Razonar juntos

Razonar juntos

JOSÉ MANUEL GUZMÁN IBARRA
Todo aquel que quiere ejercer sus derechos políticos con plena conciencia debería disponerse a entender la Política. ¿La razón? Planteado de forma sencilla, una introducción al razonamiento de lo público, sin ideologías que impidan  la creatividad y sin moralismos que impidan el análisis, es fundamental para que nuestras decisiones (y acciones) como ciudadanos no respondan a la mera manipulación  de  los agentes sociales con más acceso a los medios de comunicación masivos: políticos, periodistas, empresarios, etc. y sean, en cambio, fruto del ejercicio de nuestra libertad.

No pretendo un panfleto apologético de lo político ni de crítica a los que, por pereza mental, ven en el partidismo la fuente de todos los problemas nacionales. Mi aspiración es encontrar un punto de partida, lo más neutral posible, para empezar a razonar juntos.

¿Es posible encontrar en nuestro país al menos un lenguaje común para debatir los temas nacionales? Pretendo proponer una respuesta a esta pregunta. El  esfuerzo de razonar juntos no es un deseo utópico. Razonar no excluye los intereses que legítimamente  posee cada  quien, en cambio, ofrece la manera en  que esos intereses pueden encontrar el punto común que beneficie a todos, sin que ello signifique un llamado vacío e hipócrita al sacrificio personal en aras del bien común, como muchos demagogos  acostumbran. Razonar juntos es esencialmente un imperativo democrático que pasa por el diálogo; no en vano Ortega y Gasset consideraba al diálogo la primera institución de una sociedad sana.

La comunicación debe ser la verdadera y necesaria vocación del demócrata. Y la opinión pública es ese espacio de comunicación donde confluyen todos aquellos que aspiran a incidir en lo público. Lo tratado públicamente tiene en cualquier sociedad una problemática especial. Los actores sociales que se acercan a tratar lo común no lo hacen desprovistos de intereses privados, de subjetividad, ni de pre-conceptos ideológicos. En una sociedad democrática el espacio de lo público no es monopolio de nadie ni es exclusivo de los más excelsos y no comprenderlo dificulta el entendimiento, necesario para el consenso.

La definición misma de lo que es “opinión pública”  es elusiva. Jürgen Habermas, delimita el concepto de “opinión pública” con relación al “espacio público”, entendiéndolo como un ámbito de nuestra vida social. Según Habermas: “Hablamos de espacio público político distinguiéndolo del literario o de otro, cuando las discusiones públicas tienen que ver con  objetos que dependen de la  experiencia del Estado”,  y es alrededor de ese espacio que me propongo la aventura de intentar un consenso mínimo para razonar juntos: un lenguaje común.

En la teoría de comunicación de Habermas se  plantea el tema de la verdad. Según él lo que se dice acerca del mundo puede ser verdadero o falso en  la medida en que lo afirmado esté cerca o lejos de los hechos. Sin embargo, lo que se afirma “sólo puede ser sostenido o validado con razones o argumentos” y no con los hechos en sí mismos. En la teoría que Habermas plantea, la verdad de lo argumentado es más una pretensión de validez, por lo que lo afirmado no puede ser verdadero o falso, sino justificado o injustificado.

Así, creo que Habermas con su propuesta supera  el  fácil relativismo de pensar que la verdad es imposible, pero también salva muy efectivamente el dogmatismo propio de algunas ideologías, religiones o discursos moralistas que piensan en la verdad como   de carácter absoluto e inamovible.

Todo lo que “públicamente” se afirma está sujeto, primero, al escrutinio de la opinión de los demás y segundo, no tiene valor de verdad sino en cuanto a su validez, a la justificación o falta de ella en términos sociales. Así, me parece que la Política es, en este sentido, actos lingüísticos sometidos examen para establecer su legitimidad. En un proceso discursivo los participantes no sustentan las “pretensiones de validez” de sus afirmaciones en  hechos sino en las razones que los llevan a afirmar tal o cual cosa acerca del mundo desde sus propias experiencias. El sujeto social otorga valores mayormente subjetivos, por lo que sus afirmaciones  se encuentran mediadas por las interpretaciones que hace de lo que percibe. Es esta interpretación  la que sirve como argumentación dentro del discurso y la que llevará a los sujetos a establecer consensos (y disensos) acerca de sus experiencias del mundo al poder establecer su legitimidad o carencia de ella.

No obstante este punto de partida subjetivo se  puede alcanzar, según Habermas, el consenso mínimo que nos permite ser parte de una sociedad, al entender que a) la verdad no es una intrínseca a los objetos sino que se establece en función de lo afirmado porque se funda en razones y no en experiencias del mundo; b)  la verdad es ínter subjetiva  pues diferentes sujetos pueden predicar algo de las   cosas y cuestionarse mutuamente las pretensiones de verdad de sus afirmaciones; c) La verdad de un enunciado se funda en el consenso racional que,  con base en argumentos, puedan alcanzar los sujetos involucrados. Habermas se plantea como objetivo la Razón Argumentativa que sirve de sustento a los procesos discursivos a través de los cuales los sujetos alcanzan consensos y orientan sus acciones  al logro de objetivos comunes y no de acuerdo a intereses particulares. En una sociedad democrática “la razón argumentativa” me parece obvio, toma forma cuando el voto mayoritario otorga el consenso. El debate puede (y de hecho es  así) seguir abierto, pero las acciones concretas que siguen al discurso están, en principio, legitimadas para el que obtiene el favor del voto o aceptación mayoritaria. Un límite aceptado a esto es el marco legal que, en sí mismo, ha sido también producto de un proceso de legitimación, que se asume luego de un consenso alcanzado.

Los discursos teóricos, así como los práctico-morales son susceptibles de verdad en cuanto que poseen  una validez discursiva como productos de consensos   racionales argumentativos. Dicho de otro modo, lo dicho por un actor social tiene legitimidad cuando se alcanzan consensos, sea a través del esfuerzo de asociación alrededor de esos consensos (partidos, clubes, iglesias) o sea a través, en el plano político, en el marco de lo institucional y de la validación electoral o simplemente de la aceptación pública mayoritaria. A manera de conclusión apresurada, hay que plantear que el acuerdo mínimo que nos permita razonar juntos es posible en el marco democrático si al tratar  de mejorar las instituciones y los mismos instrumentos democráticos nos disponemos a evitar la descalificación del discurso del otro argumentando los “hechos” y en cambio nos disponemos a contrastarlos  con  argumentos legitimados en el ámbito público.

Una implicación práctica sería el abandono del discurso de moralina, asumir el esfuerzo de verificación de lo dicho por el otro sin importar si está o no en el gobierno y asumir el contrapunteo de las propias ideas con la misma tolerancia y disposición a validar las afirmaciones que solemos exigir a otros para nosotros mismos.

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