.En la calle hubieran preguntado, de inmediato, con qué se come eso, y es probable que el sonoro apellido que esta vez le agregaron los amigos de Haití haya sido la causa de que nuestro nacionalismo mas enconado y beligerante haya reaccionado con tibieza a la exhortación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) al gobierno dominicano a reconocer el “racismo estructural” que sufren las personas de ascendencia extranjera en el país, sobre todo los de origen haitiano. La misma acusación de siempre, si se fijan bien, solo que mejor presentada, y casi en tono amable y consecuente. Y además precedida, como para que duela menos el puntillazo, de una evaluación positiva, casi elogiosa, de nuestros esfuerzos por hacer respetar los derechos políticos de las personas dominicanas de ascendencia haitiana que residen en territorio dominicano, empañados por ese “racismo estructural” del que parece no podremos librarnos nunca. ¿Pero hay racismo estructural en la República Dominicana? Claro que sí, pero también lo hay en Estados Unidos, y nadie anda estrujándoselo en la cara ni pidiéndole cuentas por eso. Por suerte, o porque muchos todavía no tienen muy claro lo que realmente significa, lo del racismo estructural no provocó el previsible alboroto en sectores que han demostrado tener el nacionalismo a flor de piel. Pero tampoco el gobierno, demasiado atareado en la campaña que procura reelegir al presidente Danilo Medina, quiso darse por aludido a la afrentosa exhortación. Una decisión inteligente, pues cuando se trata del “problema haitiano” está requete demostrado que sin importar lo que hagamos, o cuánto nos esforcemos, siempre será insuficiente para la parcializada comunidad internacional.