Racionalidad o Locura

Racionalidad o Locura

Uno de los primeros conceptos que se aprende cuando se estudia economía es el de utilidad. Utilidad es la sensación de placer, satisfacción o bienestar que nos produce el consumo de una mercancía. Dice la teoría que a mayor consumo material, mayor utilidad. Es decir, la felicidad de poseer dos carros es el doble de la felicidad de tener sólo uno. O casi.

Ciertamente, plantean los economistas que cuando aumenta el consumo, paralelamente aumenta la utilidad, pero no proporcionalmente. Ello se atribuye a la psicología de que apreciamos relativamente menos lo que ya tenemos mucho, al contrario de lo que menos tenemos. La grama siempre es más verde en el jardín del vecino. Como no podemos tenerlo todo (nuestro presupuesto es limitado), nos movemos entre deseos distintos y alternativos hasta llegar a un punto en que el consumo adicional de cualquier bien nos reporta igual utilidad. A esto le llaman el equilibrio del consumidor.

Inmediatamente un estudiante aventajado levanta la mano y comenta:

– Nada de eso es cierto puesto que hay cantidad de actividades o acciones que producen enorme satisfacción, y nada tienen que ver con el consumo.

Bien, aunque por algo dicen que no se tiran piedras a las pirámides, y “el conocimiento” es una de esas construcciones. Jeremy Bentham (1748-1832), el que primero estructuró estas ideas, ya había pensado en ello. La utilidad no se deriva únicamente de la propiedad o el consumo mercantil o material. Esta es la base de la economía, pero nada más. No obstante el principio sigue en pie: todo lo que hacemos, si es que somos racionales, tiene un propósito utilitario inmediato o diferido. Pongamos un ejemplo extremo: la vida monacal. Cuando un individuo decide retirarse del mundo sensual y hedónico, rechazar el cuerpo, negar los placeres al punto de martirizar la carne, ¿por qué lo hace? Lo hace porque esas renuncias le prometen una vida de felicidad en el más allá. Pero, felicidad ¿cómo? Seguramente no la sensación de vanidad por tener el mejor carro entre un grupo, de orgullo por ser el más ilustrado o de soberbia por ser el de mayor poder. Una sensación de paz, tranquilidad, armonía. Seguramente bajo el título de utilidad podemos poner cosas diferentes pero todas sin excepción fuentes de bienestar, es decir, de utilidad. La utilidad –vale decir, la felicidad- es la guía de nuestras acciones.

Quien prefiere el placer al dolor (en cualquier plazo) es racional, y quien prefiere el dolor al placer es un loco. La racionalidad -¿qué me o nos conviene?- es el principio  de la actuación inteligente. El otro es la información. La mayor parte de las veces se piensa de la información como imágenes incorporadas en un código textual (la inflación este año será de un 3.7%, según Míster Banco Central, por ejemplo), pero no siempre es así. Algo tan elemental como “el fuego quema” también es información, información que se digiere más directamente entre las emociones que por la lógica formal.

Bien, creo que ya tenemos los elementos para tomar decisiones racionales. Pongámoslo a prueba: ¿nos conviene la fusión con Haití? Ahora no voy a entrar en una discusión de si se trata de una real fusión, si es un “Estado Confederado” (tremenda potencia regional resultaría), de una invasión pacífica, etc. La presencia masiva y creciente de indocumentados haitianos, ¿le conviene a los dominicanos? Ahora tenemos que hacer un flujo de caja: en la línea de los ingresos ponemos las ventajas de la inmigración ilegal, y en la de los gastos las desventajas. Esto lo hacemos no sólo para hoy, para este año, sino para todos los años por venir por los próximos, digamos, quince años. Si el resultado neto (y descontado) es positivo, entonces nos conviene. En caso contrario, no.

Empecemos por las “ventajas”. La aparente y obvia ventaja de la inmigración ilegal son los bajos salarios a la mano de obra sin calificación. Esto se transmite al costo –no necesariamente al precio- de los bienes intensivos en mano de obra (construcción, agricultura). No es que las cosas no pudiesen hacerse de otra manera. De hecho, se hacía diferente antes y se hace diferente en otros países (hay cantidad de países que construyen y siembran sin mano de obra ilegal), pero los salarios deprimidos distorsionan los precios relativos. Un apartamento cotizado en términos de servicios médicos, por decir, es ahora más barato que si el salario lo decidiera el mercado interno de trabajo únicamente. Hasta aquí las “ventajas”. Aunque no. Entre las ventajas debemos incluir la satisfacción de sentirnos conscientes de la desagracia ajena y solidarios. Y hasta podemos incluir las bendiciones y cielo-puntos que reciben quienes levitan cuando se convencen de que viven sólo para promover el bienestar de los más débiles del mundo. (Aunque para ello cobran unos jugositos cheques en dólares). Se acabaron las “ventajas”. Aunque todavía no: hay que incluir las donaciones a las oenegés, ingresos “no reembolsables” y demás figuras de la “ayuda” exterior con que se lubrica la solidad con Haití y que entran al país. Hasta otras “facilidades”, entre ellas el financiamiento exterior, que se retirarán no bien el clavo haya pasado. Ahora sí…

Vayamos a los costos: por una cuestión de espacio simplemente las señalizo: 1. Exceso permanente de oferta de mano de obra sin calificación que mantiene deprimido el salario. 2. Socavamiento de las bases para la incorporación de tecnología. 3. Uso sin contra prestación de la infraestructura de servicios sociales: servicios de salud, educación, transporte. 4. Aumento de la indigencia. 5. Importación de enfermedades infecto-contagiosas. 6. Importación de hábitos de higiene deplorables. 7. Importación de hábitos y costumbres primitivos y extraños a los nacionales. 8. Desdibujamiento del perfil nacional.

Claramente, el valor actual neto es muy negativo. Entonces, ¿por qué no reaccionamos? Los principios son claros: la percepción de los daños potenciales, sobre todo a largo plazo, no llegan a la población común con suficiente fuerza, una población ya de por sí atribulada con tantos problemas. Pero ya llegarán, con total certeza. Entonces empezaremos a reaccionar, y seguramente no de la mejor manera. Esto es, si somos racionales. Porque si no, somos locos. O quizás ya nos estamos volviendo.