¡Rebélate!

¡Rebélate!

Este es un llamado a la rebeldía. Pero no  se asuste, es una “rebelión” pacífica, democrática, en fin, una “rebelión” ciudadana. Este llamado es a rebelarnos contra quienes pretenden apropiarse de nuestras libertades, derechos y utopías. En el pasado, los opresores eran fácilmente identificables pues vestían el traje de ocasión: Era el amo con su látigo. El conquistador con su yelmo y arcabuz. El burgués con su sirena y su fábrica. El imperio con sus portaviones y marines.  Pero este nuevo “opresor” es “tartufo”, no se identifica  a primera vista, nos confunde, nos envuelve,  y en ocasiones se legitima con nuestra complicidad.  

Un poco de historia.  “El ciudadano” fue de  las más significativas conquistas de la democracia, en su versión moderna y liberal. Al principio quedaron segregados algunos grupos de “seres humanos” de porciones de derechos, como por ejemplo,  los no propietarios y las mujeres, de “elegir y ser elegidos”. Pero eso fue momentáneo. La rueda de la historia estaba en movimiento. La evolución  de la democracia fue la ampliación del universo de “ciudadanos” y la inclusión, cada vez,  de nuevos “derechos”.

Así, de derechos individuales y políticos pasamos a  derechos sociales, derechos colectivos, derechos difusos, y el proceso continúa.  La democracia liberal, en su momento, enarboló principios verdaderamente revolucionarios: Todos los seres humanos “nacen libres”, “todos los ciudadanos son iguales ante la ley”; “la soberanía descansa en el pueblo”. En este último punto surgió la cuestión de cómo administrar el ejercicio de la “soberanía” ciudadana.  Al principio se agrupaban los  “partidarios” de una causa, y luego éstos se convirtieron en estructuras permanentes bajo la denominación de  “partidos”. Los partidos han terminando siendo los “regentes” de la democracia y de nuestra soberanía.  Los partidos, al igual que otrora  la nobleza y  los cortesanos, son los proveedores de representantes en los poderes del  Estado y del funcionariado, en los distintos ministerios.

La Transmutación.  El paso de los partidos por el Estado, en la mayoría de los casos,  produce que sus cúpulas dirigenciales cultiven intereses propios y privilegios que sólo pueden mantener   si conservan el control del poder político  o parte de él. En este momento, los intereses de esas cúpulas se superponen a cualquier programa o principio originario del partido. Este pierde todo interés en  profundizar la democracia o ampliar las esferas de la soberanía ciudadana y de derechos. Es el punto en que los partidos dejan de promover el cambio social y se convierten en sustentadores del status quo. Es entonces cuando se transmutan en  partidos tradicionales.

Democracia entrampada.  Los partidos tradicionales han “entrampado” la democracia. Han logrado crearse sistemas de privilegios, acumular recursos, influencias y  conexiones que les permiten reproducirse en las funciones públicas como si fueran de su propiedad. Sus directivos se lucran de negocios e inversiones del Estado. Benefician  allegados o leales para acumular en “manos de terceros”, recursos de los que luego pueden disponer en futuras jornadas políticas. Han creado un sistema de impunidad atrofiando cualquier amago de independencia del Ministerio Público, junto a un Poder Judicial sin voluntad para sancionarles.

Los planes “sociales” del Estado son programas para comprar lealtades políticas. Desprecian la carrera administrativa y prefieren desarrollar un sistema clientelar de designación en las funciones públicas, junto a “nominillas” de zánganos políticos que reciben un cheque mensual sin trabajar.  Las instituciones democráticas han devenido sometidas a ese juego de los partidos tradicionales. Ellos son los dueños del Ejecutivo, del Congreso, de la Justicia y de los Ayuntamientos. Ellos deciden los titulares de los distintos ministerios, de la Junta Central Electoral y de la Cámara de Cuentas. Finalmente, la soberanía no descansa en el pueblo, sino en el partido que se hace del control del Estado, o más aun, de su comité político o del caudillo del mismo.

Las élites económicas y los banqueros, que hace muchas décadas entendieron esta lógica de funcionamiento de la democracia liberal, no se preocupan por postularse ellos a los cargos públicos. Prefieren invertir en las campañas electorales de esos partidos y por esa vía cooptar sus candidatos, quienes eventualmente se convierten en presidentes, senadores, diputados, síndicos y regidores. Esta “mancuerna” de ciertas élites económicas y directivas partidarias corruptas desguazan cada cuatro años el Estado y el patrimonio público. Si llegamos a este punto es porque ni hemos tenido un liderazgo con verdadero compromiso social, ni autoridades con el carácter para haber frenado el proceso creciente de corrupción e impunidad que ha copado la dirección del Estado, gobierno tras gobierno. Consolidada la situación no es posible esperar que ellos mismos vayan a prohijar instituciones que les pongan límites o los frenen. Sin institucionalidad y con un precario Estado de derecho, la ciudadanía está a merced de lo que estos políticos profesionales y negociantes de la política hagan con nuestras vidas y  nuestro futuro. Estos partidos tradicionales han entrampado de tal forma el juego democrático que al ciudadano le es muy difícil, respetando las reglas que ellos han diseñado, poder desplazarlos. Es por todo esto que tenemos que rebelarnos.

El puente roto.  La acción de esos partidos tradicionales ha tenido como efecto que la ciudadanía que aspira a un cambio termine creyendo que el mismo no se puede producir en el país. Nuestra rebeldía es para reconstruir “los puentes rotos”  que permitan  a la  ciudadanía asumir que  el “cambio” necesario es también un cambio “posible”.

