Lo único que explica el intento de trastornar el legítimo derecho, tanto de la sociedad como de las bases del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), es el convencimiento de no poseer el nivel de simpatías para validarse en la administración de las siglas partidarias. Argucias, tecnicismos e interés de subestimar la inteligencia de la ciudadanía tienen a Miguel Vargas Maldonado de exponente por excelencia del modelo de “políticos” caducos, desconectados de la realidad y decididos a obstruir cualquier iniciativa que construya en las organizaciones una noción de dirigencia comprometida y sustentada en un verdadero respaldo popular.
El pasado 29 de marzo, irrespetando decisiones del Tribunal Superior Electoral (TSE) relativas a las reglas y requisitos fundamentales, se convocó una ilegal comisión política del PRD, y pateando las resoluciones de la Junta Central Electoral (JCE) #03/2018 y #04/2018 que establecieron plazos de 75 días y se extendió desde el 21 de agosto hasta diciembre del año pasado para que se informara sobre el método de elección de la candidatura presidencial de los partidos. El sector que administra las siglas partidarias, lo único que validó consistió en reiterarse en el deseo de seleccionar la celebración de primarias abiertas y simultáneas. Transcurrido casi 90 días, cambia de postura pretendiendo devolver al partido blanco a épocas superadas, impropias de la norma convencional, y que desde el año 1981 abrieron las compuertas de la participación democrática. ¿Por qué el repentino cambio?
Fascinados por perpetuar una cultura de complicidades, una franja de la clase partidaria nuestra no termina de entender que la sociedad experimenta cambios sustanciales. El ojo cuestionador de la ciudadanía y capacidad de auscultar conductas y distancias entre el discurso y práctica ambientan altísimos niveles de impugnación en todo el bestiario político que piensan retrancar las reglas impuestas por la población porque discrepan de los valores prevalecientes en la arena pública. Y en ésa lógica se inscribe el comportamiento de Miguel Vargas Maldonado que no termina de entender que no se puede conseguir democráticamente el control del aparato partidario alcanzando la categoría del dirigente de mayor impugnación en el país. Por eso, el afán de reducir toda participación popular en los mecanismos convencionales del PRD.
Apostando al simpático frente al poder, el interés que subyace detrás del intento por liquidar que, la participación de todos señale el sentido de dirección en el partido blanco, coincide con una agenda oficial cargada de intenciones con dos objetivos esenciales: primero, garantizarle a Vargas Maldonado control de las siglas como resultado de la gracia con el poder, sin importar los aspectos jurídicos de las decisiones pendientes de fallo, y de segundo, viabilizar una plataforma de compra y endoso para hacer de la organización, receptora por excelencia de cambios bruscos en legisladores en capacidad de saltar, previa compensación económica, y al mismo tiempo inflar la cantidad de legisladores dispuestos a la aventura de modificación constitucional. El verdadero problema recae sobre los que no entienden que las reglas institucionales y la presión de amplios núcleos tienen un efecto capaz de imposibilitar juegos y distorsiones consustanciales con la mentalidad de políticos del siglo 19. Ahora, podrán intentarlo pero cada día se torna más difícil debido a un ordenamiento que si es alterado por la fuerza de la política, dicha acción termina siendo derrotada en la sociedad. Ya todos juzgan y emiten sentencia ciudadana que, en muchas ocasiones, resultan de mayor impacto que las impartidas desde la toga y el birrete. La razón esencial del miedo de Miguel Vargas Maldonado a someterse al proceso de elección consiste en la segura derrota. Sabe que muchos están esperando el día para convertir la convención donde participe en una oportunidad para el desquite. Lo intuye, sabe perfectamente de la sed por pasarle factura al daño generado por él al PRD. De ahí, sus miedos!