Por Guillermo Piña-Contreras
- Treinta años de aislamiento
La República Dominicana de 1961 no había cambiado. Era la misma de 1930. A los que regresaron a Santo Domingo a raíz de la muerte de Trujillo les sorprendió que la mentalidad fuera la misma, que los hábitos y costumbres de sus compatriotas fueran casi idénticos a los de cuando se vieron forzados a dejar familiares y amigos para iniciar un viaje que parecía no tener fin. No importa que ese exilio se iniciara en 1930, 1938 o 1958. Trujillo, durante los 31 años de su dictadura, se esforzó para que la mentalidad dominicana se mantuviera inmóvil. Estática.
Para preservarse, el régimen había aislado a los dominicanos. La revolución intelectual que precedió y siguió a la Segunda Guerra Mundial les fue vedada. Se escribió poco. Burlar el ojo ubicuo de la censura era difícil entonces; la dictadura se concentró en el desarrollo industrial y la modernización material del país porque favorecían los intereses personales del dictador. Estimular ferias de ideas significaba un peligro para el régimen, pero merced a la situación política mundial, a los trágicos acontecimientos de la frontera con Haití en 1937 y a una inminente guerra en Europa, Trujillo se vio obligado a acoger en 1939, un número considerable de republicanos españoles: “En proporción con el número de habitantes, ningún otro país de América acogió a tantos emigrados republicanos españoles como Santo Domingo”, escribe.
Vicente Llorens en Memorias de una emigración y agrega: “Si el número de refugiados fue tan considerable, su permanencia, en cambio, fue muy fugaz. A principios de 1943 había solo una tercera parte de los que llegaron a fines de 1939 o en los primeros meses del año siguiente” (Barcelona, Ed. Ariel, 1975).
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La puerta se cerró al finalizar la Guerra Mundial en 1945. La cultura dominicana, como bien señala Vicente Llorens, se benefició del aporte de los refugiados españoles pues “varias instituciones creadas en aquellos años y puestas bajo la dirección de emigrados han continuado funcionando [en Santo Domingo] hasta el presente. Otras, que debieron su existencia a la iniciativa personal de algunos de ellos, han proseguido igualmente sus actividades. No es fácil precisar si la aportación técnica o la labor docente dejaron huella positiva. Puede que ninguna en muchos casos, mas no hay duda de que en otros contribuyeron de algún modo a despertar vocaciones o a orientarlas” (ibid.). Los aportes de los refugiados españoles destacan en la educación y en la literatura; y, a pesar de la intolerancia del régimen, las ideas socialistas o marxistas dejaron su huella.
De 1930 a 1961, con excepción de ese interludio que impuso la geopolítica mundial, los dominicanos fueron sometidos a un oscurantismo casi medieval para que el régimen unipersonal de Trujillo se preservara.
De los exiliados dominicanos que regresaron a Santo Domingo en los meses posteriores al ajusticiamiento de Trujillo, el único que parece haberse dado cuenta de ese inmovilismo fue Juan Bosch.
“Al hablar sobre la democracia”, escribe en Crisis de la democracia de América en República Dominicana, “explicaba qué es una Constitución, qué es una ley, cómo trabajan los poderes separados; cómo y por qué se vota, qué es un partido político; al hablar de los problemas económicos explicaba puntos tan abstrusos como lo que es una balanza de pagos, lo que es divisa, lo que es un banco, por qué teníamos que producir más y cómo hacerlo, en qué consistía la diferencia entre mercado interno y mercado extranjero; al hablar de la organización de la sociedad dominicana explicaba por qué el pueblo estaba y había estado siempre sometido a una minoría y apliqué a esa minoría la palabra tutumpote, que se popularizó rápidamente y no tardó en traspasar los límites del país” (Obras completas, t. XI, Santo Domingo, CPEP, 1989).
Bosch hizo la campaña electoral como si nunca hubiera salido del país. Su discurso, avalado por su experiencia política en Cuba, llegaba a las masas. El resultado de las elecciones del 20 de diciembre de 1962 lo confirma. Viriato Fiallo, por ejemplo, no pudo darse cuenta de ese estatismo. Sabía enfrentar a Trujillo. No a Bosch, un exiliado con probada experiencia política.
El vocabulario político dominicano era reducido. Muchos de los términos propios para el análisis de la situación sociopolítica de República Dominicana durante la dictadura podían prestarse a confusión y conducir a la cárcel cuando no a la muerte. Acusar a Bosch de haber traído la lucha de clases a República Dominicana en 1961 ilustra la poca cultura política y social de los dominicanos entonces.
El poeta y escritor Ramón Francisco, como Bosch, también se dio cuenta del inmovilismo literario e intelectual en la Era de Trujillo como es evidente en su documentada, metódica y bien escrita historia literaria que comprende el período que se extiende de 1960 a 1969: Literatura dominicana 60 [LD60] (Santiago, UCMM, 1969).
Las orientaciones del poeta y escritor Ramón Francisco (Puerto Plata, 1929-Santo Domingo, 2004), al anquilosado lector dominicano en su no bien ponderada obra, además de oportunas y acertadas me permiten considerarlo no solo como el historiador y el “crítico” de ese importante período de la literatura dominicana sino también como el mentor de la promoción de escritores más destacados después de la caída de Trujillo.
