Rafael Correa hace frente al golpe

Rafael Correa hace frente al golpe

A las 09:10 horas del 11 de septiembre de 1973, Salvador Allende, presidente electo de Chile, pronunciaba las siguientes palabras, sus últimas palabras, cuando fue consciente de que el golpe de Estado ya era una realidad: “No daré un paso atrás. Dejaré La Moneda cuando cumpla el mandato que el pueblo me diera, defenderé esta revolución chilena y defenderé el Gobierno porque es el mandato que el pueblo me ha entregado.

No tengo otra alternativa. Sólo acribillándome a balazos podrán impedir la voluntad que es hacer cumplir el programa del pueblo. Si me asesinan, el pueblo seguirá su ruta, seguirá el camino con la diferencia quizás de que las cosas serán mucho más duras, mucho más violentas. Pagaré con mi vida la defensa de los principios que son caros a esta patria. ¡Yo no voy a renunciar! Pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Éstas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición”.

Poco después, Allende moría y se instauraba una dictadura que duró 17 años.

Ecuador, Quito, capital de Ecuador, 30 de septiembre (septiembre, siempre septiembre…) de 2010. El presidente del país, Rafael Correa, dice lo siguiente, ante la situación de sublevación de la Policía Nacional:

“Señores, si quieren matar al presidente, aquí está: mátenme si les da la gana, mátenme si tienen valor, en vez de estar en la muchedumbre, cobardemente escondidos”.

“Me siento traicionado –añadía Correa–, no por todos, pero habrá que depurar. Si quieren destruir la patria, destrúyanla, pero este presidente no da ni un paso atrás. Señores, estamos haciendo justicia, estamos aumentando sueldos, mejorando condiciones de trabajo, los niveles de vida, si quieren destruir la patria, aquí está, destrúyanla, pero este presidente no irá nunca hacia atrás. ¡Viva la Patria!”.

Siempre, desgraciadamente, los mismos hechos en Latinoamérica. Uniformados, policías y militares, servidores públicos, que con los uniformes y las armas que ha pagado el pueblo se levantan contra él.

Profundas cicatrices.   

El último caso en Ecuador, las mismas palabras de los dirigentes valientes, que enfrentan los fusiles con su pecho y su palabra. En Ecuador los policías demandan que se mantengan sus prebendas económicas y por eso utilizan los uniformes y las armas que el pueblo les ha dado para defender los que creen sus derechos. Las mismas armas y los mismos uniformes que utilizan contra los trabajadores cuando luchan por lo mismo que ellos: sus derechos.

Justo en el momento en el que Latinoamérica se encuentra en una coyuntura en la que florece la democracia de la mayoría de sus países y cuando la situación económica regional es la envidia del mundo, vuelven las botas y los fusiles.Qué ingrata maldición ha caído sobre estas tierras para que cada vez que florece la democracia y con ella la economía y el desarrollo social, la planta sea arrancada.

Y mientras sucedían los hechos en Ecuador, otras democracias latinoamericanas contemporizan con los uniformados manteniendo sus corrupciones y sus ganancias ilegales e ilegítimas. Rafael Correa se enfrentó a las armas, a sus armas, y al tiempo otros mandatarios de la región sostienen a militares corruptos porque ellos son los que soportan su propia corrupción y  la de sus Gobiernos, junto al narcotráfico. Así lo ha admitido el propio mandatario ecuatoriano al declar: “los ambiciosos de siempre, los irresponsables de siempre han hecho quedar mal al país a nivel internacional”, presentándolo como “una república de opereta donde se secuestra al presidente”.

Para Correa, los policías amotinados dependían de potencias extranjeras y recibían sueldos extras: “Esto se ha cortado y puede que de esta manera se creen resentimientos, pero no daremos ni un paso atrás. Las profundas cicatrices que esta situación ha dejado tardarán en sanar”.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas