Receta para convertirse en crítico de arte

Receta para convertirse en crítico de arte

POR LEÓN DAVID
Me propongo con estas antojadizas reflexiones brindar al lector una receta infalible merced a la cual, en un abrir y cerrar de ojos, podrá emular las proezas interpretativas a que nos tiene acostumbrados la crítica vernácula.

En efecto, tras largas noches de insomnio he creído descubrir la clave heurística de que se valen las péndolas de nuestro más afamados escoliastas, fuente indiscutible de su bien ganado ascendiente, predicamento y autoridad.

Prescindiendo de enojosos preámbulos, pongámos manos a la obra:

Lo primero que un aspirante a crítico de arte debe saber es que no tiene por qué atesorar el más leve atisbo de conocimiento o información acerca del asunto sobre el que ha de ocuparse. Yo diría, aun, que cuanto más ignorante se muestre respecto al tema del que discurre, mejor que mejor… Pues, como no dejará nadie de advertirlo, quien conoce algo se ve severamente constreñido a enfocar el tema que domina, lo que a las claras conspira en contra de la imaginación creadora, menoscabo que ningún analista de arte que se respete debe tolerar. Cuanto menos sepa de pintura y otras expresiones afines el apreciador, más conceptos originales, novedosos, extraños y sorprendentes podrá su inventivo cálamo exponer. Así pues, es principio no sujeto a controversia que quien desee consagrarse a la valoración de obras artísticas olvide, para empezar, todo cuanto de arte haya tenido el infortunio de aprender. El saber aprisiona a la fantasía, y no debe consentir el crítico que su numen se vea obstaculizado por semejantes ataduras.

El segundo requisito –de trascendental peso y entidad- al que es preciso atender importa el uso de la metáfora. Es menester que el texto de crítica de arte esté plagado de comparaciones, rebosante de imágenes. El lenguaje tiene que ser empleado sistemáticamente de forma tropológica y traslaticia; sobre todas las cosas, hay que rehuir la sencillez; la claridad es el enemigo perverso al que, cueste lo que cueste, debemos combatir; cuanto más vaga, desconcertante y hermética la expresión, más hondo habremos calado en el asunto. Lo esencial es que la complejidad elocutiva oculte en sus laberintos y recovecos la carencia de ideas, la ausencia de genuina ponderación. El discurso ha de ser ininteligible –no obstante dé la impresión de que se estén esgrimiendo razones enjundiosas-o, de lo contrario, no logrará su objetivo.

Por último, el crítico tiene siempre que cuidar la forma; por consiguiente, salpicará su análisis con frases y términos técnicos procedentes del ámbito de la filosofía, la sociología, la informática o la lingüística, con lo que sus enunciados –ya que no sus conceptos- parecerán avalados por una espeluznante erudición. A tenor de lo dicho, conviene de vez en cuando, aunque no venga al caso, citar autores y títulos de obras, tarea fácil de llevar a cabo con solo recurrir a cualquier volumen teórico que verse sobre cuestiones de arte, el cual no dejará de incluir un oportuno apéndice que exhiba profusa bibliografía. Quien aspire a dominar la admirable disciplina de la crítica de arte ha de estar impuesto de que no interesa decir cosas serias, hacer afirmaciones sensatas explanadas por modo que admitan ser verificadas y rebatidas, sino suscitar la presunción de que lo que se explaya es de tal profundidad que si nada entiende el lector suya y sólo suya es la culpa por poseer una inteligencia en exceso rústica y no desbastada y, por ende, incapaz de alimentarse con las jugosas interpretaciones que el crítico, epítome de generosidad intelectual, ha condescendido a participarle.

Las nociones registradas en los párrafos que anteceden substancian, si no me equivoco, la receta que en mis noches de desvelo descubrí. El que a ella se atenga –démoslo por seguro- será coronado con el éxito, se le abrirán como por arte de magia las páginas de los principales órganos de comunicación del país y será -¿quién osará ponerlo en entredicho?- mimado y respetado por dueños de galerías, por artistas y por el ignaro lector que, a despecho de su buena voluntad y esfuerzos, nunca atinará a penetrar en las vedadas recámaras de tan docta palabra.

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