En el programa de panel de mayor audiencia de la televisión nacional -«Hoy Mismo», de César Medina y sus colaboradores- del pasado martes 18 de mayo, en el momento de la despedida del entrevistado para el cierre final sucedió una escena que por su carácter fortuito fue sincera, espontánea, de un profundo contenido humano, que despertó una corriente en el espectador de identificación colectiva que no puede pasarse por alto y dar como respuesta un «nunca más» que un ciudadano y sus familiares tengan que pasar por el escarnio y la humillación por sus ideas políticas en una sociedad que se precia de «democrática» y de respeto a «los derechos humanos».
Decía, que al cierre del programa el conductor César Medina, con la caballerosidad y los «alagos que siempre reserva para los entrevistados que son sus amigos, y que son muchos, de todas las tendencias en el abanico político nacional, reconocía la entereza sin dobleces del entrevistado en el aire, ingeniero Temístocles Montás alto dirigente peledeísta y uno de los principales colaboradores del pasado gobierno del hoy electo presidente de la República, doctor Leonel Fernández, quien se convirtió en una simbología del «amagar y no dar» judicial que sufrieron el doctor Fernández y sus cercanos funcionarios por parte de un gobierno que proclamó a los cuatro vientos un «primero la gente» y terminó con el tristemente célebre estribillo popular de «Hipólito acabó con tó».
El ingeniero Montás, uno de los técnicos más calificados y de los políticos mejor formados, con ese espíritu bonachón y entusiasta que le adorna, agradeció los elogios hacia su persona e hizo un pequeño comentario de que la persecución de este gobierno empezó la misma madrugada del 17 de agosto del 2000, cuando él y su familia fueron hostigados, sin explicar en qué consistió el hostigamiento.
La periodista Yolanda Martínez inquirió qué fue lo que sucedió en el albor mismo de un gobierno cuya carta de presentación la acababa de enseñar con Temo y allegados, siendo su más siniestro contenido el escarnio, la persecución política, la intolerancia, el chantaje, la humillación y el abuso de poder; con esa naturaleza que ha desarrollado el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) que cada vez que le toca dirigir el gobierno considera que éste es una propiedad particular, en que puede hacer y deshacer a su antojo y que no se va apear jamás de ahí. («El poder se hizo para usarse»).
Ante la pregunta de la pimentosa y atractiva entrevistadora, Temístocles lo que dio como respuesta fue un quedo «déjalo ahí»; se le congeló la sonrisa, y se comenzó a notar que debajo de los espejuelos los ojos cada vez brillaban más. Un camarógrafo empezó un acercamiento delicado al rostro, manteniendo un closeup, mientras las lágrimas, que Temo trataba de contener, lo traicionaron, y corrieron libres, bañándole el rostro.
Esta escena humana era el colofón de un hombre que se constituyó en el emblema de la persecución, la intolerancia, el fusilamiento de reputación ajena, por parte de una organización política, que aunque se jacta de ser «madre de la democracia», su obra más acabada ha sido ser la expresión en el campo de la política de las fuerzas más negativas y retrogradas de la sociedad dominicana.
(La muestra es que terminó incubando en su vientre ese engendro del mal que se llama Proyecto Presidencial Hipólito (PPH) y al presidente más incapaz de nuestra historia republicana).
Esas lágrimas, acompañadas de un silencio más expresivo que cualquier palabra que tratara de justificarlas, no sólo era la esencia de un ser humano que cargó sobre sí con la lucha estoica y valiente de un pueblo que durante los últimos 4 años ha visto disminuir su calidad de vida al nivel más misérrimo. Esas lágrimas despertaron una corriente de identificación colectiva que robustece el «nunca más» de este estado de cosas pepehachista.
Pasando balance al sacrificio y la lucha de los hombres y mujeres que debieron cargar sobre sus hombros la responsabilidad -honrosa como no hay- de un pueblo que resiste y lucha por un mañana mejor hay que reconocer que dentro del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) sólo hubo dos figuras señeras, que ha pesar de las constantes amenazas y chantajes de apresarlos -con el consiguiente estado de zozobra de ellos y sus familiares- que fueron Alejandrina Germán y Temístocles Montás. Los otros dirigentes peledeístas, con raras excepciones, «se plumearon» en el momento de la verdad, durante los primeros 3 años del pepehachismo hicieron mutis por el foro del escenario político nacional. Reaparecieron de la nada en el último año de «campaña electoral», al principio tímidamente, después, con un brío inexplicable, ocupandos cada vez más la mayor cantidad de programas de panel.
Los que conocían desde hace tiempo a estos dirigentes, algunos «comebalas» de la Revolución o de origen de la izquierda revolucionaria, al verlos en la televisión se los encontraron gordos o encanecidos, por el tiempo que no los veían o tenían referencias de ellos. Muchos volvieron a desempolvar gastados backgrounds de «luchadores por el partido y la causa de la libertad del pueblo dominicano».