RAFAEL MIESES PEGUERO (COCUYO)
Un martir de la tiranía trujillista
que mostró una valentía excepcional

<p>RAFAEL MIESES PEGUERO (COCUYO)<br/><span>Un martir de la tiranía trujillista<br/></span>que mostró una valentía excepcional</p>

POR ÁNGELA PEÑA
Altas dosis de una droga venenosa obnubilaron su conciencia y le provocaron profuso sangramiento cuando se asiló en la embajada de México y un calié infiltrado como antitrujillista le administró el ominoso tóxico. Para evitar un escándalo internacional por una muerte que presentía inminente, el jefe de la misión lo entregó a sus familiares en estado agónico. El doctor Pablo Iñiguez, quien lo atendió en el hospital Padre Billini, confesaría años después que el paciente sobrevivió inexplicablemente.

Ese 15 de septiembre de 1953, Rafael Mieses Peguero contaba 29 años de edad, pero ya desde la adolescencia se había convertido en uno de los más decididos y valientes luchadores contra la tiranía. Las cárceles le habían tenido como huésped masacrado por los sicarios del régimen y a pesar de las torturas y los golpes siguió su labor de adoctrinamiento y de protesta, en público o clandestina, ideando insólitas campañas para atraer jóvenes a su causa. Su discurso convincente logró conquistar hasta hijos de militares para la Juventud Democrática y el Partido Socialista Popular, en los que militó hasta que lo desaparecieron.

Hoy, a casi medio siglo de su asesinato, se ha designado una calle de Santo Domingo con el nombre de Rafael Mieses Peguero (Cocuyo), para satisfacción de sus familiares, y de compañeros que llevaban años solicitando ese homenaje. Manuel Escobal Alfonseca (Chichirí), Carlos Antonio Lizardo Vidal, Marino Enrique Sánchez Córdova, se reunieron para hablar de sus experiencias junto al inquieto revolucionario al que sobrevivieron pese a que también sufrieron persecución, encierro. También le recordaron Dominicana y Teresita Espaillat. Sagrada y José (Chino) Bujosa Mieses, sobrinos del mártir, evocaron los breves encuentros con el tío “Rafelito” que se ocultaba en la casa de Marina Mieses Peguero, madre de los hermanos.

Para José, revivir el momento en que los agentes del Servicio de Inteligencia Militar se llevaron por última vez a Cocuyo, es estremecedor. No puede evitar el llanto recordando a su abuela Dilia Peguero tratando inútilmente de arrebatar el hijo a los esbirros. Desde ese momento la dama se negó a ingerir alimentos. A los 21 días murió de inanición. El cuadro se repetiría  después con Benjamín Bujosa Mieses, a quien concienció el tío en la oposición a Trujillo. El SIM lo sacó también abruptamente de la casa una madrugada para llevarlo preso mientras la joven madre, Marina, se aferraba a él tratando de impedirlo. Los Peguero, Bujosa, Mieses, fueron casi totalmente marginados de la sociedad. Las visitas a las prisiones en busca del muchacho se sucedieron al igual que cuando se llevaron a Cocuyo.

En el Paramount
Rafael Mieses Peguero no pudo continuar sus estudios más allá del tercero de bachillerato pues la lucha por la libertad se lo impidió. Lector incansable, gran promotor de la cultura, formó bibliotecas ambulantes y obsequiaba libros en  fiestas rurales y urbanas que organizaba para captar adeptos. “Hizo varios foros para proyectar películas, los dirigía Oscar Torres, crítico de arte de El Caribe. Se pasaban en el  cine “Paramount”, de San Carlos, y en el “Capitolio”, eran filmes con mensajes revolucionarios, yo recuerdo “Roma, ciudad eterna”, “Ladrón de bicicletas”, “Enamorada”. En esa época estaba de moda el antifascismo,  a la salida del cine comentábamos los mensajes y sacábamos a la gente para ingresarla al movimiento”, narra Lizardo Vidal.

Cocuyo participó en varias tramas contra el gobierno. José Bujosa Mieses declaró que su tío “nunca temió a la dictadura. Cuando más lo reprimían, torturaban y encarcelaban, más alta era su moral, como lo demostró en 1955 cuando subió a una de las carrozas de la llamada “Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre” y lanzó miles de volantes al aire denunciando las barbaries del régimen, llamando al pueblo a levantarse para derrocarlo”. Al ser descubierto fue bajado a palos del desfile “y conducido al destacamento de la Policía en Güibia donde el capitán Arriaga se ocupó de propinarle otra paliza”.

Después del envenenamiento en la embajada de México, Cocuyo se tornó cauteloso. Chino comenta: “En la casa de mi abuela siempre estaba pegado a un radio cuando la guerra de Corea, enterándose de los acontecimientos de esa confrontación. También lo recuerdo muy cauteloso cuando comía, después del envenenamiento, incluso, olía los tenedores y los platos. Se le quedó esa psicosis”. Sagrada sólo lo encontraba en su casa de la Francisco Villaespesa, en Villa Juana, ella muy pequeña preguntándole a su mamá, Marina, por qué tío Rafelito no salía”.