Ramón Francisco sostiene que los autores de entonces, aprovechando la “libertad” que vivía Santo Domingo desde noviembre de 1961, tenían que interesarse en el hombre dominicano; que las novelas de Veloz Maggiolo y Ramón Emilio Reyes burlaron la censura trujillista recurriendo, para hablar del hombre dominicano, a temas bíblicos; que la literatura es continuación no ruptura; que la nueva “literatura 60” se inscribía en la línea que habían abierto Domingo Moreno Jimenes, Bosch, Mir, Incháustegui Cabral, Hernández Franco, los poetas de la Poesía Sorprendida y los de la Generación del 48. “Es imposible despreciar a la obra de arte de ayer”, precisa Francisco en Literatura dominicana 60, “cuando nuestra síntesis de hoy la contiene como elemento formativo, aunque no normativo”.
Ilustra con humor el aislamiento dominicano recordando la reacción de uno de los presentes en la lectura de cuentos de Antonio Lockward y Veloz Maggiolo que gritó: “pero es que yo no entiendo… ¡la moraleja! … ¡la moraleja!… ¡todo cuento debe tener una moraleja!…”.
A pesar de que rechaza que se le considere “crítico”, no ignoraba que todo historiador de la literatura es, al mismo tiempo, crítico. “La revalorización de la obra de importantes figuras dominicanas (Domingo Moreno Jimenes, Héctor Incháustegui Cabral, Pedro Mir, etc.)”, escribe, “que nos hemos visto obligados a emprender obedece a que la crítica para la que ellos fueron sujetos no aplicó los instrumentos de medición apropiados para situar su producción en su justo valor y no deseamos que algo similar ocurra ahora con nosotros” (LD60, ibíd.).
Prudente, el historiador del tumultuoso período 1960-69 precisa que su trabajo no pretende insinuar que los poetas de la Poesía Sorprendida, de la Generación del 48 (a la que, por edad, se siente más cercano), Tomás Hernández Franco, Pedro Mir (exiliado en Cuba desde 1947), o Incháustegui Cabral, ignoraran la literatura europea. Hernández Franco, por ejemplo, había vivido en París en los años del primer manifiesto del surrealismo de Breton y había ejercido como diplomático en Haití y El Salvador o Incháustegui Cabral que también había sido embajador en México y ante la OEA constituían, como puede verse, un reducido grupo. El estímulo de los refugiados españoles se disipó rápidamente. La censura prohibía autores comunistas y demócratas que simplemente manifestaban su oposición al totalitarismo trujillista.
Comprender que la caída de la dictadura había unido a los jóvenes escritores no le impide considerar que ese evento y los vertiginosos cambios que sacudieron a la anquilosada República Dominicana de 1961 sería lo que los dispersaría y que, a partir de entonces, atenuarían la dispersión formando grupos literarios como El Puño, La Isla y La Antorcha, entre los más destacados de Santo Domingo. La caída de la dictadura sembró la semilla de la literatura de 1960.
Literatura dominicana 60, explica Francisco: “[Estos ensayos] Cubren aproximadamente un año, de abril 1968 a abril 1969, con excepción del prólogo al libro La guerra y los cantos […]”.
El primero de los estudios, “Literatura 60”, según la metodología de Ramón Francisco, le permitirá desarrollar los temas anunciados en esta suerte de introducción a su historia literaria. Precavido como todo historiador que se respete, observa pertinentemente: “Concedido que no se trata de literatos a los cuales podamos ya encasillar porque su gran producción está lograda, aunque vivan todavía; concedido que cualquier persona sobre la cual yo escriba aquí puede hacerme quedar muy mal parado dentro de algún tiempo, bien porque abandone la literatura, bien porque tome dentro de ella derroteros distintos de los tratados aquí; concedido todo esto, y más que puedan imaginarse ustedes, me excusarán tratar nombres de manera tan ambigua y referirme en sentido general a la literatura nuestra de 1960 a esta parte [1969], más que al análisis de escritores en particular”.
Luego de tratar, en este enfoque panorámico, las novelas Judas y El buen ladrón de Marcio Veloz Maggiolo, El testimonio de Ramón Emilio Reyes y Magdalena de Carlos Esteban Deive; los cuentos y la poesía de René del Risco y Miguel Alfonseca; de tratar de mostrar que no son obras aisladas que siguen el surco de la literatura occidental. Esas obras y sus autores les permiten en el segundo ensayo, “La idea del hombre en la literatura dominicana”, del hombre “libre” de 1961, luego de 31 años de censura, de ausencia de libertad de expresión: “Tentador acaso por el entusiasmo que despertaría descubrir en la literatura dominicana a una generación que por fin se levanta en armas contra el fuste de su tiempo y desafía al testimonio con bravura y osadía incomparables, y abrumador quizás porque comentar literatura en pleno proceso de parto presume el riesgo de empresa sujeta a ser aplastada por el curso que esta literatura tome en los días venideros”. Y, al mismo tiempo, señala que esa “libertad” debe mantenerse dentro de la obra de arte y que esta no puede confundirse con una tribuna para protestas sociales:
“Chejov dijo, cierta vez”, cita Francisco, “que la obra literaria nada tenía que demostrar; que, con mostrar, con plantear, cumplía su misión…”, y agrega más adelante: “El tema general sobre el cual ella gira es el hombre y su destino, como he tenido oportunidad de indicar. Pero ocurre que todo lo que de él hemos conocido hasta ahora es dolor, sangre, lágrimas. […]. Nuestra [nueva] literatura es ese hombre”. Ese hombre que, como la obra de estos escritores del 1960, no es más que la herencia y continuación literaria del vedrinismo, del postumismo, de la poesía sorprendida…