POR CLAUDIA HERNÁNDEZ DE ALBA
República Dominicana e Israel son naciones, que aunque de reducida extensión de terreno, poseen personas de gran corazón, y de aun más grandes aspiraciones y perspectivas. Naciones que han sabido experimentar dificultad, y que han sabido afrontar problemas para seguir adelante y conquistar todo reto y vicisitudes.

Unidas desde siempre, desde aquel voto histórico, en que, después de más de 2000 años, y cumpliendo profecías milenarias, una nación nació para hacerse grande, recobrando su cultura, tradiciones, y su idioma, en uno de los milagros más palpables de la historia moderna. Y cuanto orgullo y satisfacción siente el pueblo dominicano, en haber contribuido con su voto ante las Naciones Unidas, un gigante granito de arena para que este sueño de generaciones se hiciera una realidad.

Y, cómo este pueblo luchador y trabajador hizo reverdecer el desierto, cómo aprovechó cada pedazo de tierra para hacerlo productivo, cómo supo defenderse de enemigos supuestamente más poderosos, y cómo mantiene, con frente erguida y en medio de conflictos interminables, esa decisión firme a continuar recibiendo bendición y sirviendo de bendición a la humanidad.

Su historia es antiquísima y protagónica, pues se remonta a los tiempos mismos de la Creación. Sus personajes y héroes son conocidos en todas las latitudes, sirviendo como ejemplos y paradigmas de triunfo y de fe. Su cultura es rica en música, en danza, así como en exóticas comidas y coloridas vestimentas.

Su geografía es exuberante, muy rica y variada. Sus monumentos son verdaderos museos arqueológicos, testigo de los más importantes acontecimientos de la historia. Y su gente es culta, educada, multilingue, llevando consigo lo más graneado de las latitudes donde les ha tocado vivir una vida de peregrinaje, que ahora viene a unirse a miles de años de tradición.

El pueblo de Israel nos ha dado pro-hombres y grandes mujeres en todas las áreas del comportamiento humano ya sean filósofos, políticos, científicos, estrategas militares, estadistas, etc. Y es que en cualquier renglón de la vida o del saber humano siempre aparecerá la figura de un hijo o una hija de este gran pueblo, contribuyendo decididamente el curso del desarrollo de sus áreas, innovando e influenciando positivamente todo lo que se deciden hacer.

Y es que el que va a Israel tiene que hablar de su vida en función de “antes y después”. Una persona que haya visitado los lugares santos y magnánimos de ese céntrico lugar de la tierra, quedará marcado para siempre, con el sello que lo influenciará en todos los sentidos, porque sea la historia antigua como la reciente lo impactarán de igual forma, como si la misma mano poderosa e invisible hubiera estado presente en cada momento.

Nosotros como pueblo dominicano, nos sentimos muy orgullosos de sentirnos parte de la familia del pueblo de Israel. Sus contribuciones, en manera de intercambio, asesoría, ayuda y consejo oportuno, han cambiado la forma en que hacemos muchas cosas en nuestro país.

Nuestras comunidades en la diáspora, especialmente en Nueva York, han sabido convivir a través de los años, y es en esa gran urbe que funge como capital de la Tierra, donde nuestros pueblos viven en la cercanía del día a día, así como nuestra isla alberga a muchos destacados descendientes del pueblo de Israel, que quizás sin saberlo, llevan la sangre y el sello divino de ese gran pueblo, y contribuyen a las mejores causas de nuestro adorado terruño.

Elevemos preces al Creador para que este tipo de iniciativas vaya siempre en aumento, y que, venciendo todo obstáculo, continúemos estrechando lazos y acercándonos cada vez más, para que sigamos viendo a Israel como nuestro hermano mayor. Nuestro compañero inseparable, que nos acompaña en el globo desde las brillantes arenas milenarias del Medio Oriente, y cuya más grande contribución, las Sagradas Escrituras, continúan sirviendo de faro de luz que alumbra los destinos de toda una humanidad.

Que Dios bendiga la República Dominicana
Que Dios Bendiga a la Nación de Israel
Oremos siempre por la paz de Jerusalén
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