Negociantes de la política.  Los negociantes de la política, materia prima  de los partidos tradicionales, los podemos identificar, no tanto por lo que dicen sino por lo que hacen. Ellos no defienden principios, ni valores, ni ideas. Su único fin es ganar elecciones y mantenerse en el control del poder. Carecen de escrúpulos, se valen de la demagogia, la mentira y dicen siempre lo que su interlocutor quiere oír.  Ellos no tienen respeto por el ciudadano. Para ellos, todo el mundo tiene un precio: o es un empleo, o una promesa, o un “bono gas”, o una tarjeta “Solidaridad”, o una caja de muerto, o un salami, o un pollo descuartizado, o una receta médica, o una botella de ron o 300 pesos.

Ellos han descubierto el poder del dinero en países con nuestros niveles de pobreza y de analfabetismo y por eso lo usan profusamente. Llenan el país de vallas, afiches, comerciales en la radio y la televisión. Nadie nunca sabe quién o quiénes le financian sus campañas. Solo después que ganan las elecciones, siguiendo el sentido de algunas de sus políticas y los destinatarios de las contratas y de los negocios del Estado, vamos descubriendo a los “inversionistas”. Contra estos negociantes de la política y sus financiadores es que tenemos que rebelarnos, porque ellos han hecho de la soberanía ciudadana una mercancía.

De nuevo la farsa.  Los partidos tradicionales y los negociantes de la política de nuevo hacen aprestos para montar su farsa. Preparan el escenario para propagar sus falsas promesas. Ellos, los mismos actores responsables de todo lo que ha sucedido y ha dejado de hacerse en los últimos cuarenta y cinco años ahora pretenden hacernos morder su manzana envenenada. De nuevo copan los medios de comunicación con sus anuncios cada  cinco minutos. Llenan el país de sus vallas  y afiches.  Regalan dinero. Prometen empleos. Hacen encuentros en lujosos salones de hotel. Ha llegado el momento de rebelarnos contra todo esto. 

Salir del cascarón.  Si nos quedamos en nuestras casas. Si nos resignamos a nuestra zona de confort. Si nos abstenemos de participar y los ignoramos, a los negociantes de la política no les importa. En su laborantismo, ellos lograrán accionar los medios que les permitirán mantenerse en el control del poder y seguir decidiendo nuestras vidas y nuestro destino. Es necesario salir del cascarón. Tenemos que romper y hacer que muchos otros rompan la tutela que sobre la ciudadanía tienen esos partidos tradicionales.  Cambiar el miedo y la inercia por la actitud de “sí se puede” y emprender “acciones colectivas”.

Un movimiento ciudadano.  Llegó la hora de ponernos en movimiento. De producir una rebelión ciudadana. Pacífica. Sustentada en ideas y propósitos. Emprender acciones colectivas. Contagiar a muchos y muchas. Construir auditorios ciudadanos. Es el momento de rebelarnos por todas las causas olvidadas o que la “democracia de mercado” ha pretendido aplastar. 

Nos mueven ideas, principios y valores.  Comencemos por sentirnos orgullosos de defender ideas, principios y valores que orienten nuestras vidas. Nos rebelamos por la libertad y la solidaridad. Nos rebelamos para que haya igualdad de oportunidades para todos sin que el disfrute de los derechos pueda ser condicionado por el origen social, el color de la piel o el género. Nos rebelamos contra toda forma de inequidad social. Nos rebelamos contra la injusta distribución de las riquezas. Nos rebelamos por una democracia real donde además del derecho a hablar haya la obligación de que se nos escuche y se nos responda.

Nos rebelamos por una democracia participativa en que además de votar podamos revocar los malos representantes. Nos rebelamos por la igualdad de todos ante la ley. Nos rebelamos contra toda forma de privilegios e impunidad.  Nos rebelamos por la transparencia y pulcritud en el uso de los recursos públicos. Nos rebelamos por el retorno de nuestros impuestos en servicios públicos de calidad. Nos rebelamos por el respeto y preservación del medio ambiente. Nos rebelamos por la equidad de género. Nos rebelamos por el derecho de todo niño, niña, adolescente y joven a una educación de calidad.  Nos rebelamos por el derecho a la salud.  Nos rebelamos para refundar la política como una actividad ciudadana, democrática, honesta y al servicio del bien colectivo. Nos rebelamos por la paz y la cooperación entre los pueblos y en contra de la guerra, la violencia y toda forma de dominio en las relaciones internacionales. En fin nos rebelamos por un mejor país y una mejor humanidad.

Recuperar la soberanía ciudadana.  Vamos a hacer añicos la demagogia y las mentiras de los partidos tradicionales y los negociantes de la política. Definitivamente ellos no nos representan. Los ciudadanos tenemos que recuperar nuestra soberanía. Queremos hablar por nosotros mismos. La ciudadanía tiene que entrar en un estado de movilización permanente. Dejemos que voten por ellos sus banqueros corruptos, sus grupos de poder, sus élites.

Un contagio convertido en epidemia. Nuestra rebeldía es ciudadana, es voluntaria y es pacífica. Nuestra rebeldía tiene que promover acciones colectivas. Apropiarnos de las calles, las esquinas, los barrios, las paredes, los parques, las plazas, y todas ellas hacerlas nuestras. Tiene que divulgarse por los medios digitales, ir de boca a boca. Cada uno/a tiene que incorporar a sus seres más cercanos. Y que éstos involucren a otros/as. Nuestra rebeldía tiene que producir un inmenso contagio ciudadano y tener el cielo como techo. (25.05.2011).

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