Radiaciones opuestas

Radiaciones opuestas

Cada cierto tiempo me vienen a la cabeza imágenes de la ciudad  colonial de Santo Domingo que conocí siendo niño.  Edificios, personajes populares, establecimientos de negocios, procesiones religiosas, se agolpan en mi memoria como un enjambre de impresiones amables.  Cuando esto ocurre escribo acerca de ese mundo, parcialmente “perimido” en  espíritu,  pero conservado en su antigua arquitectura.  Entre las personas que he mencionado figura en primer lugar un loco, inteligentísimo y cordial, que fue mi amigo por muchos años.  Este loco, que sembraba relojes para cultivar un mítico “árbol de las horas”, también había inventado una máquina de “fabricar poemas”.

 Escribí hace años un artículo titulado “Locos y cuerdos: misterio doble”, centrado en la persona de aquel perturbado mental.  Con este motivo grabé un programa de televisión, con el doctor Enerio Rodríguez, encaminado a examinar tanto la locura como la cordura.  Poco a poco, he ido “segregando” un libro acerca de nuestra ciudad colonial.  Intenta reproducir el comportamiento de algunas mujeres excepcionales, que emigraron durante la época de Trujillo, contrajeron matrimonio con extranjeros y regresaron a su país siendo viudas.   Digo “segregar” porque se trata de una substancia emocional producida por mis propias vísceras.  Algo más “glandular” que periodístico o literario.

 Me asombran las transformaciones sufridas por algunas familias radicadas en la ciudad colonial.  Especialmente el empobrecimiento de sus economías, el deterioro de los patios, los cambios en “los estilos de vida”. Esta “sociografía intramural” oscila entre el reportaje de evocación del pretérito y el simple “drenaje” de recuerdos.  La llamada evolución de las costumbres juega aquí un papel como parte del crecimiento demográfico de las ciudades.  Las precisiones y sabidurías desplegadas por Enerio Rodríguez en conexión con el tratamiento de la demencia, no despejan todas las incógnitas de la personalidad de “mi loco predilecto”.

Un día él declaró solemnemente: Dios es una radiación electromagnética que define el orden del universo.  Podemos ser clarividentes o geniales si nos ponemos en el camino de la radiación divina. Es más fácil percibir la ruta de noche  porque no nos distraen los objetos del mundo.  El problema es que esas radiaciones son opuestas y complementarias.  Quien se expone a tales radiaciones cósmicas corre el riesgo de volverse loco.

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