Raza, cultura, historia, religión, territorio e identidad

Raza, cultura, historia, religión, territorio e identidad

Caso curioso de identidad nacional es el de personas de ancestro europeo, que no pierden oportunidad para pronunciarse contra la crueldad de los colonizadores. En Chile, donde la mayoría tiene genes españoles, se expresan con orgullo acerca de los indios históricos, pero no así sobre los indios pobres y analfabetos de los barrios y zonas empobrecidos. De un lado la gran mezcolanza de razas y, del otro, la crueldad de encomenderos y esclavistas, nos inducen a ser más radicales y unánimes en cuanto a juzgar a nuestros antepasados europeos. No obstante ser la gran mayoría de nosotros mulatos o negros, con una proporción considerable de rasgos blancos, presentes en cualquier color de piel, nuestra historia, cultura, y religión, lo fundamental del ser nacional siempre ha sido hispánico, mayormente occidental y cristiano.

Personas que se consideran a sí mismas negras por su piel o sus rasgos físicos, son de hecho “cultos y cultivados” en la cultura hispánica o hispanoamericana. Paradójicamente, y de un modo a menudo ostensible, un negro dominicano negrea a otros supuestamente más negros que él.

Algo llamativo y acaso de moda: Negros dominicanos que se consideran distintos y ajenos a la raza y cultura española, se expresan solamente en español, y sus héroes y personajes históricos son principalmente blancos, sea su santo patrón, la virgencita, Unamuno o Cervantes. En cualquier caso, lengua, historia y religión de este dominicano negro, mulato, blanco o “habado” (como las habas), son fundamentalmente de origen y herencia europea.

Convendría preguntarse en dónde reside la identidad de una persona. ¿Un asunto de territorialidad, de cultura ancestral, o acaso, en gran medida es un fenómeno de mimetismo de supervivencia? Si acaso el color de la piel puede influir más en la clasificación e identidad que una persona se da a sí misma, que la lengua, la historia y la religión. Hay ciertamente mucho oprobio cometido contra negros e indígenas que la historia criolla casi no recoge, aunque nunca sea comparable al acaecido en los cañaverales del Haití francés, y en los algodonales de Luisiana.

La del negro dominicano, carenciado por generaciones, es una identidad dolida, necesariamente ambivalente. Quizás porque el abuelo negro le legó alguna especie de amnesia para no trasmitirle dolor, prejuicio o vivencias que en el futuro le dificultaran adaptarse a la realidad del predominio blanco. Negros y mulatos dominicanos, como el del batey, de Guzmán, Beltrán y Joseíto, aprendieron a exhibir con gracia su dentadura; distinto al del Cañero #15, del Dúo Los Compadres, y al del “Over”, de Marrero Aristy. El nuestro sabe también que esta patria ha sido construida con sudor y sangre negra, blanca y mulata. La memoria ancestral de nuestros blancos aceptó tempranamente su similitud cultural con negros y mulatos; y a pesar de sus esfuerzos de diferenciación clasista, se auto obliga a sentimientos de compensación y justicia, que también provienen del instinto de especie, y de la ciencia y la cultura blanca, occidental y cristiana; que nos hacen saber, sin duda posible, que nadie es superior a nadie.

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