Reciprocidad senatorial

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UBI RIVAS
El país ha observado en estos días la presencia de unos senadores norteamericanos que han pesquisado las condiciones siempre infrahumanas imperantes en los bateyes de los centrales azucareros.

La situación de penosa, lacerante y descarnada vivencia infrahumana que padecen los haitianos sobre todo, pero también muchos dominicanos, en los bateyes, empezó cuando precisamente Estados Unidos interviene afrentosamente nuestro país entre 1916 y 1924.

El propósito no solamente consistió en reforzar el área del traspatio del tío Sam en momentos de graves dificultades como lo fue la I Guerra Mundial 1914-18, profundizando la política de las cañoneras que identificó al presidente Woodrow Wilson como uno de los adalides del imperialismo y la intervención.

Además, envolvió la finalidad de anexarse las mejores tierras para el cultivo de la caña de azúcar, que sin discusión están en las llanuras del Este dominicano, y fueron los magnates de la creada South Porto Rico Sugar Co., quienes empezaron a traer braceros haitianos para el corte de la caña y construyeron, en consecuencia, auténticos guettos que es la versión criolla del batey.

Claro que en esos tiempos relativamente remotos no existían organismos como Human Rights, Américas Watch ni la creación de la figura jurídica vinculante, por las Naciones Unidas, de los derechos humanos, el 10 de diciembre de 1948.

La práctica prosiguió inalterable, inclusive en la tenebrosa Era de Trujillo, el generalísimo concertó un primer contrato de braceros haitianos con su homólogo Francois Papá Doc Duvalier, en 1956, práctica que profundizó a niveles increíbles la Era Balaguer, favoreciendo con fortunas a más de un jerarca militar y policial. ¿O no fue así?.

En la Era de Trujillo y también en su continuidad neo-trujillista de la Era Balaguer, la inmensa mayoría de los jornaleros haitianos que se contrataban para el corte acarreo de la caña de azúcar, retornaba a su país al finalizar la zafra, pero muchos se quedaban y laboraban en otros menesteres, recolecta de café y cacao, mureo de los arrozales, plantaciones bananeras de la Línea Noroeste y finalmente, se arraigaron y “arracimaron” cada vez más en la industria de la construcción, que es hoy donde se identifica la mayor demografía haitiana en nuestro país, que algunos estiman en un millón y otros dos millones.

Hoy, millares de haitianos son vendedores de frutas estacionarios en triciclos, vendedores de juego de naranja, dos variantes relativamente nuevas donde radica la presencia haitiana abrumadora, sin que ninguno de ellos, no por asomos, pretenda retornar a su país, sino que lo hacen en remesas.

El Congreso dominicano debe solicitar por la vía reglamentaria, una reciprocidad a sus homólogos norteamericanos, para que acudan a la frontera con México y verifiquen las condiciones en que laboran los llamados “espaldas mojadas”, por referencia de que atraviesan a nado el río Grande o Bravo, sobre todo, en California, el estado frutero de la Unión y el 14 polo de desarrollo económico de la aldea planetaria.

Verificar el muro de la vergüenza que construye en la frontera con México el presidente George Bush jr. a contrapelo del gobierno y el pueblo mexicanos, y estructurar una comisión con el diputado Pelegrín Castillo, arquitecto Leopoldo Espaillat Nanita, doctor Pedro Manuel Casals Victoria y doctor Abelardo Piñeiro.

Remitir, finalmente, al Congreso norteamericano, copias de las obras Over, de Ramón Marrero Aristy, Cañas y Bueyes del doctor Francisco Eugenio Moscoso Puello y El terrateniente del doctor Manuel Antonio Amiama, la famosa trilogía de la novela de la caña que editó la Sociedad Dominicana de Bibliófilos en 1981, para edificar correctamente a los legisladores del tío Sam.

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