Ramona Peña: ¡mujer ejemplar!

Ramona Peña: ¡mujer ejemplar!

FIDELIO DESPRADEL
Eran los meses finales del fatídico año de 1971. La contrarrevolución instaurada por el ejército y gobierno norteamericanos, a partir de 1965-66, ya había sesgado la vida de centenares de combatientes, militares constitucionalistas y militantes revolucionarios, y ahora se empeñaba por aterrorizar y replegar al pueblo llano. La «Banda» y los «incontrolables», dirigidos desde la embajada de la César Nicolás Penson y del principal escritorio de la Policía Nacional, habían dejado atrás su caza selectiva, y ahora se ensañaban, indiscriminadamente, contra el pueblo llano. El asesinato de los cinco jóvenes del Club Héctor J. Díaz marcó los nuevos tiempos.

En aquel aprehensivo y macabro marco, conocí a Ramona Peña. Una calle y una casa de Villa Consuelo, cercana al mercado del mencionado barrio. Nelson, mi hermano de trascendentales batallas ideológicas y políticas, hoy Presidente de la Academia de Ciencias de la República Dominicana, tan flaco que «se lo llevaba el viento», estaba interesado en presentarme a la que seria su esposa: tímida e introvertida -esa era la apariencia de aquella mujer excepcional-.

Ahora, Ramonita (Ramona Peña) se nos ha ido.

De seguro que no aparecerá en las llamadas «páginas sociales» de los diarios de gran circulación, reservadas tan sólo a las familias «ilustres», sea en ocasión de su deceso o de cualquiera de las pueriles entretenciones propias de la totalidad de sus integrantes.

Recuerdo cuando en enero de 1972, nos tocó proteger y esconder a Toribio Peña Jáquez, según Balaguer, «el guerrillero que se infiltró en la ciudad». Esconderlo, protegerlo y servirle de base de apoyo, era casi una condena de muerte. Y resulta que la casa de Ramona y de Nelson, en la calle Peña Battle, fue el refugio del octavo miembro de la Guerrilla de Caracoles, cuando, como parte de una desesperada acción de propaganda, él y el minúsculo grupo que le brindamos apoyo, asumimos la misión de organizarle una rueda de prensa con Juan Bolívar Díaz, Juan José Ayuso y el director del periódico Ultima Hora.

Callada. Solidaria. Acuciosa: Ramonita era de una estirpe especial.

Desde 1972, aquel día tan especial del mes de febrero, hasta el mismo día de su muerte, Ramonita se granjeó el cariño y respeto de centenares de militantes revolucionarios y hombres y mujeres del pueblo, que siempre encontramos en ella una amiga solidaria y un apoyo incondicional. Visitar su casa, cual que fuera la circunstancia, era como llegar a un oasis.

Era excepcionalmente acogedor el ambiente de la casa de Ramonita, tanto en los «instantes» de la cotidianidad revolucionaria, cuando tanto necesitamos del calor humano, como en los momentos difíciles, cuando le solidaridad se puede pagar con la muerte.

Ella solo tenía un rasero para determinar el tipo de relación a establecer con cada una de las personas que ella permitía que entraran en su vida: La conducta etica y moral de esa persona y los intereses al lado de los cuales se colocaba. En esto, hasta donde yo conozco, Ramonita nunca se equivocó: Solo le daba cabida en su corazón a las personas, que en el juicio de su intransigente «rasero», hacían coincidir sus palabras con sus acciones, y garantizaban, según su juicio, que se mantendrían dentro de este marco de conducta, hasta el día de su muerte.

Donde Ramonita encontramos y encontraron refugio: izquierdistas, hombres y mueres progresistas de todos los matices ideológicos, y el mas humilde hombre o mujer del pueblo.

Era una, dentro de una familia de 18 hermanos y hermanas. Uno de ellos, al cual conozco a través de las actividades de los colonos azucareros, me decía que desde jovencita, Ramonita, que era la hermana mayor, había asumido la tarea de mantener unida la familia. O sea, además de su solidaridad y apoyo incondicional a toda causa justa, Ramonita fue el factor fundamental de unidad de toda su familia.

Cuando me encontraba en la funeraria, le plantee a un amigo de «aquellos tiempos», que los iba a convocar para realizar una conversación sobre aquella mujer excepcional. En estos tiempos de tantas dobleces, doble moral y rendiciones de banderas, evocar a esas personas que expresan, por si solas, la dignidad de tantos, es en extremo reconfortante.

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