El señor presidente del Senado de la República ha declarado que votó a favor del proyecto de Ley de Lemas por disciplina partidista. O sea, que no lo hizo por su propia convicción, no lo hizo porque piensa que una ley así es conveniente para el país, sino porque su partido lo ordenó así, porque así le conviene al partido.
Admitir una cosa como esa, para mí, tiene ribetes de escándalo. ¿Cómo es posible que el senador más representativo de la Cámara Alta, el hombre que preside la Asamblea Nacional cuando ésta se reúne por mandato constitucional, confiese que se aparta de sus sentimientos porque así se lo ordenan otros? ¿En manos de qué clase de legisladores estamos? ¿Para qué elegimos, entonces, a los legisladores? ¿Para que nos apliquen las reglas impuestas por los cabecillas de los partidos políticos?
Por otra parte, ¿a cuál disciplina partidista se refiere el presidente del Senado? ¿A la disciplina del PRD de Hipólito? ¿A la del PRD de Hatuey? ¿A la del PRD de Milagros? ¿A la del PRD de Fello, o de Abinader, o de Esquea, o de Alburquerque…? ¿Cuántos PRD hay impartiendo sus respectivas disciplinas?
No se crea que estoy contra la disciplina. Esta es una virtud y como tal debe respetarse. Pero hay que establecer diferencias, según quién sea que trace la línea disciplinaria. Porque… ¿sería el presidente del Senado tan disciplinado para obedecer a su partido si éste le pidiera que se tire del puente? Lo dudo, porque todo tiene un límite. Hasta para votar, debe haber un límite.
LA FRASE DE HOY: «La libertad de expresión no serviría de nada, si solamente se usara para decir cosas agradables.» (Al Dale, corresponsal de ABC News).