Realidades y cuentos en la historia

Realidades y cuentos en la historia

De mi niñez recuerdo una pregunta que se le formulaba a los adultos de entonces: ¿Sabe usted leer y escribir? Varias décadas me tomarían para valorar en su real dimensión el orden de esa interrogante. Algo tan simple que mucha gente no entiende, el arte de escribir implica un ejercicio previo, haber aprendido a leer. El cultivo de la lectura es abono esencial para una correcta y sustanciosa escritura. Ahora bien, pudiéramos decir, leer cualquiera lee; saber escoger el material de lectura es harina de otro costal. Se asemeja al seleccionar el mejor plato en el amplio menú de un fino restaurante. Es enorme la montaña de basura que las redes sociales ponen al alcance de nuestros ojos, por lo que no deben asombrar los millones las victimas intoxicadas por falta de un oportuno filtro visual.
Juan Bosch agregaba que un elemento indispensable para poder escribir era tener en mente algo que contar. Me viene a la memoria otro maestro de la narrativa, Gabriel García Márquez; de su libro “Vivir para contarla” extraigo este fragmento: “Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla, porque es un tonto». «¿Y por qué es un tonto?». Dice: «Hombre, porque no pudo hacer una carambola sencillísima estorbado por la preocupación de que su mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo».
Entonces le dice la mamá: «No te burles de los presentimientos de los viejos, porque a veces salen». La parienta lo oye y va a comprar carne. Ella dice al carnicero: «Véndame una libra de carne» y, en el momento en que está cortando, agrega: «Mejor véndame dos porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado». El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar una libra de carne, le dice: «Lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar, y se está preparando, y andan comprando cosas».
Entonces la vieja responde: «Tengo varios hijos; mire, mejor deme cuatro libras». Se lleva cuatro libras y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor. Llega el momento en que todo el mundo en el pueblo está esperando que pase algo.”
Ese episodio novelesco trajo a mi mente el 31 de mayo de 1961, fecha en que desde un apartado rincón de la provincia de Puerto Plata escuchaba La Voz Dominicana, la cual interrumpió abrupta y solemnemente su programación habitual para anunciar que habían matado al jefe, el Generalísimo doctor Rafael Leónidas Trujillo, entonces padre de la patria nueva. Uno de mis tíos paternos entró en pánico, saltó de su silla y exclamó con fuerza: Señores, se acabó el país. 59 años después de ese suceso puedo certificar que no desapareció la república, aunque mi pariente si ya es difunto.
Hoy el mundo se estremece con razón; una terrible pandemia lo abate de manera sorpresiva. Otra hecatombe biológica golpea al Homo sapiens, pero no va a aniquilar a la especie humana. Por más oscura que se vea la noche siempre devendrá el amanecer. A todo invierno le sigue una primavera. La historia nos recuerda peores tiempos, sin embargo, acá estamos para seguir contándola.

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