Rafael Sánchez: 60 años en Palacio

Rafael Sánchez: 60 años en Palacio

Desde el año 1951 trabaja en los archivos de la Casa de Gobierno. Después de la muerte del dictadorm Rafael Trujillo ha interactuado con consejeros de Estado, triunviros  presidentes y ministros.

Por más de medio siglo ha disfrutado de franca cercanía al poder, desde la dictadura de  Trujillo hasta el Gobierno de Leonel Fernández, pero no ha sacado provecho de tan privilegiada aproximación porque prefiere ganar poco para que nadie envidie su sueldo, y ser empleado de segunda para que otros no  codicien su cargo.

 Han sido las claves aplicadas por Rafael Augusto Sánchez Molano para mantenerse 60 años en el Palacio Nacional, desde 1951, cuando estaba prohibido solicitar aumento porque “El Jefe” destituía al que cometiera esa osadía. Un oficinista que se graduó de abogado se atrevió a pedirlo y el Generalísimo ordenó: “Apruébele la solicitud, pero cancélelo en seguida”.

 Enrique Martí, primer superior que tuvo en los archivos presidenciales, le recibió con una advertencia que fue también parte del éxito para permanecer  sin que la desgracia amenazara su posición: “Usted va a leer aquí muchos documentos, pero en esos jardines, le señaló, se le va a olvidar todo lo que leyó y mañana vuelve  normalmente a sus labores”.

 Sus instrumentos de trabajo eran múltiples libretas en  que  anotaba la correspondencia “con tintero y pluma fuente” y máquinas de las marcas “Remington” y “Underwood”. No existían las secretarias, por lo que cuando salía de la casa de Gobierno “y veía una falda”, quería “volverse loco”. Sólo había tres telefonistas: América García, María del Rosario Luna y Cándida del Rosario viuda Lora, “en primera planta, frente a Mayordomía, próximas a una habitación llena de bebidas que Franco enviaba a Trujillo”. En época de crisis económica, la regalía pascual consistía en litros de Carlos I, botellas de vino español o Pedro Domecq, de esta reserva.

 Sánchez Molano es egresado de La Salle, La Milagrosa, La Normal y la Universidad de Santo Domingo donde dejó inconclusa la carrera de Ingeniería. Estudios comerciales en los institutos “Gregg” y “Rivas” le abrieron las puertas del Capitolio el 21 de septiembre de 1951, con un salario de 70 pesos que en 1953 subió a 110 porque “existía el escalafón y se cumplía”. Telésforo Calderón, secretario de la Presidencia, calzó su nombramiento.

En 1953 cambió el sistema de archivo con el ingreso, “por órdenes de Trujillo”, de María Teresa Nanita de Espaillat.

 “Lo menos que podía pensar era que iba a tener que leer millones de documentos, y no solo leerlos sino estudiarlos, clasificarlos y codificarlos”, comenta repitiendo códigos que sabe de memoria. En 2005, agrega, “entró en acción la famosa computadora”.

 Rafael Sánchez Molano, a quien probablemente ayudó además el dulce carácter, el temperamento sociable y el fino trato, debía hablar  con todos los funcionarios del régimen. Cita a Rafael Bonnelly, Ramón Emilio Jiménez, Juan Goico Alix, Manuel Ruiz Tejada, Manuel Arturo Peña Batlle, Efraín Reyes Duluc, Juan Tomás Mejía Feliú, Telésforo Calderón y Tirso Rivera, entre otros.

 Se enteró de premios a la lealtad, intrigas, encumbramientos, caídas, golpes bajos, desasosiegos, sustituciones,  infidelidades… Pero aún desaparecida la “Era”, sigue fiel al consejo de su primer director y escoge la ruta del olvido. Apenas “recuerda” la euforia de Francisco Prats  cuando interrumpió una conversación con Ruiz Trujillo para despedirse: “El Jefe me acaba de regalar la casa de Gascue, si alguien pregunta por mí, dígale que me fui”.

