En su mensaje anual del primero de enero, en el Estadio Olímpico, el pastor Ezequiel Molina amonesta a los connacionales según los parabienes y las advertencias que Dios nos hace si escogemos el camino de vida o el camino de muerte (Deuteronomio 26, 27 y 28). El pastor Molina denunció tres grandes núcleos de males que abaten a la sociedad dominicana: El del consumo y tráfico de drogas; el de la degradación sexual y las graves amenazas a la familia como institución; y, la corrupción y la delincuencia que se enseñorea en diversas esferas de la administración pública y privada.
Ante docenas de miles presentes, y cientos de miles mediante radiofonía y televisión, el pastor Molina desafió a los dominicanos a detenernos en el rumbo que llevamos hacia la desintegración y la perdición, y a retomar los senderos de vida. El drama que vive el país no puede ser más alarmante. Los recientes escándalos de desaparición de grandes cantidades de drogas incautadas y bajo custodia oficial, en aparente contubernio entre miembros de la Policía y del Ministerio Público, vienen a dejar al desnudo el grande peligro que corre la ciudadanía, en todos los niveles: Desde el mundo empresarial, donde proliferan el lavado y los negocios mafiosos, hasta la interioridad de los barrios más humildes, en donde dicho contubernio de autoridades y narcos mantiene en atemorizado silencio a familias y gentes de buen vivir.
Un silencio que sufre aplastamiento, además, por el desorden espacio-ambiental, y el estruendo de amplificadores que estremecen las paredes y los techos de los pobres, quienes a menudo no pueden descansar para continuar sus faenas del siguiente día, sin el menor respeto a enfermos ni envejecientes, ni a la elemental paz de los hogares.
La prostitución de las costumbres sexuales se hace evidente en medios masivos, y lugares públicos, mientras avanzadas de lineamientos plurinacionales se confabulan contra el matrimonio y las buenas costumbres familiares; a la vez que masas de jóvenes desempleados y de muy escasos ingresos, enfrentan serias dificultades para llevar el compromiso económico de un hogar. Ni qué decir de su imposibilidad de adquirir viviendas apropiadas.
La corrupción administrativa está muy lejos de ser enfrentada con éxito pese al esfuerzo de las presentes autoridades, mientras la oposición política no acaba de dar señales de tener mejores y viables propuestas.
La sociedad dominicana luce incapaz de coordinarse, y aún sus mejores talentos parecen irremisiblemente envueltos en controversias que el gran público no alcanza a entender: ni en lo que se refiere a los temas jurídicos y morales, como tampoco en lo referente a la acuciante presencia de extranjeros indocumentados, ocupando espacios públicos, y habitando en hacinamiento fuera de toda ley, regulación y control. Pareciera que no fuésemos capaces de defendernos más que con vociferaciones e insultos, mientras los males avanzan de manera incontestable e inexorable. Como si la única iniciativa concertable fuera la de despedazarnos moralmente unos a otros. El mensajero del Señor clama porque retomemos el camino de vida. Sea esa la gran tarea del 2015.