Rebaja de precios

Rebaja de precios

PEDRO GIL ITURBIDES
Permítanme decirlo sin ambages: no creo que rebajen los precios de los artículos de primera necesidad. Ni los precios de aquellos otros artículos que no son de primera necesidad. Son varios los factores que convergen sobre el establecimiento del valor de cualquier bien o servicio producido en una sociedad. Y dos de ellos son el salario y los gravámenes. Combinados ambos como factores de costos, es evidente que por mucho que se hable sobre el particular, no debemos hacernos ilusiones.

Con extraordinaria buena voluntad, el Director General de Aduanas, Miguel Cocco, pide que los comerciantes rebajen los precios de lo que venden. Alega en favor de su punto de vista el hecho de que han sido sustancialmente reducidos los aranceles para bienes importados de países miembros del Tratado de Libre Comercio. Pero el funcionario tal vez obvia adrede el hecho de que se aumentó el nivel de tributación derivada del famoso impuesto a los bienes industrializados y servicios.

Otros costos implicados en la tributación son los que derivan del trabajo indispensable al seguimiento del famoso número de contribución fiscal. No pocos empresarios han tenido que contratar expertos, o pagar cursos de entrenamiento a empleados de sus oficinas contables, para lidiar con el papeleo del susodicho número. Y lo uno y lo otro opera sobre los valores sujetos a la composición del precio final de un producto o servicio.

El último aumento salarial es decisivo. Basta con observar cómo los precios le han seguido las huellas a los salarios desde 1979, para que sepamos cómo opera este fenómeno económico. De ahí que se haya roto un delicado equilibrio entre el ingreso y el costo de vida, que fue obra del régimen de Rafael L. Trujillo. Por supuesto, a la ruptura de este equilibrio contribuyó sobremanera la pérdida de control sobre el gasto público hacia el año señalado.

Porque también, un incesante déficit fiscal, propiciado por un desmedido aumento del gasto operativo de los gobiernos, se traduce en la destrucción de ese equilibrio económico.

¿Significa lo planteado que no debe esperarse esa reducción de precios? Si y no. Pero empujar la política general de precios para favorecer al consumidor -que somos todos, los productores netos y los consumidores netos- supone un reordenamiento del gasto público. Y por cuanto vemos desde las últimas tres administraciones del Gobierno Dominicano, esta inclinación es sueño de una noche de verano. La calidad del gasto público, medida por la orientación del ahorro público, es determinante en un proceso de reducción de los precios al por menor en una economía.

De manera que sí, los precios pueden ser reducidos. Pero no. Para lograr este objetivo será preciso imponerse una disciplina que los políticos de nuestros tiempos no acogerán, sujetos como están a la politiquería de ocasión.

No es probable, por tanto, que la mayor parte de los precios se reduzcan en niveles apetecibles para la mayoría de los dominicanos. Sobre todo para los que tienen ingresos salariales menores, determinados por las resoluciones de la Comisión Nacional de Salarios.

Sin embargo, no me crean pesimista o negativo. La economía, presionada por la ley de la oferta y la demanda, tiende a generar, a largo plazo, una readecuación de precios.

Guiados por la máxima popular de que barco parado no gana flete, fabricantes e importadores comprenden que para mover sus capitales tienen que sacrificar ganancias. Cierto de toda certeza que en algunos casos reducen personal en un proceso primero dirigido a aminorar costos. A la larga, empero, entienden que también los márgenes de beneficios pueden ser igualmente reducidos para mantenerse en el mercado.

No menos propensión a reducir esos precios es impuesta por importaciones de artículos de menor calidad, comparables para su traza a los de mayor calidad. De hecho, ya este fenómeno está volcándose sobre el consumidor que, descubre empero, que lo barato sale caro. Pero sale del paso, y atiende necesidades perentorias que sin esas importaciones de artículos de menor calidad, no habría satisfecho.

Por tanto, sí, una reducción de precios puede tenerse a la vista. Pero, ¡claro!, en relación con bienes y servicios de mayor calidad, esto no ocurre de la noche a la mañana. De manera que, en tanto la actual administración se afana por registrarnos la faltriquera y sacar de ella hasta los cheles de palmita, estemos preparados para observar una enorme distancia entre el ingreso real y el costo de la vida. Porque la política gubernativa lleva al país a ello.

Por encima de todos los tratados de libre comercio y otras boberías.

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