Raíces enredadas del nacionalismo iraquí

Raíces enredadas del nacionalismo iraquí

BAGDAD, Irak.- Por el momento, una sensación tentativa de nacionalidad iraquí ha surgido de la caldera enturbiada del sentimiento antiestadounidense aquí.

Donde anteriormente se temía que los árabes sunitas y chiítas tomaran las armas unos contra otros en una guerra civil, los dos grupos trabajan ahora juntos para atacar a los ocupantes estadounidenses, ya sea con la fuerza o la retórica.

Funcionarios estadounidenses aquí inadvertidamente -e indudablemente para su pesar- crearon esta sensación de unidad cuando eligieron a principios de este mes enviar infantes de marina para invadir la volátil localidad sunita de Fallujah mientras trataban de arrinconar a un clérigo chiíta rebelde en la ciudad sagrada sureña de Najaf. Muchas personas en todo el país vieron esto como un abuso de poder, e «iraquí primero, sunita o chiíta después» se ha convertido en un refrán escuchado a menudo en las calles.

El enemigo común no parece estar pronto a partir; en los últimos días se ha vuelto evidente que el gobierno de George W. Bush no tiene intención de otorgar amplios poderes a un gobierno iraquí interino después del 30 de junio. Un funcionario del Departamento de Estado usó la frase «soberanía limitada» en un testimonio congresional la semana pasada para describir el estatus del gobierno iraquí después de la llamada transición de poder. Si eso es cierto, dicen los críticos, entonces el resentimiento hacia el poder estadounidense seguiría siendo la base para una identidad iraquí común.

Pero ese sentido del nacionalismo es tenue en el mejor de los casos y puede ser fácilmente desplazado por otras formas de lealtad colectiva. El reciente aumento en los sentimientos de afinidad entre sunitas y chiítas realmente muestra la maleabilidad de la identidad propia. La idea de la existencia de una nación -y la sensación de pertenecer a ella- son conceptos que cambian constantemente.

Las identidades sectarias a menudo han estado sometidas a la manipulación, especialmente por parte de líderes políticos que buscan consolidar su poder. Por ejemplo, Muqtada al-Sadr, el joven clérigo rebelde en Najaf, ahora puede ser escuchado en las oraciones de los viernes hablando sobre la hermandad iraquí porque le beneficia a corto plazo unir a sunitas y chiítas bajo un estandarte antiestadounidense. Pudiera con igual facilidad volver a sus ardientes seguidores chiítas contra los árabes sunitas de este país en vez de contra los estadounidenses si sirviera a sus intereses.

Líderes políticos y religiosos a menudo eligen cuáles líneas de división destacar -en otras palabras, qué carta jugar- en base a lo que más los ayudará en su campaña por el poder.

El ex presidente de Yugoslavia, Slobodan Milosevic, es uno de los ejemplos mejor conocidos de esto. Para consolidar su poder, manipuló las líneas étnicas de la ex Yugoslavia, creando tensiones entre serbios, bosnios y croatas que estallaron en una guerra civil y genocidio.

«Las identidades nacionales no son fijas», dijo Stephen D. Krasner, profesor de ciencia política de la Universidad de Stanford y subdirector del Instituto de Stanford para Estudios Internacionales. «Los individuos siempre tienen opciones porque tienen identidades múltiples: chiíta, iraquí, musulmán, árabe. Cuál de entre este repertorio de identidades elijan tiene que depender de las circunstancias, de las ventajas y desventajas de invocar una identidad particular».

«Aun si los chiítas y sunits hacen una alianza ahora», añadió Krasner, «la capacidad de esa alianza para mantenerse dependería tanto de una sensación de nacionalismo iraquí compartido, pero más bien de si serían capaces de forjar un acuerdo de repartición del poder que fuera mutuamente benéfico».

En Irak, los curdos, que conforman una quinta parte de la población, no se han unido al levantamiento porque no hay beneficio para ellos en la agenda del nacionalismo. Significaría expulsar a los estadounidenses, que se sitúan entre los curdos y el dominio árabe del país. Estos lazos datan de principios de los años 90 cuando las fuerzas militares estadounidenses se comprometieron a proteger las fronteras del Irak curdo de las incursiones de las fuerzas de Saddam Hussein. En la actual rebelión, y desde el inicio de la ocupación, pocos curdos han aceptado la idea de que una identidad propia iraquí debería tener la más alta prioridad.

Muchos curdos dicen que se consideran como curdos antes que todo lo demás. Es evidente que si tuvieran la fuerza política y militar para separarse, se escindirían de Irak, un deseo reflejado en su ferviente impulso para crear unaa región autónoma en el norte.

En cuanto a los árabes sunitas y chiítas que han adoptado el actual sentimiento nacionalista, su alianza pudiera desmoronarse fácilmente si su enemigo común ya no fuera una amenaza.

En Afganistán, por ejemplo, facciones de guerreros que se unieron para combatir a los militares soviéticos en los años 80 volvieron sus Kalashnikovs y lanzadores de cohetes unos contra otros una vez que habían alcanzado la victoria. Una identidad afgana o islámica ya no era la unidad colectiva dominante, las divisiones tribales o étnicas tomaron precedencia.

De hecho, esta no es la primera vez que líneas sectarias han sido borradas en Irak bajo una sensación de nacionalidad. Durante ocho años durante la desastrosa guerra Irán-Irak de los años 80, conocida aquí como la Primera Guerra del Golfo, chiítas iraquíes combatieron al lado de sunitas iraquíes contra chiítas iraníes. Pocas fuerzas nacionalistas son tan atractivas como el llamado a la guerra.

Pero con la misma facilidad con que Saddam, un sunita, manipuló sentimientos de patriotismo para unir a esos dos grupos para librar esa guerra, posteriormente dividió a árabes sunitas y chiítas al volver a su ejército dominado por sunitas contra varios grupos de chiítas. El destacado sentido de chauvinismo religioso que resultó es lo que llevó a muchos observadores de Irak, incluido Lakhdar Brahimi, el enviado especial de la ONU que está asesorando sobre la situación política aquí, a advertir en el invierno que una guerra civil estaba cerca.

Las últimas tres semanas han borrado esas inquietudes, conforme los iraquíes hierven de ira por los sitios gemelos a Fallujah y Najaf.

«Estamos viviendo hermosos días de solidaridad entre las personas», dijo Muhammad Bashir al-Faydi, portavoz de la Asociación de Clérigos Musulmanes, un grupo de clérigos predominantemente sunitas que ha surgido como una de las agrupaciones religiosas más poderosas durante la rebelión. «Necesitamos dar las gracias a nuestro enemigo, los estadounidenses. Nos ayudaron a cumplir nuestro sueño. No pensábamos que el sueño se haría realidad tan rápidamente».

Funcionarios estadounidenses están confundidos por el problema de cómo desarraigar la actual fuente de nacionalismo. Quieren ver que la gente aquí adopte una sensación de condición de estado iraquí, pero no a través del odio compartido hacia la ocupación. La clave es desactivar ese odio y crear otra fuente de identidad nacional; quizá convenciendo a los iraquíes de que eventualmente controlarán un país soberano.

«En mi opinión», dijo Yitzhak Nakash, profesor de estudios islámicos y mediorientales de la Universidad de Brandeis y autor de «The Shi’is of Iraq» (El Chiísmo de Irak), «una mayor seguridad, mejores servicios para los iraquíes y, sobre todo, un proceso político serio en los próximos meses -que reconcilie las diferentes quejas de los sunitas y chiítas y aborde los intereses curdos- pudiera reducir la propagación del nacionalismo iraquí con fuertes matices anti-estadounidenses».

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