RAYMOND CHANDLER 
El duro de pelar que perdió el camino

RAYMOND CHANDLER <BR>El duro de pelar que perdió el camino

POR GRACIELA AZCÁRATE
El mejor ejemplo para esa literatura de denuncia «dura» es Raymond Chandler. Pertenece a los autores «hard boiled» o «duros de pelar», al estilo de Cain, de Goodis o de McCoy que recién hacia fines de la década del sesenta y comienzos de los setenta sería descubierta en Argentina y publicada en la Serie Negra de Tiempo Contemporáneo dirigida por Ricardo Piglia, con las traducciones de Rodolfo Walsh, y los primeros rescates desde la prensa cultural, con los artículos de Osvaldo Soriano en el periódico La Opinión.

Era considerada en los círculos universitarios «literatura menor» a tal punto que treinta años después tengo grabado el recuerdo de una amiga psicóloga que tiró a la basura la colección completa de novela policial editada por el Centro Editor creyendo que tiraba «paquitos» y para purgar el pecado de que le gustara esa clase de literatura barata.

En la década de los setenta Sir Philip Marlowe se convirtió en el caballero antihéroe, en el duro de nuestro tiempo.

Los maestros del género, los creadores de la novela dura, a los que siempre se despreció y tildó de «literatura menor», dicen que allá por la década de los 20, en el siglo pasado la única manera de descifrar y entender una de sociedad violenta, dura, corrompida y cruel como la norteamericana era a través de las novelas policiales.

Dashiel Hammet, y Raymond Chandler fueron maestros del género.

Raymond Chandler fue el escritor de la novela policial negra, el inventor de la «hard boiled» que empezó tarde pero seguro, logró que su primer cuento se lo publicara Dashield Hammett cuando ya tenía 45 años, y recién a los 50 terminó su primera novela, «El sueño eterno»

Era un caballero inglés, retirado a su dorado ostracismo de Hollywood cuando por principios de honor e integridad planeó con su editor una borrachera descomunal y controlada para terminar a tiempo el guión de «La dalia azul».

Ese editor amigo era John Houseman quien publicó un artículo en Harpers donde cuenta es «Semana perdida» donde Chandler cumplió con su palabra de honor. Escribió así de su amigo: » No suele recordarse fácilmente que Chandler, cuyo territorio literario estaba limitado por Malibú al oeste, Long Beach al sur, San Bernardino al este, y cuyos textos dieron a conocer al mundo una parte de la más despiadada documentación sobre los aspectos más sórdidos de la sociedad del sur de California durante las décadas del 20 y del 30 en el siglo pasado, había pasado la mayor parte de su adolescencia en Inglaterra y había estudiado a los clásicos en Dulwich»

«La dama del lago» y «Adiós, muñeca, adiós» son sus dos obras magistrales y a diferencia de los torrenciales autores policiales como Conan Doyle o George Simenon, el maestro escribió poco pero bueno y eficaz. En su haber tiene tan sólo seis aventuras de Philip Marlowe, dos docenas largas de relatos, muchos de los cuales reelaboró en las novelas, algunos guiones y un puñado de artículos sobre el género.

Nada más . «Lo bueno si breve , dos veces bueno»

Chandler fue un escritor de maduración lenta, que empezó a publicar muy tarde: terminó su primera novela, » El largo sueño», a los cincuenta años. Nacido en Chicago en 1888 y con educación británica, en su juventud escribió poemas e intentó la literatura seria sin suerte ni talento. Por necesidad y desencanto terminó como ejecutivo de una petrolera que se fundió durante la depresión de 1929. Sin trabajo, sin antecedentes ni experiencia alguna en el género criminal, se convirtió en escritor profesional cuando mandó un cuento a Black Mask que era un pulp, una revista barata de relatos policiales donde decidía Dashiell Hammett y para su sorpresa se lo aceptaron. Ese primer cuento se titulaba «Los chantajistas no matan» publicado en diciembre de 1933, cuando Raymond Chandler tenía 45 años.

