Este viernes será desvelizada una tarja con el nombre de mi compadre-hermano Rafael Atilano Díaz Vásquez para designar un aula de la Universidad Católica Tecnológica de Barahona (UCVATEBA), institución fruto del desvelo, la decisión, el emprendimiento, la dedicación, el tesón, la visión de futuro, el amor a la Patria chica, la conciencia de que el desarrollo va aparejado con una sociedad donde sus mujeres y sus hombres sean cada vez más capaces profesionalmente y mejores ciudadanos.
En esos menesteres anduvo mi compadre-hermano, acompañado por un grande hombre que dejó hermosos frutos a su paso por el ejercicio de su sacerdocio: monseñor Mamerto Rivas, quien se convirtió en otro suroestano.
Muchas otras mujeres y hombres participaron en convertir ese sueño en realidad. Sueño que el compadre-hermano compartió conmigo durante décadas, en el descanso entre el estudio de una materia y otra, en las discusiones sobre el uso correcto del idioma el cual Rafael llamaba, el bello uso, del cual era un excelente cultor.
Hombre de estudio y de acción. Maestro por herencia y vocación, hijo de una mujer ejemplar como esposa, como madre, como emprendedora, quien creó junto a sus hijos un excelente colegio en Santo Domingo Este ante la carencia de aulas en centros de estudio calificados en la década de 1960.
Mi compadre-hermano, fue uno de los pilares de ese colegio creado por su madre, la maestra Elixiva María Vásquez de Díaz, la querida Doña Nena. Desde allí no solo instruyeron a los jóvenes en la dedicación a los estudios sino también en el amor a la Patria.
Patria a la cual le sirvió Rafael Atilano durante la gloriosa Guerra de Abril de 1965, con sus inestimables y discretos servicios a la Presidencia de la República en Armas.
Su vocación desarrollista se plasmó en realidad cuando le correspondió ser el principal directivo, organizador y poner en marcha el Instituto de Desarrollo del Suroeste (INDESUR) a cuya labor dedicó varios años de denodados sueños, esfuerzos y logros, de los cuales hablaba como se refiere un padre a sus hijos.
Rafael Atilano era un hombre de una reciedumbre moral tan sólida como el corazón del guayacán. Fino escritor de inspirados versos continuaba la tradición sembrada por el insigne poeta neibero del siglo XIX Apolinar Perdomo, la música de cuyos poemas llamó la atención de su tiempo, por el esmerado y depurado uso del idioma, que fue una de las grandes preocupaciones de Rafael.
Rafael junto a doña Nena forman parte del parnaso neibero juntos al poeta Armando Sosa Leyba, Ángel Atila Hernández Acosta (Quinito), narrador y poeta, de la generación del 1948, quien se distingue por sus cuentos y novelas.
Ese es el hombre cuyo nombre honrará mañana una de las aulas de la Universidad Católica Tecnológica de Barahona.