POR MIGUEL ANÍBAL PERDOMO
Quiero recordar a mis lectores que en la entrega anterior dije que Diógenes Céspedes es un socrático que identifica la verdad con lo bueno, mientras yo me adhiero a Diógenes quien, con una linterna buscaba un hombre honrado a plena luz del día, por tanto la verdad a nivel moral.
Para Céspedes, quien desconozca o no acepte el dogma de Meschonnic cae en la Metafísica del Signo, se despeña en el Orco de su Ignorancia. Más allá de la Torre Babélica de Meschonnic, acecha el vacío intelectual. Todo gran escritor que en el pasado no presintiera la teoría de Meschonnic está en el purgatorio dantesco.
Vale notar que Céspedes usa a menudo el término metafísica del signo, evidenciando la filiación neopositivista de su discurso. Pues el positivismo echó a la metafísica de su reino. Y el marxismo liquidó miles de años de metafísica de un plumazo: la materia siempre ha existido y existirá siempre. Sin embargo, el embalsamiento de Lenin fue un ritual místico. Los héroes del dogma marxista serían en adelante los dioses, como pasaría en el tercer estadio de la historia, profetizado por Augusto Comte, padre del positivismo. A la idolatría humana se le arroja por la puerta, y ella se cuela por la ventana. No somos únicamente animales políticos, como pensaba Aristóteles, sino también creadores de mitos, de acuerdo con las teorías post-meschonnicciana.
La poética de Meschonnic remite a la visión aristocrática de Nietzsche, al hombre de letras superior. La poética sería el código literario que empuña el héroe de Así hablaba Zaratustra y, sin duda es una teoría de carácter eurocentrista, al ignorar las obras literarias de las culturas periféricas. Me pregunto qué son para Céspedes los textos cuyos autores nunca vislumbraron a Aristóteles y mucho menos a Meschonnic, ya que el estagirista determina el discurso del francés, quien se define a partir de la negación del filósofo griego. Sería interesante saber qué piensa Céspedes del Tao te ching de Lao Tzu, del El arte de la guerra de Sun Zi y del Mahabharata. Qué dirá Céspedes de la poesía anónima africana, así como de los cuentos populares del continente sepia, llenos de magia y sabiduría. Qué dirá del I ching, de El libro de los muertos egipcio, del Corán, y del Popol Vuh del pueblo quiché.
A veces los juicios de Céspedes, con respecto al escritor, son muy generales y destemplados. No obstante, pienso que Céspedes, al estilo socrático-platónico (noción que hace suya Pedro Henríquez Ureña) confunde ética y estética al decir: Estos poetas críticos y ensayistas no pueden crear una obra grande que cambie las ideologías de la época en que viven si les rinden pleitesía a los fastos del poder y sus instancias, escriben para concursos y para obtener viajes al extranjero. Mientras tanto, los dilectos escritores del patio, Alexis Gómez Rosa y José Mármol -sordos a este apóstrofe bíblico-, andan gozando de lo lindo en una nueva antología de poesía latinoamericana, Una gravedad alegre, compilada por el poeta y profesor colombiano Armando Romero, publicada en España (Valladolid: Difácil, 2007) y que acabo de recibir.
Céspedes debería abrir El Quijote. Verá que va dedicado al Duque de Béjar, mecenas de Cervantes y cabeza del poder político y económico. Además, a Céspedes le vendría bien revisar la sociología de la literatura. Comprobará que en el mundo actual, el mecenas es el Estado a través de concursos y premios, porque la escritura nunca ha sido una actividad bien remunerada. ¿Es que Céspedes quiere que el escritor, aterido de frío, siga tocando el organillo para siempre en la corte del rey, como en el cuento de Rubén Darío? Una pizca de poder no le hace daño a ningún poeta, sobre todo si hay tantos ignorantes y corruptos millonarios. Lo negativo no son la ambición, el deseo de fama, ni la búsqueda de ascenso en la escala social. No. Todas esas son características de la especie humana. El problema de muchos escritores dominicanos es la improvisación, la ausencia de rigor y de lectura sistemática, la falta de conciencia crítica que les permita vislumbrar cuáles son las condiciones socio-culturales que nos limitan. Esa pobreza a la que aludía Pedro Henríquez Ureña, compasivo, cuando alguien mencionaba nuestro atraso.
Tras examinar las palabras de Céspedes, citadas antes y apelando a un simple silogismo, no puedo más que concluir que me atañen: los escritores dominicanos escriben para concursos, puesto que soy escritor, escribo para concursos. Sucede también que me he ganado tres Premios Nacionales. Según me han dicho, en forma consecutiva. Si fuera esa la razón por la que escribo, me alegraría mucho que alguien al fin me la revelara. Siempre creí que lo hacía impulsado por el Espíritu Santo, por una causa misteriosa, intangible, que a los diez años, me empujó a garrapatear mis primeros versos. No sólo Meschonnic es paranoico; pero rechazo categóricamente su percepción dogmática de la literatura, de la cual Céspedes ha sido prisionero por más de treinta años.