Rafael Molina Morillo – Mis buenos días

Rafael Molina Morillo – Mis buenos días

Sin darnos cuenta, utilizamos en el diario hablar o escribir una gran cantidad de frases prefabricadas que siempre se repiten de la misma manera, como si estuviera prohibido ser original. Son los llamados «lugares comunes» del idioma, en los cuales caemos como si fueran trampas de las cuales resulta difícil escapar.

Por ejemplo, la palabra «llovizna» siempre va precedida por «pertinaz»; invariablemente el río es caudaloso y el aguacero suele ser torrencial. Es común referirnos a «la apretada agenda», «el candente sol», «la culta y distinguida dama», «el cálido apretón de manos» o «el fuerte abrazo».

El tránsito casi siempre es «congestionado», caemos en la cursilería de referirnos al «astro rey» en vez del sol, así como nos referimos al «flamante funcionario» y acudimos al teatro para presenciar una «chispeante comedia».

El artículo que leemos es un «sesudo artículo», el pintor es un «consagrado maestro», el caballo es el «noble bruto», la universidad es «la alta casa de estudios» el avión es «el pájaro de acero», la muerte es «la parca impía» y así tenemos a «la laboriosa hormiga», «el vil metal», «la sinuosa carretera» y «el rico manjar».

Ni qué hablar del voraz incendio, el pan de la enseñanza, el déspota de San Cristóbal, el purpurado, el mitrado de la Iglesia, el prelado católico, el néctar de los dioses… y así podríamos seguir rebuscando esos lugares comunes a los que tantas veces recurrimos sin darnos cuenta.

Pero nada. La vida es así. Adelante cada uno con su peculiar forma de expresarse, y cada quien, que con su pan se lo coma.

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