No deben hacerse comparaciones absurdas. Cuando la Era, ésta era una ciudad hermosa. Limpia, segura, aldeana, casi bucólica, como en Semana Santa. Lo que la afeaba era la Dictadura. La cruel tiranía de Trujillo, que asfixiaba y no dejaba ni un resquicio de libertad. La Ley y el Orden no eran metáforas. Se imponían con dureza, con razón o sin ella. Eran tiempos tenebrosos que garantizaban la paz de no conspirar ni alzar la voz contra Trujillo.
La paz del cementerio. Muchos jóvenes no llegan a comprender esta realidad; y aun los mayores, adoloridos, desencantados y aterridos por el desorden, la anarquía, la falta de autoridad e impunidad existentes (fruto de una democracia parida de corrupción y libertinaje) propugnan por una mano dura, como si el respeto a la ley y al orden estuviesen divorciados en un régimen auténticamente democrático.
Ciudad de enormes contrastes, no tan bella como parece y merece ser, por causas difusas y hechos innegables, sigue siendo la primada con todos sus pesares, con su hermoso Mar Caribe, de aguas cálidas que bordean sus costas; con su zona colonial, atesorando riquezas patrimoniales como le corresponde. Más moderna y modernizada, no siempre con el mejor gusto, se luce con ojos de turista atractiva por ser tan pretenciosa: Un Nueva York Chiquito, con túneles y elevados y un costoso Metro que cruza el pantano y no se mancha para solaz y complacencia de unos cuantos afortunados.
Con lujosos y exclusivos residenciales; enormes plazas comerciales; torres elegantes y fantásticas que casi ensombrecen el cielo, no soporta la mirada de orfandad de los pedigüeños que deambulan día y noche por calles y avenidas; ni la amenaza del triste entorno, de sus barrios marginados por un sistema injusto que discrimina gente laboriosa, empobrecida, desempleada, con ansias de salir de sus miserias sin saber cómo. Miedosa la clase pudiente, igual que todos, ante el crimen y la violencia generalizada que no conoce distingos; que extiende sus redes a seres inocentes no extraños a su fortuna. La ciudad se ha convertido en una ciudad peligrosa que ha perdido la anhelada paz, que no garantizan los guardianes privados ni la policía montada, tan lejana como la Amet que desordena y auspicia el tránsito vehicular, caótico y agresivo. Catapultada por la ineficiencia y la iniquidad de las autoridades que la desgobiernan, la basura se hace dueña y señora de mi ciudad y sus barrios.
Aguas estancadas de cañadas, y ríos que desembocan en las playas todos sembrados de fiebres infecciosas, donde no faltan desechos industriales. Nuestra ciudad luce abandonada e insegura, perdida su belleza natural y el orden que nadie cuida ni atiende. Porque líderes y dirigentes políticos y empresariales, sindicales y gremialistas, descuidan sus deberes éticos y sus obligaciones para con su pueblo, privados de servicios básicos. De corta visión, sólo atienden sus propios intereses feudales, sin comprender que su angurria nos mata a todos. Que todos perderemos si al final se nos escapa de las manos el terruño que amamos por falta de voluntad, sensatez e inteligencia noble para desarrollar, defender y educar al necesitado: el único que garantiza la paz verdadera, el bienestar y el desarrollo de toda la Nación.