Con el debido respeto a Sus Altezas Reales los príncipes de la monarquía española, los torrenciales aguaceros caídos anteayer y ayer en Madrid y en esta isla me remontaron a mi infancia vegana, en cuyo baúl de los recuerdos retozan todavía las supersticiones y falsas creencias que les metían a uno en la cabeza las campesinas que, sin preparación alguna, asumían el pretencioso rol de niñeras.

Se decía, si el día de la boda llovía, que la novia había comido en paila. No el novio, sino la novia (desde ahí comienzan los prejuicios antifeministas). En el caso que nos ocupa, el de la boda de los príncipes, el axioma de la paila no se aplicaría, pues, a Felipe, sino a Doña Leticia, lo que resulta más razonable si se toma en cuenta el origen humilde (que nada de malo tiene) de la futura reina de España.

Con la única diferencia, entre España y la República Dominicana, o más precisamente entre Madrid y La Vega, de que mientras en ésta última locación, donde yo nací, lo que se comería en paila sería concón, allá sería por lo menos cocido, salpicón de mariscos, chorizo, fabada y quién sabe cuántos manjares más, mejores sin duda que el concón, ya sea éste pegado o graneado.

Sea como sea, lo importante es que la pareja desposada sea feliz. Y es lo que deseo para la pareja real y para todo el pueblo y la nación española. (Enhorabuena!