POR ODALÍS G. PÉREZ
El poeta Ramón Francisco (1929-2004) inició su viaje a los secretos de la memoria originaria. Texto-raíz que enlaza con la clave mítica de un mundo tocado por la eternidad y la metafísica del inmóvil, del Eterno que hace morir, pero no muere en la visión sentiente. El poeta de La Patria Montonera (2002) evolucionó hacia Las jóvenes ideas (Eds. Selección Antología de la nueva voz, Santo Domingo, 1998, 123 págs.), cuyas bases encontramos en una obra un tanto olvidada, publicada en 1960: Las Superficies Sórdidas.
En ambos libros de poesía, el poeta Francisco nos legó su testimonio poético-metafísico y esotérico, reconocido en la fase de autodescubrimiento óntico-ontológico del logos poético.
Antes de su partida, el poeta y crítico publicó un libro que aun permanece oculto como forma mentis. No sabemos por qué no quiso publicitar dicha obra. Bajo el título de Las jóvenes ideas Francisco escribió su testimonio sobre el ser-en-soledad, o, lo que es lo mismo, sobre la visión de un logos culminante evocador de un espacio y una memoria de la palabra secreta que como en el Maestro Echkart y Jacob Böehme, se abisma en el Misterium Magnum y la Pistis Sophia.
En soledad el poeta y el pensador de Literatura Dominicana 60 (1969), Crític-a-además (1987), Sobre Arte y Literatura, Las Superficies Sórdidas (1960), La Patria Montonera (2002) y Macaraos del cielo, Macaraos de la tierra (1987), logró constituir un cuerpo de ideas esenciales fundamentadas en la poesía, la visión óntica y ontológica de la isla y el pensamiento identitario esencial.
Sin embargo, en Las jóvenes ideas, Francisco se apoya en una voz esotérica constituida en la noción de via mentis y de incendium mundi. La génesis de un pensamiento cuya materia ha sido el espasmo, el abismo y la página solicita de una lectura de registros formales y finales. El poeta se sitúa en el orden que se justifica en la letra programa y la letra sagrada.
La dicción del poeta se equilibra desde un lenguaje que no es simplemente un medio, sino un rumbo, un camino, una línea demarcativa del tiempo, el espacio crítico y la memoria. Por eso la soledad es lo que habla en el poeta y la rebelión interna es lo que habla también en el crítico. El gesto del metafísico y el poeta extienden el valor transgresivo de la imagen poética. Situado en La Quinta Soledad el poeta se deja hablar y pronunciar por la soledad que como habitante del mundo lo cubre.
Rumbo.
Te presentí en la arquitectura
de sus alas,
en la unidad vacía. Cometa
que aprisionó mi tiempo.
Y en tus ojos la luna derramada
envolvía su cabellera encendida
(p.83)
El rumbo es una clave en el poeta, y desde lo oracular y lo místico el lenguaje que involucra el texto como imaginario, como escudo y unidad de presentidicación, nos indica la otra lectura, esto es, la necesidad de otra comprensión del mundo que se abre al nacimiento del círculo místico.
El proceso de una interpretación vivencial de la poesía es en este caso el mensaje desde la muerte y ante la muerte que nos ha dejado Ramón Francisco. Y en ese sentido el poeta se reencuentra con la más esencial y metafísica tradición poética dominicana. El habitante del cosmos es, en este caso, el viajero acompañado de Manuel Valerio, Manuel Llanes, Domingo Moreno Jiménez, Juan Sánchez Lamouth, Manuel del Cabral, Andrés Avelino, Héctor Incháustegui Cabral, y otros que ya son símbolos de la paradoja originaria.
El proceso mediante el cual se explica la exploración poética de Ramón Francisco empezó con Las superficies sórdidas (1960). Desde aquellos signos reveladores del encuentro y el desencuentro, el poeta se convertirá en el visionario de la desesperación ontológica, esto es, de aquel hombre cuyo canto pronunciará la muerte como condición, causa y latencia del ser en la memoria de las cosas. Francisco no quiso abandonar el mundo sin decir, sin revelar el límite de este viaje nocturno y trágico del existente y la existencia:
?Oro en la palidez
de las sienes
atado a las pupilas
que encendieron
la furia inexplicable.
(op. cit., p. 41)
¡Y volví al látigo! ¡Memoria!
¡Ya no quiero morirme!
¡Que desaten la hoguera!
¡Que el fuego abrase
mi conciencia!
¡Que la vida se eche
a dormir, riendo!
¡pero que yo no muera!
(La justicia, p.43, op. cit.)
