La tragedia se ha hecho presente. Las torrenciales y persistentes lluvias caídas sobre el territorio nacional en los últimos días, han cobrado su trágico diezmo: decenas de personas muertas o desaparecidas, centenares de damnificados e incalculables daños materiales.
El mayor acento de la desgracia está ubicado en el Suroeste de la República, específicamente en Jimaní y sus alrededores, donde los ríos se han desbordado para segar vidas y destruir propiedades.
Las autoridades correspondientes se han movilizado con rapidez y diligencia, realizando operativos al alcance de sus posibilidades. Pero eso no es suficiente. El pueblo dominicano tiene ahora una nueva posibilidad de demostrar su generoso espíritu de solidaridad, acudiendo sin pérdida de tiempo para llevar alimentos, medicinas, abrigo, techo y aliento a tantos hermanos que hoy los están necesitando perentoriamente.
Que se organicen maratones benéficos, que se canalicen debidamente las ayudas a través de los organismos creados para estos casos. Pero que no se quede nadie cruzado de brazos. Mientras muchos estamos bien resguardados de las inclemencias del tiempo, otros hermanos nuestros sufren desesperados de desnudez, hambre, frío y dolor.
Dejemos momentáneamente a un lado las querellas políticas y personales. En algún lugar de la patria hay una mano extendida pidiendo ayuda. Ahora.