Rafael Ventura – ¿Otro procónsul yankee?

Rafael Ventura – ¿Otro procónsul yankee?

La reciente conferencia ante la membresía de la Cámara Americana de Comercio del embajador norteamericano, Hans Hertell, se inscribe dentro de esa tradición diplomática del «Norte revuelto y brutal», donde el intervencionismo mancilla nuestra soberanía como Nación, impide la solución de los acuciantes problemas vernáculos, maniatan a presentes y futuros gobernantes para resolver estas crisis, cuyo cordón umbilical es la dependencia.

El injerencismo del diplomático boricua-norteamericano hiere lo más sensible de nuestro sistema político -como son los partidos-, al pedir que los candidatos electorales «deben publicar y explicar sus programas de campaña». En el lenguaje diplomático se dicen cosas directas cuyas intenciones son otras ocultas, porque es alto conocido que ya es una tradición de la operatividad del sistema electoral que los candidatos de los diferentes partidos usen el mismo escenario en que el embajador Hertell hizo la propuesta para «explicar sus programas de campaña».

Pero si indignante resulta el golpeo al corazón mismo de nuestro sistema democrático e institucional, como son los partidos políticos, más indignante y violatorio a normas constitucionales que prohíben esta práctica, el decir que el gobierno de Estados Unidos está apoyando financieramente a Participación Ciudadana para el entrenamiento de los observadores electorales nacionales.

Ante una intervención tan descarada, disfrazada de «cooperación», a una reconocida e influyente organización cívica, que se supone salvaguardar del mejor funcionamiento de las instituciones democráticas y legales de la República, lo menos que puede hacer Participación Ciudadana, para transparentar su accionar público, es explicar en base a qué recibe estos fondos económicos de una potencia extranjera que no se ha caracterizado en «salvar» nuestra soberanía, independencia e integridad como Nación libre.

Si son sinceras las palabras pronunciadas por el embajador Hertell, ante los prestantes empresarios norteamericanos y nacionales, que «los Estados Unidos no tienen votos en estas elecciones ni tampoco anda buscándolos y que el gobierno norteamericano espera trabajar de manera estrecha con el Presidente de la República que el pueblo dominicano elija», que comience dándoles valor a las palabras empeñadas que la comunidad nacional e internacional espera de un representante diplomático de su investidura, cuyo accionar desde que pisó tierra dominicana es una constante injerencia en asuntos que solo competen resolverlos a los dominicanos, fortaleciendo las instituciones democráticas y estatales, cuya debilidad histórica se debe fundamentalmente al intervencionismo norteamericano, sin cuyo fortalecimiento y desarrollo es imposible el progreso económico, político y social.

Esta actividad de «procónsules» de los diplomáticos norteamericanos penetró negativamente en nuestra soberanía e independencia nacionales en el nacimiento mismo del rescate de nuestras libertades inculcadas por la tiranía trujillista, cuando el que se encargó de dar a conocer al mundo la muerte violenta de Rafael Trujillo fue el presidente estadounidense John F. Kennedy, en una rueda de prensa a bordo del avión presidencial, mientras volaba de los Estados Unidos a París, Francia, la misma noche del 30 de mayo del 1961.

Este injerencismo norteamericano adquirió cuerpo de intervención en nuestra incipiente democracia con la larga y tristemente célebre presencia en suelo nativo del embajador John Bartlow Martin, quien condujo con una maestría espeluznante la batuta de la sinfonía golpista septembrina del 1963, derrocando el primer ensayo democrático de nuestra vida moderna: el gobierno constitucional de Juan Bosch. Provocando la primera intervención militar moderna, por tropas de infantería de marina norteamericana, cuya muerte, desolación y destrucción material, ha sido causa del caos y la debilidad de nuestras instituciones democráticas.

Parece ser que nuestra soberanía nacional está condenada a que cada vez que se presenta una crisis coyuntural en nuestro sistema democrático, que afecta el sistema electoral, vienen los diplomáticos norteamericanos a meter la cuchara, con «sus fórmulas salvadoras», que cuando no enredan más la cabuya de nuestro lío nacional, sólo sirven para ahondar más el grado de dependencia. Así sucedió en 1978, cuando la diplomacia militar estadounidense, dirigida por el general Dennis Mac Auliffe, jefe del Comando Sur del Ejército de los Estados Unidos, «resolvió» aplicando el Fallo Histórico, la crisis electoral de tres largos y angustiosos meses, entregándoles a los reformistas cuatro senadores que no les correspondían y de paso legalizando a los ojos del mundo el fraude electoral que se había cometido contra el PRD.

O la intervención demócrata de Bill Clinton, en 1994, para dar «una salida» al fraude balaguerista contra el candidato perredeísta José F. Peña Gómez, mediante una reforma constitucional que cortó en dos años el mandato reeleccionista de Joaquín Balaguer.

)Será que la constantes intervenciones estadounidenses en los asuntos internos nos ha golpeado tanto que hemos perdido la sensibilidad para reclamar un trato digno? Porque sólo así se puede interpretar la indiferencia, el silencio que muestran nuestros políticos, sobre todo del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) y del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), las dos organizaciones que tienen como tronco común el templo de dignidad, de defensa de las libertades públicas y de liberación nacional que fue Juan Bosch, quien en su ejemplar gobierno democrático, de 1962, enseñó a los dominicanos a «no vivir de rodilla, ni ante Washington ni Moscú».

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