#SinFiltro: Realidad a contraluz

#SinFiltro: Realidad a contraluz

Estoy de vacaciones en Nueva York. No es mi primera vez en esta ciudad vibrante y agotadora, aunque sí una de las veces en las que más he observado, más he sentido, más he pensado. 

Porque Nueva York no es solo luces, ruido y vitrinas. Es también un espejo incómodo que, si te detienes a mirar bien, te muestra lo mucho que nos hemos acostumbrado a vivir dentro de una burbuja. Especialmente los que venimos de América Latina.

No me malinterpreten: en nuestros países se trabaja, y mucho. Conozco gente que se parte el alma cada día para llevar el pan a su mesa. De la misma manera también reconozco, con honestidad, que muchas veces nos movemos dentro de márgenes demasiado estrechos. Que nos quedamos en lo que conocemos, en lo cómodo, en lo que “funciona” aunque no nos acerque a lo que realmente queremos. 

Nos acostumbramos a vivir con poco, a pensar en pequeño, a conformarnos con metas modestas, y eso nos deja varados en una zona de confort que disfraza el estancamiento con frases como “por lo menos tengo algo” o “es lo que hay”.

Caminar por Nueva York es un sacudón. Aquí, nadie te pregunta si estás cansado. Todo el mundo va en modo “resuelve”. Desde el inmigrante que apenas habla inglés, y se las ingenia para tener tres empleos, hasta la madre que estudia de noche mientras cría sola a sus hijos. 

Aquí hay prisa, sí; sin embargo, también hay propósito. Aquí se siente, en cada esquina, que la vida es dura, y al mismo tiempo, que hay caminos abiertos para quien se atreve a recorrerlos.

Ver eso me confronta. Me hace preguntarme: ¿cuántas veces he postergado algo por miedo? ¿Cuántas veces me he dicho que “más adelante” voy a hacer ese curso, enviar ese correo, proponer esa idea? ¿Cuántas veces me he quedado cómoda en mi entorno porque moverme implicaba incomodarme, y la incomodidad asusta?

Salir de la burbuja no siempre implica tomar un avión. A veces basta con mirar distinto, con hacernos preguntas incómodas, con aceptar que, si queremos algo distinto, tenemos que hacer algo diferente. Que no basta con tener talento: hay que trabajar, aprender, desaprender, conectar, insistir. Hay que dejar de pensar que el mundo nos debe algo, y empezar a construir, paso a paso, ese lugar al que queremos llegar.

Este viaje me ha recordado que no podemos seguir culpando al país, al sistema o a los demás sin mirar lo que está en nuestras manos. Que la autocompasión no puede ser nuestro escudo eterno. Que la comparación solo sirve si nos impulsa a ser mejores, no si nos estanca en la queja.

Por eso, vuelvo con las maletas llenas de ropa, sí; aunque, sobre todo, con la mente cargada de ideas. De ganas. De visión. Vuelvo con la firme intención de romper mi propia burbuja, de no quedarme esperando que las cosas pasen, sino de salir a buscarlas, de trabajar más inteligentemente, de atreverme más.

Y ojalá tú que estás leyendo esto, también te atrevas. Aunque sea por hoy, aunque sea con miedo, aunque sea en pequeño. Porque crecer no es solo cuestión de querer, es cuestión de decidir, de actuar, de mirar el mundo como posibilidad y no como amenaza.

Sin filtros, desde Nueva York, esta pausa me grita algo claro: hay que moverse. Hay que abrir los ojos. Hay que explotar la burbuja.

Puede leer: Armonía social

Más leídas