Rabiosa delincuencia
Con canes rabiosos  en las calles,  surgirá la autodefensa de barrios

Rabiosa delincuencia <BR>Con canes rabiosos  en las calles,  surgirá la autodefensa de barrios

Si miles de perros rabiosos comienzan a morder personas en todas las ciudades del país, me pregunto si cada ensanche o barrio esperará tranquilo a que la situación sea solucionada por empleados del estamento público anticanino.

Supongamos que una dirección antirrábica tenga un monopolio o derecho exclusivo para actuar contra los violentos animales.  Ancestrales creencias sostienen que así se logra eficiencia (más captura a menor costo), equidad (distribución de recursos por variables demográficas), trato no discriminatorio (igualdad castigo sin importar pedigrí) y nada  de crueldad contra la amenaza del callejero del “sol a cuestas, fiel a su destino y a su parecer, sin tener horario para hacer la siesta, ni rendirle cuenta al amanecer”.

¿Se mantendrán los ciudadanos enclaustrados en sus viviendas hasta que la ONAP encuentre para los miembros de la unidad antirrábica “el salario filosofal”, esa remuneración mágica que, una vez depositada en sus cuentas, los hará enfrentarse, gallardamente y sin protección, hasta al pitbull campeón de las peleas clandestinas? No. Ladridos feroces, gritos desgarradores y velorios recordarán que ese rollo salarial cumplió un siglo y tendrá vida eterna.  En la misma jaula con los perros, deben estar los que creen que jueces justos, fiscales íntegros, policías insobornables, médicos virtuosos y profesores responsables se consiguen automáticamente mejorando sueldos. Idea manida y absurda que, además, es una afrenta para miles de servidores públicos honestos en esas ocupaciones.

Con canes rabiosos esperando en las calles, no tomará mucho tiempo a las juntas de vecinos unirse para la autodefensa de su sector, independientemente del nivel de apoyo que puedan recibir de las autoridades. 

Por la  magia de la división del trabajo, propia de la naturaleza humana, veremos al que pueda manipular un arma de defensa como soldado, voluntario y motivado, y otras funciones para vencer los perros distribuidas de acuerdo a la capacidad que revelen los dolientes del problema.

   El serrucho de pesos, hoy ya  no redimibles en oro, permitirá conseguir los recursos para el combate.  Brazos para bloquear entradas, cámaras para vigilar las calles por Internet, raciones alimenticias a vigilantes, consultoría de seguridad y otros recursos o contrataciones están disponibles, o surgirán, en variedad ajustable al ingreso del sector.

Así, en lo que autoridades analizan las causas de la invasión perruna, estrategas electorales cotejan logros antirrábicos por período, oficial espantado depura su personal y candidatos buscan el matacan  que resolverá el problema en agosto del doce, la isla amanece un día llena de barrios con control privado, sin perros rabiosos, en armas contra la delincuencia, y un  fervor libertario austríaco.

Todo cortesía, ahora sí, de ese “callejero de las cosas bellas” de Cortez, e indiscutible “mejor amigo del hombre”.

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