Ramón Oviedo in memoriam

Ramón Oviedo in memoriam

Quienes presenciaron la entrega del Premio Nacional de Artes Plásticas a Ramón Oviedo, lo recuerdan como horas de inmensa emoción.

A ese formidable creador, ya homenajeado con incontables honores oficiales y privados, se le tributaba al fin el máximo reconocimiento por su dedicación incomparable y su genialidad de hombre del arte. Y… “don Ramón” apareció, desde el interior de su casa, sentado, pequeño, frágil, pero fuerte aun en la mirada, la expresión, el abrazo a sus amigos congregados. Nadie quería pensar que le iban a perder: su compromiso con la vida lucía eterno.

Hoy, cuando nos golpea su partida, cuando su familia está sumida en la congoja, cuando está faltando ya a todos, llegó el tiempo de seguir su ejemplo, de recordar lo que él dio al arte y la cultura, al país y al mundo.

No cabe duda de que la pintura de Ramón Oviedo es, en imágenes, la mayor enseñanza de la historia, la más contundente interpretación imaginaria de los eventos sociopolíticos que se haya producido en la plástica dominicana. Una sola definición, un solo estilo nunca le bastaron para expresar todo lo que sentía, trasladando al lienzo el drama de las situaciones colectivas, llevando las angustias de una comunidad a la creación personal. Con humor y con cólera, él puso en evidencia los peligros que aquejan el presente y el futuro de la humanidad, alegorizando las gestas y el heroísmo. La abstracción y la figuración se funden. La paleta inventa los tonos. Hasta el espacio se profundiza, infinito. Es una obra –dibujo y pintura– totalizante.

En pos de la memoria. Ramón Oviedo puede compararse en la plástica dominicana a la monumentalidad de Pablo Picasso –a quien Ramón reverenciaba… y que le inspiró grandes obras–, en las artes plásticas europeas y universales. Es referencia obligada para el siglo XX, como lo será Oviedo para las artes visuales de República Dominicana, el Caribe y América Latina. En la música, le hubieran calificado como “oído absoluto”, o sea alguien excepcional, llegando a los límites superiores de las facultades humanas en la sensibilidad del oído y el don musical.

En el ejercicio de su talento y dedicación exclusiva, sobre papel y tela, mago de la forma y el color, Ramón Oviedo fue, pues, un pintor “absoluto”, impulsado irresistiblemente por esa “necesidad interior” que, según Kandinsky, motivaba al verdadero artista. Aparte de una visión exterior, metáfora del bien y del mal, que queda fijada en sus cuadros, encontramos en su pintura una visión interior del hombre, de la naturaleza humana, que correspondía a un sentir agudísimo e incluye el sentido… del humor, particularmente en los dibujos.

Cómo explicar el carácter a menudo monumental, muy diverso, casi prolífico de la obra mural de este artista, sin entender sus dotes de investigador social y su voluntad insaciable de transmitir lecciones histórico-políticas al mundo –estamos pensando en los murales de la Unesco y de la OEA–¿? Están a la vez cargados del ímpetu y de la suntuosidad del trópico. Con el rigor de la forma y la generosidad del color, Ramón cuenta historias y la Historia: no hay ningún mural decorativo e inocente, ni tediosa obra de encargo.

La pintura de Ramón Oviedo es entonces compromiso desafiante y permanente. El reto se manifiesta en tantos aspectos que el asombro provoca conclusiones… sin fin.

Cuando ya creíamos haber debatido, descifrado, descodificado una obra, el maestro había iniciado una etapa que provocaba otras reflexiones tan fuertes como las anteriores y obligaba a detenerse. Hay en su temperamento e inspiración un caudal inagotable, lo llamamos “el fenómeno Oviedo”, que recorre la introspección y el autorretrato, el testimonio social y patriótico, la epopeya histórica, la dinámica transformadora, y más…

¡Viva la libertad! Una libertad total permitió al artista trabajar y re-trabajar un soporte a su guisa, cambiar estilo y factura, cumular lo aleatorio y lo premeditado en la composición, y si él lo decide –vale decir si lo siente compulsivamente–, también puede borrarlo todo. Compulsivo lo era Ramón, como Picasso –nuevamente citado–, cualquier pedazo de papel o funda inservible, él la convertía en pequeña obra maestra “a bolígrafo”… que queríamos “agarrar”, recordamos al respecto un viaje en avión hacia Cuba.

Luego, el pintaba con igual entusiasmo un cuadro por encima del primero, especie de arqueología pictórica… a la manera de civilizaciones sepultadas y sus capas sucesivas de testimonios. Sólo Ramón Oviedo sabía lo que oculta la “forma” recién plasmada y qué otra yacente reposa en la tela, pasmada debajo de la nueva turbulencia, a menos que alguien recurre a la radiografía del lienzo. Un día quizás… ¡Tantas investigaciones quedan por hacer en esa producción gigantesca, a pesar de que tanto se ha escrito!

Ahora bien, es el extraordinario dominio técnico, la fabulosa habilidad del creador, que le permitió esa libertad total. Él juega empedernidamente con las disonancias y la cacofonía, la espontaneidad y el gesto, la provocación y los disturbios… Pero esas energías aparentemente desbocadas siempre culminan en el control perfecto de la buena pintura. De esa interpelación, mordaz, justiciera, violenta aun, nacen incuestionables armonías y fuentes de fruición para quienes miran.

Coda. Cuando se ausenta para siempre un ser muy querido, los recuerdos guardan celosamente su cariño, sus virtudes y los momentos compartidos en la felicidad o la tristeza. Cuando es un artista, la memoria se magnifica: Ramón Oviedo ha legado miles de obras que perennizan al maestro, al ciudadano excepcional. Tampoco es tarde para que pensemos en los proyectos que el inesperado término de una vida, sin embargo longeva, no le permitió hacer o al menos empezar.

 

Publicaciones Relacionadas

Más leídas