La decisión de venir a combatir la dictadura de Trujillo era su secreto mejor guardado. Solo lo conocían sus primos, que compartían con él igual propósito y de los cuales dos le acompañaron en el histórico desembarco de junio de 1959.
Madre y hermanos quedaron atónitos cuando les comunicó en Caracas, en 1958: “Voy para Cuba a entrenarme para ir a la República Dominicana a matar a Chapita”. Contaba 19 años de edad.
Rafael Fernando Fernández Moreau, otro expedicionario de esa gesta olvidado, desconocido, llegó por Estero Hondo y sobre su muerte circularon versiones encontradas. Sus restos no fueron localizados en ninguna de las exhumaciones posteriores al ajusticiamiento de Trujillo. En la de 1987 su angustiada familia tomó las osamentas de un patriota anónimo y les dio sepultura de forma simbólica, como si hubiesen sido las del intrépido héroe y mártir.
De su historia habla su hermano Rodolfo (Rudy), destacado odontólogo y docente que convivió con él en la misma habitación en la casa de la calle “Unión” esquina “Sabana Grande”, en Caracas, donde residían con su madre y los hermanos que pudieron irse durante la tiranía.
Las hijas de Guillermo Fernández Rivas, director general de Correos en Monte Cristi, y de Irmaría Moreau de Fernández, eran hermosas, agraciadas, y algunos acólitos del sátrapa que participaban en fiestas de los clubes de aquella ciudad le propusieron que las enamorara. Se trataba de Magna, Thelma (fallecida), Dulce Amada y Sonia.
“Amigos de papá le aconsejaron que hiciera lo posible por sacarlas del pueblo y él las mandó donde diferentes familiares. Poco a poco las fue enviando a Venezuela pero cuando el régimen se enteró impidieron la salida de papá y de Dulce Amada”, cuenta Fernández. El odontólogo, nacido el 30 de septiembre de 1952, fue el último en viajar a Caracas, junto a su madre.
La tragedia de esta familia fue una de las más traumáticas cuando se produjo el desembarco. El padre era torturado psicológicamente por calieses y esbirros mientras los que estaban en Venezuela ignoraban el destino del valiente soldado de la Raza Inmortal.
“La comunicación era difícil, nos reuníamos con familiares de otros expedicionarios, como los mellizos Doroteo y Porfirio Rodríguez y Rafael Moore y su hermano, a esperar noticias”, relata, aunque su edad no le permitía tener claro el motivo de la desesperación y la angustia reflejadas.
“En mi casa había un caos, yo no sabía ni por qué lloraban, me dijeron, pero no entendía”, manifiesta.
Rudy era como una mascota para su hermano y para Pedro Pablo Fernández Báez que se había erigido en el decidido líder de sus primos. Rafael Fernando le dejó con su madre un anillo para que se lo entregara al crecer. Pedro Pablo lo cargaba y paseaba, le hacía gracias y lo levantaba por los aires.
“Era guapo, había intentado venir por Cayo Confites y desembarcó después por Constanza. Cuando combatían vieron acercarse a los militares trujillistas y alguien sugirió que uno debía hacer guardia para distraerlos y que los demás avanzaran y él dijo: ¡Yo puedo, váyanse, que me quedo cubriéndolos! Ellos lo oían combatiendo durante largo rato mientras se internaban en la montaña, después escucharon ráfagas y finalmente un tiro que se supone fue el de gracia”, expresa refiriéndose a Pedro Pablo, cuyo cadáver tampoco se ha encontrado y está tan sepultado en la memoria colectiva como su hermano.
Él conquistó a Fernando Fernández Moreau, Alejandro Báez Báez y Manuel Báez Fernández que no pudo venir, aunque quiso pese a su frágil estado de salud.
De Monte Cristi a Caracas. Rafael Fernando Fernández Moreau nació y vivió en Monte Cristi hasta su partida hacia Venezuela. En su natal estudió en la escuela pública hasta aproximadamente los 14 años que tendría cuando marchó al exilio. Se hizo bachiller en Caracas donde trabajó breve tiempo.
Rudy lo recuerda “acicalado”, como es característica de todos los hermanos, heredada de su padre. Era apuesto, lo que puede comprobarse en las fotos, y tuvo una novia frente a la casa de la “Unión”, llamada Ofelia, venezolana.
“Era muy serio, muy correcto, siempre trataba de dar ejemplo con su conducta, era excelente y muy apreciado y querido por mamá y mis hermanas. No había quejas de él”. Sus amigos, agrega, eran los primos. “Éramos muy unidos, muy cercanos”.
Se le pregunta si tenía militancia o conciencia política y responde. “No, ellos solo querían tumbar a Trujillo”. Cuenta que estuvo escribiéndoles a Caracas mientras se entrenaba.
La muerte. Al producirse el desembarco, don Guillermo escuchó por radio el nombre de su hijo, dándolo por muerto. La inteligencia trujillista perseguía y vigilaba al acongojado padre.
Una madrugada escuchó que lo llamaban: “¡Papá, papá!” y como ya sabía que Rafael Fernando había venido en la expedición respondió:
-Dime, mi hijo.
-¡Si lo vemos te lo vamos a matar!”, contestaron los sicarios del régimen.
Le dijeron que unos calieses sabían dónde lo habían enterrado y él anduvo tras uno de ellos hasta que este estuvo en lecho de muerte, “pero no quiso revelarle nada”.
“Yo, como odontólogo, y mi cuñado Lorenzo Rodríguez que era su dentista, fuimos a la exhumación, yo conocía sus dientes, los recordaba de cuando se reía, y pensaba que quizá si los veía podía identificar a mi hermano”, narra. Pero no los vio.
“Dicen algunos que fue herido y torturado en Monte Cristi, otros que lo mataron en combate y lo enterraron en el camino. Decían que herido, que preso, que muerto, pero nunca supimos. A papá le dijeron que ese calié sabía porque fue quien lo llevó a Monte Cristi”.
Los Fernández Moreau en pleno participaron del entierro simbólico y cubrieron el ataúd con la bandera dominicana como homenaje póstumo a Rafael Fernando.
Anselmo Brache escribió en su libro sobre las expediciones de Constanza, Maimón y Estero Hondo que el joven contaba 21 años de edad cuando arribó al país y en cuanto a su final recoge la versión que Ramón Alberto Ferreras publicó en “Recuerdos de junio”.
Apunta: “Se ha dicho, sin confirmar, que fue herido mortalmente en el vientre, en combate, y que mientras era transportado a Santiago murió y fue enterrado en el camino”.
Este héroe no ha recibido ningún reconocimiento por sus luchas y arrojo. Solo vive en la memoria de sus hermanos. “Nosotros estamos conscientes de su inmolación, de lo que hizo para liberar a los dominicanos de la tiranía de Trujillo”.