He preguntado a expertos y buscado un meta mensaje en los dos enormes tomos del libro escrito a principio del siglo pasado, publicado en inglés en 1928, en New York, y cuya primera versión en español es de 1939; y no he encontrado referencia a la premonición o advertencia que hace su autor sobre el posible destino de la República Dominicana.
Entre los aspectos más relevantes de la referida obra, es necesario destacar que su autor fue nada menos que el Comisionado del Gobierno de los Estados Unidos en la República Dominicana del 1922 al 1925, y antiguo jefe de la división Latino-Americana del Departamento de Estado de Washington.
Para los que desconocen la “otra historia”, la Viña de Nabot era un hermoso cultivo de hermosas y ricas uvas que crecían junto al palacio del poderoso Acab, un rey que no se quiso resignar a contemplar la belleza del predio de su vecino, y procedió a apoderarse del viñedo y a provocarle la muerte.
Acaso el ministro estadounidense Welles quiso sutilmente advertirnos sobre los planes de expansión de su país hacia lo que se ha denominado “la frontera imperial” de la potencia norteamericana (Juan Bosch: “De Cristóbal Colón a Fidel Castro”).
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El nombre original de nuestro muy estimado vecino del norte fue: “The thirteen United States of America”, es decir, Los trece Estados Unidos de América”, según el documento redactado por el segundo Congreso Continental —en Pensilvania, en el ahora Salón de la Independencia, Filadelfia, el 4 de julio de 1776; y siendo el primer país en liberarse de su potencia colonizadora, siendo así inspiración para los demás países del continente, algunos de los cuales también se han llamado Estados Unidos, como el caso de México, Venezuela, Brasil y algún otro país americano; lo cual complejifica el tema del patronímico de “los americanos”, puesto que americanos somos todos y norteamericanos son también los canadienses y los mexicanos.
Parece sumamente claro que Sumner Welles quiso, dado su cargo oficial, soterradamente advertirnos sobre los planes de convertir Santo Domingo en colonia de Estados Unidos. De hecho, más tarde, su sobrino Charles Sumner, anti esclavista, político y estadista estadounidense, se opuso de manera ferviente a dicha anexión.
Independientemente de los planes imperialistas o federalistas de los yanquis, parecería que desde entonces estuvieron seriamente pensando que alguna vez todos seríamos un solo e indivisible imperio americano, especialmente los países del Caribe.
Sin embargo, independientemente de las buenas o malas ambiciones expansionistas de nuestros vecinos, nuestra viña sigue siendo hermosa y apetecible; también para aventureros y maleantes, criollos o extranjeros carentes de escrúpulos y, desde luego, para nuestros antiguos opresores haitianos, quienes también miran hacia la viña con gran apetito y necesidad de expandirse. Especialmente al territorio que entienden que fuera suyo.
Cualquier Acab encontraría esta viña demasiado cercana y demasiado codiciable para ser propiedad de estos desorganizados, pretenciosos y engreídos mulatos vecinos.
La envidia ha sido causa de grandes males a la humanidad, desde Caín. Actuemos, pues, con cautela pero con decisión, dominicanos.