo somos. Estos cien años transcurridos han servido para construir un país o nación con grandes logros, pero con grandes frustraciones, con una desigualdad social descomunal y con muy pocas perspectivas para el futuro inmediato. Se dirá que el dominicano siempre ha sido pesimista y algunos atribuyen este pesimismo a nuestros orígenes, a ese amasijo de razas y culturas que nos dieron identidad. Pero en estos instantes hay razones más que suficientes para estar o ser pesimista.

Si nos convirtiésemos en brujos o zahoríes y echásemos una mirada al futuro llegaríamos a la conclusión de que realmente tenemos escasas posibilidades de contar con un mejor país en los años venideros. Y es que República Dominicana, al igual que la mayoría de los países latinoamericanos, no sale de una. Cuando no es un gobierno irresponsable, indolente, derrochador y corrupto, es una crisis internacional que nos afecta. Como es el caso actual.

Los males más graves, y que dificultan el alcance de un desarrollo con cierta equidad, parecería que no tienen solución.

El tema del bajo nivel educacional de nuestro pueblo es y seguirá siendo noticia por mucho tiempo. Aquí no hablamos solo de los niveles de escolaridad, que son de los más bajos de todo el continente, sino también de esa falta de educación ciudadana, de ese permanente irrespeto a la ley y a las normas del buen convivir. Porque hay países con baja escolaridad pero con altos niveles de educación ciudadana, que facilitan la convivencia entre unos y otros.

Otro de los problemas que mayor gravitación negativa tiene en nuestro desarrollo es el asunto de la energía eléctrica. Ya las actuales autoridades han dejado claro que el Estado no tiene capacidad para resolverlo, y mucho menos ahora con esos brutales precios del petróleo en el mercado internacional, precios a expensas de la especulación de los grandes capitales, a expensas de la voluntad de algunos países a los que sólo les interesa recibir barriles de dólares a costa del sufrimiento de los otros.

El problema de la inmigración haitiana tampoco tiene solución. Y no tiene ni tendrá porque a pesar de las dificultades que entraña, el asunto tiene demasiadas aristas, y muy cortantes. Es un problema demasiado complejo. Los dominicanos necesitamos a los haitianos y ellos nos necesitan aún mucho más. Pero la falta de regulación, de control, de políticas claras y a largo plazo convierten al tema haitiano en un laberinto, en una calle con salida a ninguna parte.

República Dominicana no podrá seguir avanzando al paso necesario mientras nuestros dirigentes políticos sólo estén preocupados por sucederse en el poder para repetir los mismos vicios de sus antecesores. No llegará a ninguna parte mientras no se cambien los métodos de hacer política, mientras no se controle el saqueo a los fondos públicos y no se castigue a la delincuencia aposentada en los poderes público y privado.

Nuestro país no llegará a buen puerto mientras los gobernantes y sus equipos sigan haciendo fiesta con los fondos públicos para que después sea la clase media y pobre quienes recojan los desperdicios de la parranda. Caso de los préstamos internacionales. Caso de los bancos quebrados a fuerza de fraudes y complicidad oficial.

No llegará a ninguna parte mientras tengamos una justicia tuerta y un ministerio público político, que mueve expedientes de acuerdo a sus intereses. No llegará a ninguna parte mientras la clase media dominicana siga siendo tan indolente, tan mansa, tan dócil, que soporta todas las diabluras que le ponen a sus espaldas.

No llegaremos muy lejos porque el Estado no tiene capacidad para controlar el problema de la delincuencia y la consecuente inseguridad ciudadana. Y no tiene capacidad porque ese mal no es un fenómeno que ha surgido producto de una coyuntura sino de todo un tortuoso y largo proceso, en el que se han conjugado un sinnúmero de factores: indolencia social, irresponsabilidad, falta de visión, de solidaridad, entre otros tantos.

Cuando quiero hacerme una idea clara del país que tendremos le pregunto a la muchacha del servicio cuántos hijos tiene, cuántos hermanos y dónde viven. Ella, casi siempre, tiene tres o cuatro hijos de distintos padres, que viven con ella o con sus abuelos en un campo o en un arrumbadero de marginales en una ciudad. Entonces llego a la conclusión de que República Dominicana será en el futuro un paraíso para las élites políticas y económicas. Un purgatorio para la clase media y un extenso infierno para la gran mayoría.

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