Rebelión moral

Rebelión moral

PEDRO PADILLA TONOS
Con magistrales pincelazos, los más altos dignatarios de la iglesia han dibujado en reiteradas declaraciones que recogen el sentir de la gente que la sufre en carne propia, la precaria situación por la que atraviesa nuestro país con tendencia a agravarse cada vez más sin perspectivas de mejorar en el próximo futuro, lo que nos obliga a participar públicamente en el debate nacional, para no hacernos copartícipes de tanto desatino fruto de la fallida gestión de un gobierno que nació bajo el mayor apoyo y los mejores auspicios de nuestro pueblo, pero que con sus mentiras, engaños e ineficiencia, ha sorprendido, sacudido y sepultado las esperanzas que en él habían depositado los dominicanos.

Todos los ciudadanos responsables y conscientes estamos en la obligación imperativa e inaplazable de contribuir, en mayor o menor grado, a hacer cambiar y mejorar ese estado de cosas, que conlleva al progresivo deterioro que experimenta la vida de la gran mayoría de los dominicanos y que parece condenar a nuestro país al trágico destino de caerse a pedazos.

No debemos permanecer como ciudadanos sumisos y resignados con el destino que unos pocos nos están labrando, limitándonos a sobrevivir y luchando por conseguir, con grandes dificultades, el mínimo provecho y beneficio posible, «marotear» los frutos de cualquier huerto, acomodarnos a todas las situaciones y velar exclusivamente por nuestros intereses personales, sino que debemos enrolarnos como ciudadanos comprometidos con el bien de todos, con el bienestar colectivo, esforzados en el perfeccionamiento de las instituciones, héroes civiles de la gran batalla para la reafirmación de los sagrados derechos y dignidad de la persona humana, dedicando horas fecundas a luchar por el progreso de la nación, como hombres de trabajo, políticos, intelectuales, de ciencia, de arte, de letras, de campo, de taller, a través de la acción, de la palabra, de la enseñanza, de la publicación, de la protesta y de ser necesario, de la rebelión.

Si permanecemos como parte de los ciudadanos que sólo piensan en sí, sin identificarnos con los que procuran ayudar a la nación, nos separará de ellos una distancia enorme, tanto en el campo de la ética como en el de los dominios de la actuación social y de la dignidad humana. Excusemos sin embargo de ello a aquellos ciudadanos, que son los más numerosos, los «marginados de la fortuna», que no pueden ni pensar en ellos ni pensar en los demás, porque no tienen con qué, ni para si mismos ni para los otros.

Más aún, abrigamos el temor de que lo peor aún no ha llegado sino de que vamos en camino de afrontar nuevas y mayores dificultades que pueden poner inclusive en peligro nuestra frágil democracia, de continuar los desvaríos del gobierno motorizados por el empecinamiento del Presidente Fernández de reelegirse, reeditando vicios del pasado que tanto dolor, sangre y luto han costado a los dominicanos.

La decisión que todos debemos tomar ahora, sin esperar mañana, es la de actuar con decisión para acabar con nuestra sumisión y envilecimiento por parte de una prepotente minoría amparada en el poder y de convertirnos así en los verdaderos actores de nuestro propio destino como nación y no resignarnos a contemplar impotentes el penoso y patético cuadro en que se desenvuelve la vida de la mayoría de nuestro pueblo.

¿Qué podemos y debemos hacer para ello? ¿Acaso estamos obligados a permanecer de brazos cruzados sometidos a los designios de un pequeño grupo de voraces que paso a paso se adueñan del país?

La primera opción pacífica y civilizada que se nos ofrece, al menos por ahora, ya que afortunadamente falta poco tiempo para ello, es la que nos brinda las elecciones del 16 de mayo del 2008, cuando armados con nuestra conciencia y nuestro voto, debemos demostrar que estamos dispuestos a luchar por una verdadera democracia participativa, en la que el ciudadano deje de ser un simple espectador y escoger un gobierno que sea verdaderamente del pueblo, para el pueblo y por el pueblo, poniendo fin al gobierno de turno si la mayoría entiende que ha fracasado en el poder y no puede ofrecer ni realizar cambios que mejoren nuestro futuro y al mismo tiempo obligar a sus principales exponentes y responsables a una rendición de cuentas frente a la nación y a la justicia, para sancionar a los que sean culpables y desterrar la impunidad que cobija la corrupción, terminando con la oprobiosa tradición creada por malos políticos del «borrón y cuenta nueva».

Al asumir esa actitud, la mayoría de los dominicanos estaremos asimismo dando una clara señal a los futuros gobernantes, imponiéndoles y exigiéndoles el cumplimiento de las condiciones mediante las cuales se les elige, ya que el pueblo está harto de que se le tome en cuenta solo una vez durante un vía crucis de cuatro años, se le engañe con promesas que no se cumplen, con mentiras disfrazadas, con corrupción que lo empobrece, con prepotencia que lo denigra, con culto a la personalidad que lo empequeñece y con miseria y pobreza que lo envilece.

Si actuamos así, esta etapa crucial de la historia de nuestra patria servirá para poner a prueba el temple moral de los verdaderos demócratas y revelará de una manera plena a todo el pueblo dominicano el verdadero significado de la democracia, la amargura de perderla, el ansia de recobrarla y la decisión de luchar, con la pluma o con la espada, para preservarla.

Necesitamos llevar a cabo, al menos por ahora, una genuina y pacífica rebelión moral, para evitar acciones futuras que pongan en entredicho nuestro progreso y tranquilidad, que enseñe a los inquilinos del Palacio Nacional que la República Dominicana no les pertenece y que deben respeto a la soberanía y a la dignidad del pueblo, sometiéndose al mandato de nuestra Constitución y nuestras leyes, ya que de lo contrario, por las buenas o por las malas, tendrán que abandonar el poder, sin importar las consecuencias.

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