RASPUTÍN entre la leyenda y la realidad

RASPUTÍN entre la leyenda y la realidad

Grigori Yefímovich Rasputin, una de las figuras más enigmáticas y extravagantes de la historia contemporánea, ha permanecido bajo el misterio de su inexplicable ascenso al poder tras conseguir entrar en la corte del último zar, Nicolás II. Ahora se cumplen cien años de su asesinato.
Si para algunos fue un ser superior, un monje místico con fama de sanador, para otros solo se trató de un siniestro personaje, un demente impostor. Nada se sabría de él de no ser porque, creyéndose con poderes curativos e hipnóticos, Rasputín logró si no curar, sí mejorar la salud de Aléxis, único hijo varón y heredero del zar, que padecía hemofilia. A partir de entonces pasó a estar protegido por la zarina.
Presentado como un hombre de Dios, la vida del también llamado “monje loco” fue de lo más libertina. Sus biógrafos coinciden en describirlo como un ser autoritario y despiadado, cuyos actos, ya fueran grandes banquetes que terminaban en orgías o la toma de decisiones, eran revestidos de un falso misticismo que todo lo justificaba.
Pero aquel monje semianalfabeto, poseedor de supuestos dones espirituales, con los que llegó a ejercer una total influencia, no sólo sobre la zarina, sino sobre el destino del país, fue víctima mortal de su ambición desmedida.
Una intriga palaciega encabezada por el príncipe Félix Yusúpov, uno de los hombres más poderosos y ricos de Rusia, acabó con su vida a finales de diciembre de 1916 -hace ahora cien años- , hecho que coincide con el fin del imperio de los zares y la revolución bolchevique, diez meses después. El escritor ruso Eduard Radzinsky, que ha investigado los nuevos archivos estatales rusos encontrados en 1995, ofrece una imagen más equilibrada de este controvertido personaje. Gracias a su acceso al “Expediente Rasputín” extrae una historia extensamente documentada, basada en hechos reales.
Radzinsky parte de las declaraciones de sus amigos, devotos, o admiradoras, para explicar lo inexplicable: cómo aquel monje consigue ampliar su influencia en la corte hasta hacerse con el control de todas las decisiones del Estado, y quién fue, de los reunidos aquella noche, el verdadero autor de su muerte. Nacido en 1869 en Siberia occidental en el seno de una familia de campesinos, Grigori Yefímovich Rasputín era un hombre de gran corpulencia física y de carácter, con poderes psíquicos desde niño. Se casó antes de los 20 años y tuvo tres hijos. Tras vagar como santón, llegó a San Petersburgo ya con fama como monje sanador y entró en el círculo de las familias más acaudaladas.
Su suerte cambió en 1904 cuando fue llamado por la zarina Alexandra, una mujer muy religiosa y supersticiosa (canonizada por la Iglesia ortodoxa rusa en el año 2000), para curar al pequeño Alexis, el heredero y único hijo varón del zar, al que logró sanar, no se sabe si mediante hipnosis, o por sus conocimientos de medicina, o por todo a la vez, pero lo cierto es que el heredero mejoró y aquello fue tomado como la muestra de su poder. Desde entonces se instaló en palacio y ejerció una gran influencia sobre la zarina, no tanto sobre el zar que nunca se fió de él. Así como Rasputín fue aumentando su poder en la corte fue sumando enemigos entre los poderosos, que veían en él a un impostor peligroso que debían eliminar. Por si fuera poco, sus escándalos sexuales eran cada vez más descarados y difíciles de tapar por el halo de misticismo. Máximas como: “Se deben cometer los pecados más atroces, porque el mayor placer de Dios es perdonar a los grandes pecadores”, confirma sus conocidas odiseas sexuales que tanto ayudaron a aumentar su leyenda, y que ahora Radzinsky ratifica a través de los sorprendentes testimonios dejados por las mujeres de San Petesburgo, sobre las que ejerció una irresistible fascinación.
Odiado por todos, protegidos de la zarina. Rasputín logró ser odiado por todos. No gustaba ni a la corte, que no soportaba el meteórico ascenso de un simple campesino, ni a la clase política, que no comprendía el poder que ejercía sobre los zares, ni a la Iglesia ortodoxa, que conocía su pasado como miembro de una secta.
Era incomprensible que el zar desoyera tantas opiniones en su contra, y que incluso destituyera a quien así le aconsejara. La explicación, según Radzinsky, radicaría en esa religiosidad supersticiosa de los zares que creían en ciertos dones superiores, conocidos como “demencia santa”; la tradición rusa está llena de “santos locos”, la misma catedral de San Basilio de Moscú, está dedicada a uno de ellos.
Cuando iniciada la Primera Guerra Mundial, Nicolás II destituyó a su comandante en Jefe, a instancias del propio Rasputín, este tuvo que abandonar la corte para encabezar el Ejército.

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