Con los Presidentes.  Rafael Augusto nació en “Ciudad Trujillo” el 9 de diciembre de 1931, hijo de Julio Enrique Sánchez y Beatriz Molano. Trujillo fue su padrino de bodas en 1956 cuando casó con Virginia Nereyda Inoa Peña, madre de tres de sus hijos: Rafael, Julio Ernesto y Marcia. Es el padre, además, de Licelot y Roberto Julio Sánchez Castillo.

 Al “Benefactor” lo veía a diario y sabía de su presencia cuando desde el pasillo se colaba en su departamento el olor del “Imperial de Guerlain”.

Comenzó a conversar con él  desde que se extravió una carta de Peña Batlle que nunca apareció y que se rumoreó que la sustrajo Balaguer. El “Ilustre” le cuestionaba: “¿Qué hubo de la carta de Peña Batlle?”.

 Aunque habla con admiración del sátrapa y exalta que en su tiranía prevalecían el orden, la disciplina y el respeto que para él se perdieron cuando lo ajusticiaron,  conserva evocaciones más gratas del presidente Antonio Guzmán”. “Me integré muchísimo a la familia presidencial”, comenta, recordando a Finetta Guzmán de Pérez,  su jefa, y los intercambios con don Antonio.

 Al paso del ciclón “David” durmió en el Palacio, al igual que los Guzmán Klang, ellos en las habitaciones presidenciales y él “acomodado en el piso del Archivo, por si alguna ventana cedía”.

Con Guzmán llegaron a la administración pública “la capacitación y el adecentamiento”, manifiesta.

 Sirvió a triunviros, presidentes de juntas y Consejos, al profesor Juan Bosch, que le visitó y estrechó sus manos, a Balaguer, desde su presidencia circunstancial en 1961 hasta todos sus demás periodos.

 “Trujillo no exoneraba, Balaguer sí”, y gracias a esas facilidades obtuvo vehículo y como también se permitía el pluriempleo Sánchez Molano vendió seguros y trabajó en bienes raíces.

 En breves periodos fuera del Palacio fungió como inspector de espectáculos públicos, auxiliar mecanográfico de la Cédula, director del archivo del hospital “Salvador B. Gautier”, encargado de archivo de la Consultoría Jurídica del Banco Central y desde 2004 es Supervisor General de los Archivos de la Presidencia.

 Balaguer le reaccionó en una ocasión: “Sánchez, pero estos cívicos acabaron con el archivo”, consciente de que expedientes que conocía ya no estaban, y éste respondió: “Ellos fueron poder y yo les entregaba”. Confiesa haber advertido animadversión del mandatario hacia ex miembros de la Unión Cívica. Hubo una época en que Balaguer sostuvo agria y prolongada polémica con Bonnelly. En otra oportunidad el gobernante le pidió todo lo relativo al secuestro de Galíndez pues “quería ver los que murieron por su desaparición”. No abunda en torno a Balaguer. “Se aferró a sus construcciones y a permanecer en el poder”.

 Admite que dependiendo de los Gobiernos, muchos han aprovechado su condición de funcionarios para  sacar documentos que delatan su proceder en el trujillato. “La integridad del archivo se perdió cuando mataron a Trujillo”, exclama.

 Sus mayores contactos han sido con Fernández Reyna, al que define como “un gran estadista, mejor que todos”.  Le ha solicitado expedientes sobre las “invasiones” al país y se muestra tan interesado en las narraciones de Sánchez Molano que “el general Medina y Medina tomó mi teléfono porque me dijo: tenemos que conversar”.

 Conserva inacabables recuerdos de sus 60 años en la administración pública, como la avidez con que esperaba presentaciones de credenciales para ver las rúbricas de jefes de Estado como Hitler, Mussolini, Charles de Gaulle, la Reina Isabel, el Papa…

 “Para durar tanto tiempo en un lugar como el Palacio Nacional, he necesitado conocer cabalmente mi trabajo y ganar poco”.

Ese desinterés lo hereda de su abuelo, Emeterio Sánchez, que salvó náufragos en el hundimiento del Acorazado Memphis, y cuando los norteamericanos vinieron a premiarlo con una pensión la rehusó: “No, no puedo aceptar pago por algo que hice tan espontáneamente”.

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