Rafael Augusto Sánchez Ravelo y la “nación” dominicana

Rafael Augusto Sánchez Ravelo y la “nación” dominicana

DIOGENES CESPEDES
Puedo afirmar que Rafael Augusto Sánchez (1891-1964) es, sin duda, junto a Américo Lugo en primer lugar, el segundo intelectual dominicano que más hondamente ha reflexionado acerca de la inexistencia de la nación dominicana.

En su libro “Al cabo de los cien años”, escrito con las notas que esbozó durante el centenario de la independencia, se advierte, sin mucha dificultad, su apego a la tesis de Lugo, cuya raíz está en la tesis doctoral de 1916 titulada “El Estado dominicano ante el Derecho Público” y en la carta que dirigió a Horacio Vásquez el 20 de enero de 1916. El primer texto podrá el lector encontrarlo en las tres antologías de las obras de Lugo hechas hasta hoy (la de Vetillo Alfau Durán, la de Julio Jaime Julia y la de Roberto Cassá). Para el caso de la carta a Vásquez, verla en el tomo II de Julia, pp. 125- 128).

Las otras dos cartas que rematan la tesis de Lugo de la inexistencia de la nación dominicana debido a la falta de cultura política del pueblo dominicano y, por vía de consecuencia, a su incapacidad para crear una conciencia nacional, sin la cual no hay nación ni Estado verdadero, se encuentran en el tomo III pp. 21-35 de la antología de Julia y son las misivas que dirigió a Trujillo en 1934 y 1936, respectivamente.

La influencia de Lugo es, pues, patente en el itinerario teórico de Rafael Augusto Sánchez, cuyo libro no se publicó sino hasta 1976, con el título de “Al cabo de los cien años. Tentativa de una justificación histórica”, con un prólogo de Joaquín Balaguer, e impreso en Barcelona por Manuel Pareja.

Y se entiende que no se publicara en vida del autor, pues los intereses políticos y económicos en los cuales se involucró al pasar de Canciller del gobierno de Horacio Vásquez en el período 1924-30 a colaborador leal de la dictadura de Trujillo, gobierno en el cual ocupó la Cancillería en 1936, la Vicepresidencia del Senado en 1946 y otros altos cargos, según afirma Néstor Contín Aybar en el perfil que esboza de Sánchez Ravelo en su “Historia de la literatura dominicana”, pp.72-73 (Editora Taller, 1986.

Acoto que el autor da el 1890 como fecha de nacimiento de Sánchez Ravelo, mientras que Balaguer da el 1891) De modo que Sánchez Ravelo tuvo que guardar en las reconditeces de su bufete de abogado su tesis sobre la inexistencia de la nación dominicana, pues esta era incompatible con la creencia falsa del primer sueño del planeta que nos impuso esa ideología como una verdad incontrastable. Los intereses le impidieron a Sánchez Ravelo alcanzar la estatura ética de Américo Lugo. Sin embargo, su trabajo es una contribución importante al estudio del tema, aunque tanto Balaguer en el prólogo como Contín Aybar que lo copia servilmente, le descalifican usando un cliché muy conocido que sirve a quien lo expresa para decir que no está de acuerdo con tales o cuales ideas.

Ese estereotipo se usa como un escudo y consiste en decir que las ideas del autor que se analiza son muy personales y se agrava la situación cuando se cae en decir que tales ideas son “controversiales”, adjetivo calcado del inglés en vez del castizo polémicas.

Pregunto al lector: ¿y cuáles ideas no son personales?

Incluso aunque yo me adhiera a las ideas de alguien, las difunda y las practique, estas son siempre personales, pues nacen del pensamiento y la acción y son el resultado de un sujeto. Ese comodín se usa mucho para descalificar el valor de las ideas que no nos gustan.

Para entender el discurso político de Sánchez Ravelo hay que calzarse sus zapatos y aceptar su idea de “la fuerza de la estirpe”, que no es otro asunto que la cultura, la cual incluye costumbres, idioma, tradición.

Según el autor, después del Tratado de Basilea hasta la Anexión a España, no hubo movimiento político en la parte este de la isla, sino una “reacción racial para restablecer un equilibrio roto”. Y a los habitantes de este parte española, poco les interesaba la posibilidad de “prosperidad material” y fueron a la guerra para volver siempre a España “urgidos por impulsos vitales i movidos por leyes biológicas” (p. 33) Durante la separación o independencia, dice el autor, “sigue ausente la conciencia colectiva” (p. 15). Entre 1865, dice casi lo mismo:

“Establecimiento de un nuevo régimen republicano. Con él la República no se hace menos agria ni es menos triste. No ha aparecido un esbozo de conciencia. Ni hace acto de presencia un ideal común.” (Ibíd.)

La estrategia de volver siempre a España, o en su defecto a otra potencia que no vulnerara ese deseo fetal de volver al seno de la “madre patria”, impidió el surgimiento de la cultura política que abre las puertas a la conciencia nacional, dos elementos sin los cuales no existen la nación y el Estado como expresión de la soberanía popular. Lo que esos impulsos vitales y leyes biológicas produjeron en la sociedad dominicana desde el movimiento de separación de 1844 hasta hoy, es un permiso que dio la categoría “pueblo dominicano” para que se instaurara, mediante la voluntad popular, ya fuera minoritaria (dictadura, autoritarismo) o mayoritaria (regímenes más o menos democráticos o populistas), una forma de hacer política fundada en el clientelismo y el patrimonialismo.

En virtud de este permiso, los dirigentes que ascienden a las altas magistraturas, se apropian de los bienes públicos y se los reparten entre sí, y los regalan a familiares, amigos y allegados y reproducen la corrupción de los sectores populares como forma de mantenimiento de ese esquema político (clientelismo). En ese círculo vicioso hemos vivido desde 1844 hasta hoy. Como salido al fin del positivismo, Sánchez Ravelo no es pesimista, sino que confía en la evolución y el tiempo: “Pero confiemos en que algún día cuando las generaciones dominicanas del presente, caducas, decrépitas, enfermas e inhibidas, yazcan en el polvo de los caminos inútiles, por encima de las cabezas prosternadas, por encima de la masa vencida, se adelantarán las nuevas generaciones, sanas de cuerpo, limpias de espíritu, fuertes de intención y de voluntad, listas a crear un mundo nuevo sobre las ruinas que ahora estamos acumulando.” (p. 328).

Esas ruinas son las que están mirando los ojos de Sánchez Ravelo cuando escribe esas páginas en 1944 y que no quiso publicarlas en vida porque sus intereses estaban imbricados con los del autoritarismo trujillista que le hubiese humillado por decir que la nación y el Estado dominicanos no existían. Él no se la jugó, como Américo Lugo lo hizo con su vida y Trujillo no pudo vencerle. Lugo sí explicó claramente la inexistencia de esas dos categorías históricas. Se lo dijo a Horacio Vásquez y se lo dijo a Trujillo.

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