Razón desconsoladora

Razón desconsoladora

Poseo una vieja versión de la obra más controversial de don Miguel de Unamuno: “Del sentimiento trágico de la vida”. Es la sexta edición de Editorial Losada, S. A. , de Buenos Aires, publicada en 1977. Este libro, atrevido y difícil, profundo e iluminador, apareció originalmente en 1913. En esa sexta edición se imprimieron 10,000 ejemplares. En realidad, el título completo es “Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos”. Pero ha tenido que ser “encogido”, como ya ocurrió con “La riqueza de las naciones”, del escocés Adam Smith. Unamuno es un pensador en continuo desgarramiento interior.

Quiere creer y duda; dice que quien “afirma su fe a base de incertidumbre, no miente ni puede mentir”. Recorre de nuevo, con enorme vitalidad, los caminos de San Pablo, San Agustín, Pascal y Kierkegaard. Los hombres son, al mismo tiempo, ángeles y bestias; oscilan permanentemente entre el bien y el mal. Sus palabras exactas fueron: “Y no sólo no se cree con la razón ni aun sobre la razón o por debajo de ella, sino que se cree contra razón. La fe religiosa, habrá que decirlo una vez más, no es ya tan sólo irracional, es contra-racional”.

“La poesía es la ilusión antes del conocimiento; la religiosidad, la ilusión después del conocimiento. La poesía y la religiosidad suprimen el “vaudeville” de la mundana sabiduría de vivir. Todo individuo que no vive o poética o religiosamente es tonto”. Eso pensaba Kierkegard, afirma Unamuno, quien añade: “nos dice también que el cristianismo es una salida desesperada. Y así es, pero solo mediante la desesperación de esta salida podemos llegar a la esperanza, a esa esperanza cuya ilusión vitalizadora sobrepuja todo conocimiento racional, diciéndonos que hay siempre algo irreductible a la razón”.

Unamuno intenta vacunarnos contra “el odio anti-teológico” del racionalista “poseído de la rabia de no poder creer”. Muchos años antes de que Marguerite Yourcenar escribiera “Memorias de Adriano”, Unamuno había topado con la frase de Lucrecio: “No existiendo ya los dioses, y no existiendo todavía Cristo, hubo, desde Cicerón a Marco Aurelio, un momento único en que el hombre estuvo solo. Para cerrar, don Miguel señala: “la oquedad afectiva y emocional del racionalismo”.

 

Publicaciones Relacionadas

Más leídas