Ramos para una primavera reformista

Ramos para una primavera reformista

EL pasado miércoles, víspera de primavera, varios reformistas nos reunimos bajo consignas precursoras de revitalización institucional del PRSC: unidad para el fortalecimiento; necesaria para la nación en consonancia con aquella admonición de Balaguer:  “la democracia dominicana es mejor con un PRSC fuerte”.

Mejorar nuestra democracia implica contribuir a su mayor eficacia y eficiencia, social y económica, mediante la praxis que las circunstancias nos deparen: Oposición aguijoneadora del accionar gubernamental y/o prepararnos para brindar, en la próxima cita electoral, oportunidad de disponer políticas contribuyentes de lo que somos portadores: capacidad realizadora manejando prudentemente recursos para una dominicanidad mas justa y libre.

Por haber abandonado estos nortes presentes durante las administraciones reformistas, la nación no ha progresado como debiera.  El país degradó, de 1996 al presente, un 2% su nivel de Desarrollo Humano medido por las Naciones Unidas; mientras FMI-OIT diagnostican que: “pese a un crecimiento sostenido… el país  no ha podido lograr bienestar…y empleos de calidad”.  Nuestro sistema productivo se ha hecho más ineficiente medido por una balanza de pagos 20 veces más deficitaria que 1996; deficiencia causada por inadecuadas administraciones fiscales expresadas en  déficits exorbitantes financiados con endeudamientos provocadores de: (1) triplicación de costos financieros, (2) duplicación de impuestos, (3) incapacidad gubernamental para habilitar infraestructuras, (4) succión gubernamental de recursos del sistema financiero que debieron dirigirse a sectores generadores de producción y empleo y (5) erogaciones por más de RD$100 millones diarios solo por intereses.  Hoy, no existe un índice emanado de organismos acreditados que coloque el nombre del país en alto.

Durante los gobiernos reformistas no se fomentaban mitos, ilusiones y fantasías, como pagarle el petróleo a Venezuela con habichuelas mientras la producción disminuía. Las obras se inauguraban sin pregonar anuncios ni primeros picazos. Se procuraba que los asfaltados no recayeran en las mismas vías, ni había monopolios en su suministro ni se rompían para luego reasfaltarlas. Las industrias –azucareras, tabaquera y torrefactoras, etc – se empeñaban en utilizar materias primas nacionales que nuestros agricultores se empeñaban producir. El modelo de construcción priorizaba puestos de trabajo y no trabajo para máquinas.

Este estado de cosas no podía seguir observándose pasivamente, con insípidos  e intrascendentes pronunciamientos ni con holgazanería institucional; por lo que constituía un imperativo adoptar iniciativas revitalizadoras.

Y retomar institucionalmente el discurso de disciplina fiscal, ahorro interno, producir nacionalmente en lugar de consumir internacionalmente, invertir en infraestructura  para satisfacer necesidades y generar puestos de trabajo y aferramiento a una dominicanidad en nuestras relaciones fronterizas y extraterritoriales, incluyendo en el tratamiento de inversiones extranjeras y explotación de recursos naturales.

Un discurso con el cual el PRSC ofrecería a la nación una primavera reformista merecedora de ramos.

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