“Lo más duro de aprender en la vida es qué puente cruzar y cuál quemar”.
David Russell
La mitad del año es un tiempo crucial para ver el camino que hemos transitado, en qué lugar nos encontramos y mantener el enfoque a dónde deseamos llegar. Hace unos días, salí un fin de semana de la ciudad. Escogí estar presente en lo que sucedía, por lo que dejé de mirar las redes sociales. Al retornar, pasé cuatro días contestando mensajes. Me pregunté: Karina, ¿Cómo llegamos a este punto?
Para sentirme ilusoriamente inocente, racionalicé las respuestas que me daba y me dije que saldría de muchos chats, para enfocarme solo en los grupos activos (que sobrepasan las mil personas). Como dice Tony Robbins, el afamado orador motivacional, “una decisión real se mide por la nueva acción que tomamos”. Los días pasaron y no hice nada.
Con frecuencia digo que cuando no tomamos decisiones obligamos al exterior a que lo haga por nosotros. Nada ocurre al azar. Todo lo que nos pasa está lleno de sentido. Cada cosa que ocurre es un reflejo de lo que hemos escogido: el miedo o el amor. De repente, mi teléfono móvil colapsó. La cantidad de información llegó a tal punto que el sistema bloqueó el acceso y no respondía a ningún comando.
El filósofo estadounidense del siglo XIX Ralph Waldo Emerson afirmaba que “una vez que tomamos una decisión, el universo entero conspira para hacer que ocurra”. Aunque no había tomado acción para que pasara, una parte de mi ansiaba con vehemencia descansar de los chats y las llamadas. De modo involuntario había generado un desbalance entre lo que estaba dando a los demás y lo que me ofrecía a mí.
El equilibrio entre tomar y dar es la tercera fuerza del amor descrita por Bert Hellinger, el creador de las Constelaciones Familiares. Según el filósofo alemán los grandes dan y los pequeños toman. Tomamos de los grandes (padres, maestros, y otras figuras de autoridad con las que estamos vinculados desde la jerarquía), para dar y recibir con nuestros iguales (hermanos, amigos, pareja, vecinos, etc.).
Con frecuencia, usamos las palabras “tomar” y “recibir” como sinónimos. Al respecto, Bert decía que tomar es una tarea activa o voluntaria, en la que empleamos una gran cantidad de energía. En cambio, recibir es una acción pasiva, que con frecuencia se puede automatizar. Mi teléfono sigue “recibiendo” llamadas, mensajes, videos, etc, pero yo no puedo “tomarlos”. ¿Qué parte de mí necesitaba vivir esto? Quien da sin tomar, agota los recursos. Si no lo percibe y corrige su acción, llega un momento que afuera ocurrirá algo que lo detendrá.
Al principio, mirar en la pantalla las notificaciones de los mensajes entrantes, sin poder abrirlos ni contestar, me generó impotencia y frustración. Luego, me di cuenta que este impedimento era la respuesta a la necesidad que estaba sintiendo de usar el tiempo en otras cosas. Hellinger señalaba que el desequilibrio entre el tomar y el dar suele buscar compensación en la retirada, y en muchos casos, en la ruptura de la relación. De ese modo, nos regalamos la oportunidad de “hacerlo bien” en un nuevo vínculo.
Eso es lo que suele ocurrir en las relaciones en las que alguien da demasiado. Quien recibe mucho lejos de agradecer, ¡se enoja y se va! A nivel subconsciente, quien recibe tanto siente que no tendrá manera de devolver lo que le han dado de forma excesiva, y busca el modo de alejarse para recuperar su dignidad. ¿Quién que “debe” se sentiría a gusto con su “acreedor”?
El escritor estadounidense Ray Kurzweil, director de Ingeniería en Google desde el año 2012, asegura que “la decisión más importante que tomamos es en qué pasamos el tiempo”. La ruptura (“por accidente”) de la relación que estaba sosteniendo, con mi teléfono inteligente, me ha permitido mirar que estaba camino a infoxicarme. De manera inconsciente me brindé el detox que necesitaba.
El neologismo Infoxicación fue acuñado por el especialista en información Alfons Cornella (1996), para aludir a la sobrecarga de información que no tenemos tiempo de acomodar y procesar. Algunos la consideran la enfermedad digital del siglo XXI. Desde que entramos en la Era Digital los que nos apoyamos en la tecnología, para conectar y compartir lo que somos con los demás, estamos expuestos a la saturación por la abundancia de contenido de múltiples temas.
Poner límites cuando entramos en el ciberespacio se puede volver una tarea muy compleja, generando en el cibernauta una gran cantidad de ansiedad y estrés. ¿Quién no ha consumido el contenido de las redes sociales de manera compulsiva? No me había detenido a mirar que estaba dedicando a la pantalla de mi teléfono móvil ¡9 horas diarias!
¿Sabes cuánto tiempo consumes en tu smartphone?, ¿Cuánto del contenido es tomado, reflexionado y digerido?, ¿Cuánto solo es recibido, acumulado o desechado? Creer que podemos perdernos algo de esos inputs que nos llegan, puede causarnos nerviosismo y malestar. Buscando consumir más material, en menos tiempo, leemos en diagonal, en vez de hacerlo palabra por palabra, de derecha a izquierda y de arriba a abajo. ¡Ni siquiera disfrutamos lo que leemos!
El papa Francisco llama nuestra atención acerca de la fugaz satisfacción que nos brinda la tecnología al decir que “la sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil engendrar la alegría”. Además de los síntomas de infoxicación antes expuestos, la intoxicación de infomación, como también se llama, puede ser la causa de gran parte del bloqueo creativo que vivimos. La parálisis es la respuesta que solemos dar a la gran cantidad de información sin organizar que manejamos cotidianamente.
Parece que fue el filósofo inglés Thomas Hobbes quien mostró la idea en su obra Leviatán (1651), de que “quien tiene la información, tiene el poder”. Nos olvidamos que la información no es conocimiento y mucho menos sabiduría. Si lo que sabemos no nos lleva a sanar nuestras relaciones y mejorar nuestras vidas, más que ayuda es una carga.
Los sabios son un ejemplo de cómo organizar, estructurar y separar la información esencial de la superficial, y sacar el tiempo para asimilarla, reflexionarla y compartirla desde una nueva mirada. El mal uso de la cita de quien ha sido considerado el más importante pensador político de la época moderna antes que Hegel, ha hecho daño a un número importante de personas que buscan la información para simular el conocimiento sobre un tema.
Aunque no suelo curiosear en redes sociales, y apenas posteo una que otra cosa, me había convertido en una usuaria desmedida del WhatsApp, bajo el argumento de los cambios de recursos para el trabajo que han llegado con la pandemia del Covid-19.
La experiencia de estos pocos días sin celular me ha mostrado que me estaba conectando con las personas desde el miedo. ¿Desde el miedo? ¡Sí! Mi ego había disfrazado de “disponibilidad”, “empatía” y “servicio” el responder todos los mensajes, cuando en realidad se trataba de miedo a “perder la relación”. El historiador y pacifista noruego Christian Lous Lange dijo: “La tecnología es un siervo útil, pero un amo peligroso”. Estar ilusoriamente desconectada me ha llevado a reflexionar en mis relaciones significativas, a disfrutar a quien tengo presente sin robarle atención mirando mensajes, a repasar el día vivido, a leer antes de dormir, a profundizar en lo que de verdad tiene sentido para mí, a tomar (me) de verdad.