Ese diciembre de 1933 es una especie de guiño secreto para la novela negra norteamericana, porque, mientras Chandler llega con su primer cuento, Dashiel Hammett el autor de «El halcón maltés» se va, él no lo sabe aún, pero «El hombre flaco» de 1934, es su último trabajo y su despedida del género porque no volverá a escribir.

Desde ese momento y durante dos décadas Raymond Clandler completa un ciclo de excelencia que cierra con «El largo adiós», su obra maestra definitiva de 1953.

Raymond Chandler construyó desde los arrabales de la literatura, desde una literatura despreciada, una obra sólida que lo convertirá en un gran escritor.

Chandler murió en 1959 «triste, solitario y final» él también, en La Jolla, California.

Veinte años antes para armar el argumento de «El sueño eterno» en 1939, Chandler utilizó tramas y personajes de tres cuentos que ya había publicado y los refundió en una sola historia. Del mismo modo, perfiló con retazos de sus investigadores como Mallory, Malvern, Carmody y Dalmas la figura acabada de su detective emblemático, que fue Philip Marlowe. A partir de ese momento se liberó y empezó a «canibalizar» historias propias.

Publicó tres novelas magistrales «Adiós, muñeca, adiós»; «La ventana siniestra», en 1942 «La dama»del lago», en 1943.

Las versiones cinematográficas de «El sueño eterno» que hizo Howard Hawks en 1946 con Humfrey Bogart y Lauren Bacall, que venían de arrasar en «El halcón maltés» de John Huston y se llamó «Al borde del abismo», y de «La dama del lago» de George Montgomery son publicadas simultáneamente en 1947.

Chandler y su antihéroe Marlowe trascienden el «hard boiled» y la novela policial para convertirse en el referente de la literatura verdadera.

John Houseman cuenta en el prólogo de » La Dalia Azul», editado por Bruguera que años más tarde de la » La semana perdida», escribió un artículo displicente dedicado a América, sobre el héroe estilo Bogart que estaba de moda y lo comparó con el Philip Marlowe de Clandler a quien: «Describí como un hombre monótono y melancólico, de inteligencia limitada y aspiraciones mediocres, que se contentaba con trabajar por diez dólares diarios y que entre una copa y otra, recibe regularmente una paliza y se acuesta ocasionalmente con alguna mujer.»

A vuelta de correo Raymond Chandler le escribió una carta punzante donde entre otras cosas decía que: » El artículo era típico del pensamiento locuaz y de los despreciables valores que le hacían detestar Hollywood y a todas sus obras. (…) Marlowe y los de su clase eran los últimos hombres honestos que habían quedado en nuestra sociedad; cumplían con su trabajo y recibían su remuneración; no eran temperamentos codiciosos ni ascendían en el mundo pisoteando los rostros de los demás; no querían dominar la Tierra ni eran capaces de compensar sus debilidades molestando a los otros. La actitud de Marlowe era, de hecho, la única que podía adoptar un hombre decente, que tuviera respeto por sí mismo, en el mundo rapaz y brutal de hoy».

En los últimos años de su vida y muerta su esposa Cissie, Chandler y Houseman se reencontraron y volvieron a escribirse sin rencor.

En una última carta le escribe: «Un escritor no tiene con qué negociar sino con su vida. Y eso es difícil cuando otra gente depende de uno.

¿ Así que, hasta dónde hay que transigir? No lo sé. Podría escribir un best seller, pero nunca lo he hecho. Siempre había algo que no podía dejar fuera o algo que poner. No sé porqu黅

De posdata escribió esta frase excepcional: «Confío en que sepas que nunca me consideré importante y que nunca podría hacerlo. El mundo mismo es un poco desagradable. Me he divertido mucho con el idioma americano; tiene expresiones fascinantes, es continuamente creativo, como el inglés de la época de Shakespeare, su slang, su argot son estupendos. Pero he perdido Los Angeles. Ya no es el mismo lugar que yo conocía tan bien y que fui casi el primero en llevar al papel. Tengo la impresión, que no es rara, de haber ayudado a crear una ciudad y de haber sido expulsado después por los especuladores. Ya no puedo encontrar mi camino…»

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