¡Ramón Oviedo vida y obra a prueba de muerte!

¡Ramón Oviedo vida y obra a prueba de muerte!

La madrugada del pasado domingo 12 de julio ha ascendido hacia las estrellas el alma del gran maestro Ramón Oviedo (1924-2015), visionario, polifacético, prolífero y admirado pintor dominicano que en su plenitud creativa fuera reconocido hace ya más de dos décadas por celebridades de fama universal como el ecuatoriano Oswaldo Guayasamín (1919-1999), el mexicano Rufino Tamayo (1899-1991) y el crítico de arte cubano-americano José Gómez Sicre (1916-1991), como uno de los maestros fundamentales del arte latinoamericano del siglo XX.

“Ha muerto un grande de las artes en la República Dominicana, murió el Maestro Oviedo. Boschista sin lugar a dudas… ¡Paz a su alma!”. Así nos “edificaba” en su “Twitter” maquinal uno de los principales jefes del oficialismo. Por su parte, el coleccionista Antonio Ocaña, presidente de la Fundación Ramón Oviedo, se vanagloriaba patéticamente con un depresivo “sentido pésame” al tiempo que con ínfulas desesperadas publicaba en “Facebook” sus impertinentes “últimos selfies” con el maestro inmortal.

Pero, tal como ha señalado Ada Balcácer: “Ramón Oviedo no ha muerto. Está hoy más vivo que nunca. Se ha convertido en un valor cultural dominicano, un modelo viviente para los artistas visuales de nuestro futuro nacional… ¡Loor por siempre Maestro!”…Asimismo, al ponderar la profundidad humanística y social de su obra mural, pictórica y dibujística, el reconocido crítico de arte Abil Peralta Agüero apuntaba que, tras su partida física, Ramón Oviedo “nos deja la llama viva de su presencia eterna en los corazones de todos los que convivimos con él y convertimos su arte y su historia en parte de nuestras propias vidas”. Al igual que la maestra Ada Balcácer, Peralta Agüero define la obra de Oviedo como un “valioso tesoro para toda la nación”…

La reconocida periodista y escritora Marivell Contreras nos advierte que Ramón Oviedo vivirá por siempre y que “sus huesos ya son polvo de colores”… Mientras tanto, yo agrego que la vida y la obra de Oviedo resultan “a prueba de muerte” por la unicidad de su práctica creadora y por su extraordinaria sensibilidad social. Porque con su “muerte” física, Oviedo ha transformado su vida en destino. Por el grado excepcional de elaboración metafórica y el nivel de trascendencia que adquieren la dominicanidad y la consciencia identitaria latinoamericana en su obra pictórica

Por la sabiduría reveladora de su imaginación. Por la incorruptibilidad de su pneuma (su espíritu) y su jovial temperamento artístico. Porque en su obra trasciende la memoria de los tiempos. Porque sus imágenes y él mismo en ellas se quedan con nosotros. Porque su paso por este mundo jamás será olvidado. Porque su obra deviene en componente indivisible del concepto Patria y porque esta obra seguirá operando como perpetuo “adoratorio” para las presentes y futuras generaciones de dominicanos.

Además, Ramón Oviedo no ha muerto ni morirá jamás porque muchas veces nos dijo que cuando pintaba él mismo era parte del cuadro: “Siempre ando ahí, siempre estoy ahí metido”… Porque en su vasta y esplendorosa producción simbólica, Oviedo llegó a plasmar con poderosas y fascinantes imágenes sus ideas y visiones particulares de la historicidad, la memoria, la magia, la corporeidad, lo telúrico, lo evasivo, la muerte, el absurdo, la seducción y lo intangible.

Al decir de Benjamín Franklin (1706-1790), “en este mundo nada es cierto, menos la muerte y los impuestos”. La muerte se impone en la vida. Cualquier intento de esquivarla no sería otra más que una negación de la dialéctica de la naturaleza, un absurdo definitivo frente a la realidad. Sin embargo, a pesar de la certeza absoluta de la muerte humana, los modos y discursos con que se sigue entendiendo y explicando, resultan diversos, distintos y contradictorios. Para los unos y los otros, la muerte puede ser un hecho natural absoluto y un final inevitable que contradice el deseo innato; el corrosivo tránsito hacia la nada; la violenta calamidad o la más efectiva experiencia “liberadora” del pathos existencial.

El maestro Ramón Oviedo jamás fue “creyente” ni practicó ningún rito religioso. Ante los grandes enigmas de la vida, la muerte y la existencia, Oviedo siempre actuó como un lúcido filósofo materialista; como un místico rebelde y comprometido con su pueblo y con su tiempo; como un poeta intensamente lírico y como admirable fabulador del delirio. “El centro de mi obra es el hombre, el hombre con sus creencias, sus experiencias, sus amores, sus dolores, sus alegrías, sus angustias, sus pasiones y sus contradicciones”, así me hablaba en la primera entrevista que le hice en 1988. Dos décadas después, resultaría inevitable nuestro diálogo sobre la muerte en su obra al observar detenidamente aquel graffiti estremecedor en una de las paredes de su taller: “La muerte debió ser una súbita desaparición”…

Así, en la vida y en la obra de Ramón Oviedo, el tema de la muerte se torna obsesivo y terriblemente atractivo. Por ejemplo, durante la última década del siglo XX, Oviedo abordaría con gran pasión e ironía demoledora el tema de la muerte en su serie “Persistencia Evolutiva de la Forma en la Materia”; en la mayoría de sus autorretratos y en una serie de obras excepcionales como las tituladas “Uno que va, Otro que viene” (1974); “Reacción” (1997); “Trampa en la antesala del Cielo” (1998); “Después de Aquí nada” (2000), “En tránsito hacia la nada” (2000); “autorretrato postrimero”; “Autorretrato en el crematorio” (2013) y “Bienvenido al cielo”.

Entonces, para Ramón Oviedo, cada ser humano no solo habrá de morir en el futuro, sino que ya está muriendo en la vida desde el mismo instante de su nacimiento. En su “Autorretrato como Dorian Gray”, Oviedo percibe y representa la muerte como fin de su vida terrena, como la inminente ruina de su existencia corporal, como una arriesgada y hermosa ruptura de las relaciones que le unen con la colectividad, consigo mismo, con sus proyectos y sus aspiraciones personales. Asimismo, a través de los máximos efectos de su práctica creadora, Ramón Oviedo accede a su propia realización por sí mismo, consigo mismo y a través de sus propios recursos materiales y espirituales.

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