En septiembre de 1958 la familia de Cocuyo sospechó que el luchador había sido asesinado por una nota que recibieron, supuestamente de él, dirigida a su hermana Mireya, en la que le comunicaba que había sido puesto en libertad y se encontraba en San Juan de Puerto Rico. “Nunca más se supo de él, unos dicen que fue fusilado en la Isla Beata”, significa Chichirí y refiere que Manolo González le contó que un día después que sus compañeros de prisión dejaron de escuchar su voz, “sacaron un serón ensangrentado: se supone que ahí llevaban el cadáver de Cocuyo”.

La calle
Teresa Espaillat, miembro del grupo que impulsó la solicitud para la designación de la calle en homenaje del aguerrido combatiente, destaca que son extraordinarios el valor y los méritos de Cocuyo y los que se mantuvieron firmes en los años 50 porque “fue una década en la que parecía que Trujillo iba a ser eterno. La mayoría se fue para el exilio y Cocuyo quedó conspirando prácticamente como un llanero solitario”.

Lizardo, Sánchez Córdova y Chichirí piensan que el mártir merece un monumento o una avenida tan grande como la Winston Churchill, pero Teresita acotó: “Los hombres grandes pueden tener calles pequeñas”. El pasado 21 de febrero fue inaugurada con el nombre de Rafael Mieses Peguero (Cocuyo) la antigua calle 10 del sector Honduras y su continuación en la Transversal 4 del ensanche Atala.

En todas las luchas
Iban a los barrios a tocar puertas para explicar los objetivos de la Juventud Democrática, saltaron patios cuando la policía los descubría. Recolectaban dinero para sus propagandas y con el resultado adquirieron la imprenta de la organización donde imprimían el periódico que circulaba subrepticio. En esos primeros años a Cocuyo le acompañaban Virgilio Díaz Grullón, Juan José Cruz, Guillermo Chávez, Antonio Germán, Roberto Sánchez Sanlley, Oscar Torres, Vinicio Echavarría, Rafael Valera, entre otros. “Roberto y Antonio salieron a especializarse en medicina. Guillermo Chávez fue muy maltratado cuando estuvo preso y la mamá sufría del corazón. No quiso continuar para no matarla”, rememora Carlos Antonio Lizardo Vidal que ahora cuenta 78 años. Salvó la vida huyendo.

Chichirí, ingeniero y economista, conoció a Cocuyo en 1949, en el PSP, al que ingresó a los 14 años repartiendo periódicos desde la casa de los hermanos Juan y Félix Servio Ducoudray. “Cocuyo y yo organizamos actividades en San Francisco de Macorís y en Santo Domingo. Él cayó preso el 14 y yo el 15 de agosto, estábamos ligados a unos militares a través de Toñín Rojas y Juan Tomás Díaz. Manolo González era el contacto”. Desde las solitarias de la cárcel de “El 9”, donde fueron torturados en la silla eléctrica, lograban comunicarse. “Lo encontré muy pesimista, me dijo que creía que no salía vivo. A nosotros nos soltaron en agosto. Cocuyo quedó ahí”.

Dominicana recuerda a Cocuyo siempre leyendo, en una mecedora del balcón de su casa de la calle Santomé con Arzobispo Nouel. Era la novia de José Espaillat, compañero de luchas de Cocuyo. Ella esperaba paciente mientras los jóvenes se retiraban a conspirar.

Marino Enrique fue el más entrañable amigo de Cocuyo, con el que sostuvo una relación casi de hermano desde que vino a Santo Domingo procedente de La Vega, en 1948. “Yo trabajaba en la 19 de Marzo y jugábamos fútbol juntos. Hice contactos a través de él con Guillermo Sánchez Sanlley, Picho Fiallo, Leo Nanita y otros. Paseábamos por el Conde, el parque Colón, porque él era un luchador abierto, a tiempo completo, hablaba a ricos y pobres, blancos y negros, y seguido organizaba una célula, siempre nos perseguía un calié apodado “El Oriental”. Sánchez Córdova fue apresado en tres ocasiones. La última se prolongó hasta después de ajusticiado Trujillo.

Rememora reuniones en yolas, en el río Ozama, porque arreció la persecución cuando descubrieron sus charlas en el malecón, frente a la heladería “Los cremitas”, con Luis Vidal. “Nos interrogó el temible coronel Ferrand”. En otro encerramiento, Cocuyo y Marino serían víctimas “del capitán del Villar, que interrogaba en la silla eléctrica”. Chichirí y Marino coinciden al referir que en el destacamento de Güibia, “el capitán Arriaga, que era pequeñito, pero malo”, golpeó tan salvajemente a Cocuyo que hubo que hospitalizarlo. “Le metió la cabeza en el inodoro varias veces, le cayeron a palos, lo lanzaron en el parque Hostos y ahí fue la familia a recogerlo”, manifestaron.

Marino describe a Cocuyo “fornido, jocoso, de baja estatura, delgado, mulato, cabello crespo, de facciones bien parecidas y sobresalientes bíceps. Vestía deportivo y le sobraba valor, no conocía el miedo”.         

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