Racismo 03: Por qué no siento temor por las fieras

Racismo 03: Por qué no siento temor por las fieras

Nunca siento temor por tiburones, panteras, ni fiera alguna. La razón no es que ya tenga suficiente temor de Dios y dé poca cabida a otros temores, sino que, probablemente al igual que usted, no nado en aguas profundas, ni me interno en sus selvas, ni me acerco a sus jaulas.

Contrariamente, cuando veo un leopardo (en la pantalla), admiro su belleza y agilidad, siento ternura hacia sus cachorros,  y pesar por las especies en extinción. Desde que dejamos de ser menos pobres y menos numerosos que los haitianos, los dominicanos hemos estado, hasta ahora, muy tranquilos con su vecindad, y sobre todo con su presencia en bateyes, campos arroceros y plantaciones de café en las montañas. O desplazándose con humildad y sigilo, de una construcción a otra, en los grandes centros urbanos, sin mayores pretensiones en cuanto a derechos laborales y humanos, ni a status social. Incluso, estamos acostumbrados a ver sus condiciones de vida como cosa natural, sin preguntarnos si ello tiene algo que ver con nuestra condición de prójimos suyos.

Alejandro Portes, una autoridad mundial en migración, explica que a los inmigrantes latinoamericanos que más se discrimina en los EUA no son los primeros  en llegar, pues estos, aún siendo analfabetos y no hablar inglés, permanecen tranquilos y quietos, sin mayores aspiraciones, en los trabajos sencillos y con menores ingresos, que los norteamericanos no desean hacer. La discriminación se ejerce más notoriamente sobre sus hijos, cuando estos empiezan a demandar espacios y  servicios públicos, y aspirar a los empleos preferidos por los blancos. El filme West Side Story narra con pormenores los conflictos entre los diversos grupos hijos de inmigrantes, que apandillados se disputan el dominio de los barrios de Nueva York.

Finalmente nos ha llegado el momento de determinar cómo vamos a manejar determinados conflictos que necesariamente aumentarán con los días, y de preguntarnos si seguiremos  cacareando nuestro no racismo, nuestro orgulloso crisol de razas, o si, por el contrario, haremos como en Sudamérica, que tienen indios buenos, como Lautaro y Colo Colo, es decir, los de la historia; e “indios de miéchica”, que son los millones de indígenas que viven en las vecindades pobres de sus grandes capitales; o si bloquearemos a los descendientes de haitianos y también,  (porque también eso vendría), a todo ciudadano que se les parezca. Porque cuando eso suceda, todos sentiremos miedo del daño moral y psicológico que ese fenómeno causaría a nuestra paz racial. Sabemos de qué estamos hablando. Por tanto, cuanto más temprano iniciemos la labor de integración de estos naturales y de legalización de los trabajadores haitianos residentes, menos penoso será este necesario e inevitable proceso. 

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