El lirismo poético-metafísico de Francisco, lo encontramos en Las jóvenes ideas como testimonio y testamento poético de su mirada final. En Segunda Oda Tierra, el poeta des-oculta su mensaje sentiente motivado y vivido como tiempo y ser:
Despierta, como un mar
socavado desde
sus intestinos, empujado
por su equilibrio quebrantado.
Su pelo seco, sus grandes ojos,
sus labios, baten al sol su historia
mientras su brazo acusa poderoso y
abre los ojos y aspira los espacios
desde su solitaria lágrima inviolable. (p.46)
El alegorema del asombro y la interrogación evocan en este último libro publicado por Francisco el secreto de una raíz y una memoria del tiempo recobrado en el vivir:
¡Quién sabe! Qué planta,
qué raíz,
qué música empuja sus pies
de esclavos,
qué sueño fue soñado,
qué secreta memoria, qué temor,
qué pactos lo arrastran
hasta este sitio
de la historia (p.47)
En el poema Los habitantes, el poeta se asume y asume el mundo como aquel viaje donde se propicia la resistencia en y desde el vivir. Una dicción poética fluida nos asegura que el concepto de ananké también determina el agôn personificado en una visión de mar y cielo como rumbo:
El habitante asoma los rotos ojos
al mundo que agoniza.
Ve hacia la rota tierra
donde el antepasado clava
sus manos rotas,
ve hacia las piedras que
dieron testimonio de la sangre,
hacia los árboles que
el viento derribó. (p.50)
Lo que declara el poeta Ramón Francisco en esta travesía del ser en soledad irremediable es una convicción:
El habitante sabe que los días contaban y avanza presuroso. No importa ya el ardid. (p.51)
Para constituir un libro como tímpano y mensaje ante la muerte, el poeta escribió en Las jóvenes ideas, un Antiprólogo del libro de las soledades donde le dice a la soledad aquello que ha reclamado como ente silencioso:
Detienes las campanas
de la ciudad
cuando tú llegas
y los relojes corren más aprisa
y una batalla de pupilas
puebla los campos
en donde tú no dices
que te vuelves, llorando.
(p.54)
En la parte de Las jóvenes ideas titulada El libro de las soledades aparece el poema La cuarta soledad. El poeta Francisco asume allí lo que es su propia reflexión, su documento en y contra la soledad:
Como vacío. Como algo
que se muere en los brazos
sin sentirlo, sin solamente palparlo
en su estado final
(p.77)
Aquí convocaremos los muros
que hoy separan nuestros días.
Venid insectos,
roed la sangre
que paseaba su nombre.
No habrá sino un quejido
de mi fiebre
Al pie del frío de noviembre?
(p.79)
Al volver a La Quinta Soledad, Ramón Francisco nos muestra el rumbo de una resistencia que lo lleva, lo conduce definitivamente hacia la muerte:
Mi rostro se apoyó en el vacío.
La luz quedó carbonizada
en mi palabra.
Sentí sobre mis piernas
el ángel que dormía
pero quedé rendido
y las pupilas rotas?.
(p.84)
El caminante se revela en este caso para lograr reconocer su propia decisión:
diseminé en el aire
y en el camino
me tendí al lado de la noche,
llorando.
Rumbo.
Lo que tenemos que sufrir, sufrimos.
(p.85)
En un libro titulado Más allá de este mundo, el historiador de las religiones de origen rumano y ya desparecido Ioan P. Couliano, refiriéndose a nuestro espacio mental desde la visión del universo, nos ha revelado lo siguiente:
Aun si describimos nuestro espacio mental, incluso toda su extraña sustancia mental, como un universo completo que existe en paralelo con el mundo percibido como exterior a nosotros, hasta cierto punto los dos aun dependen el uno del otro: el mundo exterior no podría existir sin el universo mental que lo percibe y, a su vez, este universo mental pide prestados sus imágenes a las percepciones. (Ioan P. Couliano: Más allá de este mundo, Ed. Paidos-Orientalia, Barcelona, 1993, p.22).
El viaje a través de tierras, paraísos, purgatorios e infiernos que nos explica Couliano, sucede no sólo en las culturas religiosas de Oriente y Occidente, sino también en aquellos espacios de la imaginación que se descubren en la mirada poblada de signos, símbolos, fantasmas y demonios de la creación literaria.
Mediante una fundación imaginaria, Ramón Francisco propició aquella pelea simbólica instruida en el fundamento mítico, poético y antropológico de La Patria Montonera y pronunció desde el poema un tiempo de la rebelión metafísica en Las jóvenes ideas y Las superficies sórdidas, que debemos tener en cuenta al momento de proponer un estudio sobre su obra que queremos rescatar del olvido y resituarla en este nuevo tiempo de la historia y la memoria.